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El Juego Infinito
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Real Madrid está vivo

En el atronador Bernabéu, célebre por las remontadas, es bastante frecuente que se haga el silencio

Kylian Mbappé celebra su gol al Stuttgart en el estreno del Madrid en la Liga de Campeones.
Kylian Mbappé celebra su gol al Stuttgart en el estreno del Madrid en la Liga de Campeones.Kiko Huesca (EFE)
Jorge Valdano

Al fútbol, como al VAR, le sienta mal una foto fija. Un equipo es un organismo vivo y lo que vemos hoy cambiará una y mil veces a lo largo de la temporada dependiendo del estado de ánimo, el cansancio, las lesiones, el estado de forma… Lo sabe bien el Madrid, que por fin pudo incorporar a Mbappé, un pura sangre de los que dan espectáculo y ganan partidos. Pero bastó un mes para que Ancelotti comprobara que un gran fichaje no soluciona los problemas, sino que los cambia. A puro peso, Mbappé es más que Kroos, pero a veces un simple tornillo modifica más cosas que un motor turbo. Sin Kroos el Madrid perdió paciencia, criterio, precisión. Orden.

Como no existe otro Kroos hay que buscar un nuevo equilibrio (¿cuatro mediocampistas?), lo cual no solo compromete al entrenador sino a todo el equipo. El resultado sigue sin ser un problema. Cada partido parece una película distinta con un argumento aún débil, pero del que sabemos el final. El equipo puede, como frente al Stuttgart, partirse por la mitad y ser sometido en buena parte del partido, pero termina ganando con un marcador holgado.

La hinchada, también organismo vivo, festeja igual, a la manera del Madrid, con ratos de pasividad, otros de indignación, con la locura esporádica de una remontada y siempre con la tranquilidad de saber que al final ganan los buenos. Vienen de años de grandes cosechas. Se ganaron las nueve últimas finales, se atravesaron partidos maravillosos, se obraron milagros. Más que preocuparnos por el ego de los jugadores, siempre bajo sospecha porque los creemos niños malcriados, hay que alargar la mirada hacia la afición para ver qué efecto sociológico está teniendo tanto triunfo sobre ellos. Lo pensé de vuelta de Londres, tras la decimoquinta. El comandante del avión abrió el micrófono y grito tres veces “¡Hala Madrid!”, pero no contestó ni el Tato.

Seguramente porque ser hincha es muy sacrificado y se sentían agotados, pero sobre todo porque están acostumbrados. Mal acostumbrados. Aquello era un síntoma. En el atronador Bernabéu, célebre por las remontadas, es bastante frecuente que se haga el silencio. No es nuevo. En su día a Puskas se le hizo la pregunta: “¿Por qué los madridistas no gritan?”, y contestó con una genialidad costumbrista (si es que eso existe): “Porque tienen la boca llena”. Claro, empacho de triunfos, de títulos, de campeonatos. Esa actitud está en la naturaleza de cualquier hincha, un animal de costumbre. Pero la singularidad del madridista es que más que pedir, exige. Visto desde el vestuario es la parte odiosa del mito y, sin embargo, la más valiosa porque más que invitar, obliga. Así las cosas, ya lo dije en alguna ocasión, el jugador del Madrid corre en defensa propia.

Un buen amigo al que tengo, más que como madridista, como madridólogo, me dijo: “A los madridistas no nos gusta que los futbolistas nos den lecciones”. Lo decía con respecto a Vinicius y su gusto de andar dialogando con las gradas. A mi amigo no le gusta esa actitud, le incomoda, como si el diálogo igualara al empleado con sus dueños. Yo no estoy tan seguro porque veo que cuando Vinicius incita, la gente se viene arriba. Será que el turisteo está cambiando el perfil de la hinchada. En todo caso, no es la primera vez que el madridismo me desconcierta.

Como los malos patrones, la afición se apodera de los triunfos y le asigna los fracasos a los jugadores, al fin y al cabo sus empleados, que por algo les pagamos. Yo, en cuanto socio, me incluyo en el reclamo porque sé que da buen resultado. Habrase visto.

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