Convivir con el miedo
Cada torneo, cada partido y cada rival son motivo de preocupación y de máximo respeto


El de este año está siendo un US Open algo inesperado. Aparte de los tenistas lesionados que no han podido participar, se han ido apeando muchos de los más prometedores. Roger Federer y mi sobrino han desplegado un tenis más inestable de lo que han venido haciendo la primera mitad del año. En la rueda de prensa posterior a su segundo partido, mi sobrino reconoció cierta intranquilidad o nerviosismo que le han impedido desarrollar un buen juego.
A priori puede parecer extraño que a un jugador de la categoría de Rafael le afloren los nervios ante un rival teóricamente inferior, o por lo menos, bastante alejado de las primeras posiciones del ranking. Teniendo en cuenta, además, la gran temporada que ha realizado, los grandes títulos que ha ganado y el hecho de que no haya perdido un solo set en los entrenamientos de toda la semana previa, con rivales de primer nivel.
El suizo, por su parte, ha perdido más sets de lo normal en él. De hecho, tuvo que llegar a las cinco mangas para ganar sus dos primeros partidos. Aventuro que cierta intranquilidad también se apoderó de él, a pesar de haber jugado la final en Montreal y de haber firmado un año excelente con dos torneos de los grandes en el bolsillo.
Hace años cuando yo veía por la tele a grandes tenistas como Björn Borg, Boris Becker, John McEnroe o Ivan Lendl, deportistas todos con un brillante palmarés y acostumbrados a mil batallas les presuponía un disfrute y una despreocupación normal en alguien que se sabe mejor y que se ha curtido con creces. Sin embargo, años más tarde me he dado cuenta de que esto no es así. No lo es para mi sobrino, desde luego, y creo que para casi nadie.
Ser un nombre dentro del mundo del tenis no es sinónimo de serenidad ni de alivio. Cada torneo, cada partido y cada rival son motivo de preocupación y de máximo respeto. Son sentimientos, creo yo, inherentes a la responsabilidad y al amor por lo que uno hace, al miedo al fracaso y a ser víctima de las cosas que se escapan de tu control. Ocurre en todos los ámbitos y en cualquier proyecto ambicioso.
Joaquín de Luz, actual Premio Nacional de Danza y principal bailarín del New York City Ballet desde el año 2005, me lo contaba cenando un día de estos. Me dijo que sigue sintiendo nervios antes de cada actuación, que la salida al escenario le impone un respeto que no le ha abandonado en sus más de 20 años en lo más alto. Y algo parecido me expresó Alejandro Sanz, en otra ocasión. A pesar de lo grande que es –palabras mías, no suyas— sigue teniendo el mismo compromiso con sus seguidores y la misma ansiedad antes de un concierto. No importa el escenario ni el público, añadió, los nervios y la enorme responsabilidad que siente hacia la música y hacia su profesión están siempre ahí.
Al final, te llames Alejandro, Roger, Joaquín o Rafael hay que convivir con ese miedo, con ese respeto y con esa pasión. El día que dejen de vivirlo así, se resentirá su compromiso y, probablemente, dejarán de estar donde están.
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