Cuando ganar tiene un límite
Los tratos vejatorios en las gimnasias rusa y japonesa abren un debate sobre los métodos de entrenamiento
"Dos fallos en dos minutos, es inconcebible". "Vete a la mierda". "No eres un ser humano, eres un atleta". "No está preparada, hay que entrenarla como a un perro. Necesita trabajar hasta que no pueda ni tenerse en pie". "Estás perdiendo el ritmo, nunca me haces caso, siempre tan buenecita, tan cándida y tan dulce; me cago en ti y en tu candidez". "Estúpida perdedora". Son frases que Irina Viner, presidenta de la federación rusa de gimnasia rítmica, dirige a Margarita Mamun, oro olímpico en Río con 19 años, y a Amina Zaripova, la entrenadora. Se escuchan en el documental Over The Limit.
No hay documental, pero sí un vídeo de los golpes en la cara y en la cabeza que el técnico Yuto Hayami propina a Sae Miyakawa, gimnasta japonesa, de 19 años en un entrenamiento. Hayami fue suspendido por la federación, pero la joven Sae salió a defenderle diciendo que esos golpes eran “para motivarla”. Pidió que siguiera entrenándola. ¿Qué pasa por la cabeza de una deportista para llegar a considerar golpes y bofetadas como una forma de motivación? ¿Dónde están los límites en el deporte de alta competición y en deportes donde se empieza desde niños y donde se pasan incluso 8-10 horas repitiendo ejercicios y movimientos? ¿Hay que sobrepasar los límites para conseguir una medalla olímpica?
“En el deporte estamos constantemente superándonos a nosotros mismos, pero yo nunca necesité ningún tipo de maltrato para mejorarme”, explica Almudena Cid, exgimnasta española. “Evidentemente no es lo mismo la edad de los 13-14, con la que yo llegué al equipo nacional, que los 20-25. En algunos deportes la élite se practica a esas edades. Esta es una disciplina muy exigente, de mucho perfeccionismo, en la que una siempre tiene que mejorar ángulos, grados, giros, siempre es más y más porque es un deporte en el que no existe la perfección y hay que acercarse a ella. El límite está para pasarlo en ciertos aspectos, pero nunca haciendo maltrato. He pasado por cinco entrenadores en 21 años y ninguno me ha maltratado ni físicamente, ni verbalmente ni psicológicamente”, añade Cid, que compitió en cuatro Juegos. Una excepción en un mundo como la rítmica donde normalmente no se aguanta más de un ciclo olímpico por el desgaste físico y emocional que supone.
“Nunca defenderé las malas formas ni nunca respaldaré palabras malas, pero la dureza del deporte cuando quieres conseguir algo está ahí, tienes que dejar muchas cosas, no es una fiesta todos los días. Hay que hacer esfuerzos como entrenarte aunque tu cuerpo esté cansado. Tienes que tener la capacidad de saber afrontar y superar esas cosas. Si fuera fácil, todo el mundo sería campeón olímpico. El límite es llegar hasta donde uno puede y está dispuesto a aguantar. Pero el límite te lo pones tú misma: tu entrenador te guía, pero el que dice sí o no eres tú y nadie más”, explica Nuria Cabanillas, que hoy tiene 38 años y formó parte del equipo de rítmica que ganó el oro en los Juegos de Atlanta 96 junto a Marta Baldó, Estela Giménez, Lorena Guréndez, Tania Lamarca y Estíbaliz Martínez.
Le pusieron apodo de Emilio a la báscula por la que tenían que pasar cada mañana antes de los entrenamientos. “No seré entrenadora, me resulta muy difícil exigirle a una niña lo que me exigieron a mí”, dijo Estela en el documental Las niñas de oro. Nuria sí entrena a niñas de entre 3 y 19 años. Y dice que lo hace con el mismo cariño y exigencia que le dieron y reclamaron a ella.
El patinaje es otro deporte, como la gimnasia, muy técnico en el que hay que repetir saltos y giros durante horas y horas. Y donde también se empieza desde muy niño. “El problema es que el nivel de compromiso y esfuerzo que se requiere a unos críos son más propios de un adulto”, analiza Jordi Lafarga, el primer técnico de Javier Fernández. “No queda más remedio si hay que llegar a la elite con 13-14 años. El proceso de aprendizaje más duro, por lo tanto, lo tienen que desarrollar cuando son niños y adolescentes. Esos tratos vejatorios se dan en países con mucha materia prima. Si uno renuncia, hay 30 detrás. Lo hacen hasta deliberadamente, como si fuera una selección natural, el que llega a una cita olímpica es un superdotado, capaz de aguantar cualquier tipo de presión y tensión. Algunos países utilizan esos métodos para filtrar. Pero no es el caso de España, aquí no hay tanta materia prima”.
Lafarga es ahora profesor de biomecánica y fue entrenador del equipo nacional. “El patinaje es muy duro, no se puede evolucionar sin hacer un enorme sacrificio. No hay atajos. La cuestión es cómo asimila ese esfuerzo el patinador: si a través del miedo al castigo, a los gritos y a los bofetones, ya que el miedo, además, libera una serie de hormonas que hacen rendir mejor la musculatura, o a través del propio patinador. Es decir, que los estímulos para motivarse y mejorar salgan de él, que la presión venga de él, no de fuera. Yo soy partidario de este último método”, añade.
“Un insulto no es nada motivador, a una niña le puedes decir: ‘Tienes que subir más los brazos, estirar más las piernas’, pero no que es una estúpida que no vale para nada”, reflexiona Gloria Viseras, que fue gimnasta, de artística, en el equipo nacional entre 1978 y 1980. “Por desgracia está todavía muy normalizado en el deporte y hay gente que lo justifica como necesario, pero no lo es en absoluto. Conozco a muchos deportistas con mucho potencial que se han quedado en el camino porque no han tenido un entrenador capaz de motivar sin violencia. Queremos cambiar esa cultura del no pain no gain [sin dolor no hay ganancias] que está muy bien, pero con sus límites y bien explicados”. Viseras se fue a entrenar a Bulgaria a los 16 años. Su padre la alejó de Jesús Fillo Carballo, al que Gloria denunció en 2013 por tratos vejatorios y abusos sexuales cuando era menor.
“La violencia sexual es la última línea que se sobrepasa, pero hay una serie de otras líneas antes; la violencia emocional, física, verbal, las humillaciones que minan tu autoestima. Nuestro objetivo es que la gente detecte las señales antes de que se produzca el abuso sexual, si tú eres capaz de parar que un entrenador insulte a una niña para bajarle la autoestima, estás ahorrándole muchas cosas a ese niño o niña”, explica ahora. Para ello creó hace dos años una asociación llamada Oro, Plata y Bronce junto a seis exdeportistas y exgestores deportivos [todas mujeres] que sufrieron violencia. Trabajan de forma voluntaria y sin cobrar y Gloria asegura que no dan abasto.
“Lo que hacemos es concienciar, organizar talleres en clubes y ayuntamientos y dar charlas a padres, niños y entrenadores. Orientamos el trabajo de forma positiva, no hacia el abuso, sino hacía la protección de niños y jóvenes en el deporte. Intentamos dar unas pautas para detectar que se están sobrepasando los límites del respeto y de los derechos de los niños. A ellos les explicamos que un entrenador es entrenador, no es masajista, no es taxista [no tiene por qué llevar a casa en su coche particular a los niños], no es psicólogo, no es médico, no debe decirles qué lesión tienen cuando se han caído; y tampoco es un educador sexual. Y a los entrenadores les decimos que se protejan a sí mismos, que no se pongan en situaciones de riesgo”, añade.
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