El brillo interracial de Naomi Osaka
La japonesa, formada en Estados Unidos y de padre haitiano, rompe moldes en el país asiático. Con 20 años, derribó a Williams en Nueva York para conquistar su primer grande y descubrirse ante el mundo
El 8 de septiembre es y será, para Naomi Osaka (Osaka, Japón; 20 años), un recuerdo de sentimientos contradictorios. Fue el día de su primera gran coronación, de su primer triunfo en un grande, pero supuso a la vez una de las experiencias más amargas de su vida porque la tensión emocional le impidió disfrutar de lo que había conseguido, de ser la primera tenista japonesa de la historia, hombre o mujer, que lograba un éxito de tales dimensiones.
Sobre la pista, en medio de toda la polvareda que levantó el comportamiento de su rival, ella jugó como los ángeles y a la vez sufrió. Se le cayeron unas cuantas lágrimas y durante la ceremonia final apenas pudo articular palabra, en una reacción comprensible para una chica de 20 años que de repente se sabía observada por millones de miradas. Después, a eso de las diez de la noche en Nueva York, irrumpió en la sala de conferencias, donde le costaba asimilar la presencia de tantos periodistas y los flashazos de la multitud de fotógrafos.
— ¿Cómo piensas celebrar esto, Naomi?
— Mmm… Durmiendo.
La campeona en Flushing Meadows hablaba como lo había hecho durante las dos últimas semanas, en tono bajo y tenue, refugiada debajo de una visera de la firma deportiva que la equipa. Su naturalidad y su espontaneidad, además de todo lo que había ocurrido previamente, despertaron un sentimiento de ternura entre los presentes. Ella es una chica tímida y humilde, fruto de la relación entre un haitiano (Leonard Francois) y una japonesa (Tamaki).
“Aunque crecí en una casa haitiana, mi madre es japonesa, así que también me crié en la cultura japonesa. Pero supongo que como he vivido en América, también tengo esa parte”, comentaba hace unos días, cuando su nombre empezó a hacer ruido en el torneo.
Sus padres se conocieron en la Universidad de Sapporo, en 1990, y de ahí el nacimiento de la última sensación del tenis femenino, acompañada en el circuito por su hermana Meri, de 23 años y también profesional. El matrimonio, eso sí, no fue nada fácil, dado que Leonard, negro, suscitaba el rechazo de los padres de Tamaki por su procedencia étnica. Por este motivo la pareja se trasladó a Estados Unidos y allí él entendió que el porvenir de sus hijas iba a ser más próspero con una raqueta en la mano. Se mudaron allí y cuando Naomi tenía tres años se instalaron en Long Island.
Tras las estela de Kei Nishikori
No obstante, al percibir la competencia que existía en Estados Unidos los padres resolvieron que lo mejor era que sus hijas representasen a Japón, donde brilla Kei Nishikori desde hace unos años, pero donde no había hasta ahora ninguna representante femenina de primer grado. Por su interracialidad, Osaka es en su país de origen lo que se denomina de forma más bien despectiva una hafu, del inglés half, mitad. Se expresa en inglés, pero comprende perfectamente su lengua materna, aunque públicamente no la emplea; de hecho, el pasado sábado atendió durante media hora a los enviados especiales japoneses, que adivinan en ella un nuevo filón periodístico.
No soy ‘fan’ de Serena, pero al acercarme a ella me sentí com una niña
“No soy una fan de Serena, solo soy una tenista… Aunque cuando me acerqué a la red me sentí otra vez como una niña”, explicó haciendo una pausa Osaka, retirándose las lágrimas de las mejillas. Y es que desde pequeña admiró a Williams y ahora tiene en su banquillo al alemán Sascha Bajin, quien precisamente fuera sparring y hombre muy cercano a la estadounidense. “Lo elegí a él porque se torció el tobillo a los cinco minutos de nuestro primer entrenamiento…”, bromeaba mientras observaba su primer gran trofeo, el segundo premio que consigue esta temporada tras su irrupción en Indian Wells, en marzo.
En ese evento venció a jugadoras de pedigrí como la número uno, Simona Halep, Karolina Plsikova o Maria Sharapova, y una semana después despachó a la propia Serena de Indian Wells. El resto del curso transcurrió entre resultados discretos, los habituales en una tenista que está emergiendo poco a poco, y de repente eclosionó en septiembre, cuando nadie lo imaginaba. “Supongo que me sento como cualquier otra joven jugando. Quiero ganar Grand Slams y ser la número uno, por supuesto, pero trato de no ponerme demasiada presión sobre mí misma", contaba, una de las 57 tenistas japonesas que han participado en un grande.
Ya número siete del mundo, con una cadencia y una estabilidad técnica y emocional a prueba de bombas mientras pelotea, queda por ver ahora si Osaka (de 1,80 y 69 kilos, con una melena rematada por mechas californianas) es uno de esos soplos pasajeros que desfilan con frecuencia por el circuito femenino o si por el contrario ha venido para quedarse y escribir una bonita historia en su deporte. En cualquier caso, su nombre ya es historia del tenis.
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