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damas y cabeleiras
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Reemplazar a Neymar, cueste lo que cueste

Perdido el jugador, el principal temor reside en saber cómo gestionará la junta actual tan suntuoso cheque

Un chico con la camiseta de Neymar pasa frente al nuevo póster sin el brasileño.
Un chico con la camiseta de Neymar pasa frente al nuevo póster sin el brasileño.J. LAGO (AFP)

Una de las circunstancias que me tienen absolutamente maravillado ante la inminente marcha de Neymar es que todavía desconocemos el coste exacto de su llegada, una anomalía inconcebible en cualquier otra entidad pero perfectamente asumible en este club cuya historia más reciente se escribe de cara a la pared, a doscientos kilómetros por hora y con los labios pintados de rojo: a lo loco. Contemplo la posibilidad de que esta sea una afirmación desproporcionada y alentada por el dolor que, como aficionado, me produce la partida del garoto pero hace un tiempo que vengo barruntando lo siguiente: si el fútbol fuese una película de M. Night Shyamalan -incluso puede que lo sea y no me haya enterado- el resto del mundo ya debe haber comprendido que el Barça está muerto pero todavía no lo sabe o, lo que es peor, sí lo sabe pero vive feliz pensando que la muerte no le sienta tan mal.

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Dice mi buen amigo Josep Bobé, socio con solera y autor de un título indispensable para comprender los orígenes del club (‘Quan no érem ni onze’, editorial Gregal), que Qatar da y quita, como los árbitros, y no seré yo quien le lleve la contraria: para descifrar al Barça, como a la vida, conviene siempre escuchar a quien ha trasegado más uva que tú. La suya es una visión afilada que poco tiene que ver con la bondad propia de los seres de luz, esos millares de socios y aficionados capaces de sostener que Neymar aterrizó en Barcelona enamorado de aquel fútbol con copyright, deslumbrado por el buen vestir de las zamarras azulgranas y con la ilusión de convertir la banda izquierda del Camp Nou en el pequeño jardín de su nueva casa. Nada tuvo que ver el dinero, aseguran, en la decisión de un padre y un hijo a quienes se les intuía modestia por los cuatro costados de Instagram hasta hace unas pocas semanas: llegó por amor y se va por dinero, así reza desde ya la leyenda del forajido Neymar y el nuevo Darth Vader.

Perdido el jugador, el principal temor reside en saber cómo gestionará la junta actual tan suntuoso cheque. Ocho ceros ilusionan al más pintado pero nadie mejor que el aficionado culé para saber que los entierros más austeros se fraguan entre la opulencia y los brindis de urgencia, como una mala noche en el casino: recordar cómo se invirtieron los millones recibidos a cambio de Luis Figo es cuento recurrente, todavía hoy, entre los amantes de la narrativa de terror y las fogatas de acampada. Desde Coutinho a Dybala, pasando por Mbappé, todos los nombres sugeridos parecen solventes pero convendría recordar que no todo el mundo cae de pie en el salto del papel al césped. Más que un debate de nombres, el Barça debería afrontar la disyuntiva entre retomar una idea que lo hizo eterno o persistir en el atajo forzado, en una suma pura de talentos que ya se ha mostrado defectuosa. Ninguno de los que lleguen será mejor futbolista que Neymar y ni su religiosa presencia bastó para disputar al máximo rival la hegemonía europea en las dos últimas temporadas. ¿Solución? Fichar a Toni Kroos y a Marco Asensio aunque nunca, jamás, nos revelen el precio de las dos operaciones: si vamos a comportarnos como millonarios caprichosos, al menos hagámoslo bien, cueste lo que cueste.

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