El viento boicotea el segundo día en Río
Los Juegos respiraban al empezar a superar los problemas de transporte, colas y seguridad, pero el viento sembró el caos el primer domingo olímpico
Hay una señal inequívoca en Río de Janeiro que sugiere que el día será de viento: el olor a cloaca. Al llegar al Parque Olímpico, a través de una pasarela que une la parada de autobús con los estadios, una fuerte brisa fétida sorprendió a los aficionados. “Mmmm, ¡qué deleite!”, ironizaban transeúntes y visitantes. Bajo sus pies se remansaban litros de agua estancada procedentes de un arroyo caudaloso de aguas fecales con un par de conos de tráfico abandonados, señales perdidas de la promesa olímpica de invertir en saneamiento básico y limpiar las lagunas que rodean el Parque, abandonada en un cajón. Pero no fue el único problema que el viento provocó en el segundo día de competiciones múltiples: las que entretienen a los 10.000 deportistas en su desafío olímpico y las que enfrenta diariamente el comité organizador, un desafío más complicado aún contra la maldición.
Controlada la violencia con el despliegue del ejército, y la seguridad, con cerca 85.000 agentes, y en vías de resolución los problemas del transporte, gracias también, al menor tráfico dominical, y de colas en la entrada feliz del Parque Olímpico, la siguiente plaga asoló Barra y las lagunas, el viento del sur, que comenzó a desnudar las estructuras olímpicas provisionales.
Las vallas protectoras de la misma pasarela del transporte comenzaron a caer a media mañana poniendo en peligro a los peatones, mientras los voluntarios gritaban para que la multitud utilizase el lado opuesto del trayecto. Una de las lonas de la fachada del centro acuático, que recuerda a los tradicionales azulejos portugueses, se desagarró dejando ver la tramoya que la sostenía, y hasta Rafael Nadal tuvo que suspender su entrenamiento cuando las lonas protectoras de las gradas comenzaron a despegarse y un tablón de madera se desprendió y le cayó al lado.
La jornada se retrasó dos horas en las pistas con graderíos de andamio, azotadas por las ráfagas que se arremolinaban en sus esquinas.
En el parque de Deodoro, donde se celebran las competiciones de tiro e hípica a más de 30 kilómetros de los principales estadios, los voluntarios tuvieron que unirse para asegurar las lonas que amenazaban con volar por los aires. Y testigos presenciales relatan que el tranquilo lago de Rodrigo de Freitas, donde los remeros regatean, pareció de repente un mar bravo con grandes olas que inundaban las barcas y las volcaban. Hasta hubo un naufragio. Evidentemente, la jornada de remo debió suspenderse.
No es la primera vez que el viento causa perjuicios en el Parque Olímpico, un conjunto de pabellones de arquitectura más o menos afortunada desperdigados en un gran baldío localizado en una laguna sin protección natural contra las corrientes de aire. En julio, rachas de más de hasta 60 kilómetros por hora, también desprendieron las lonas de las instalaciones, algunas de ellas temporales, como el centro acuático cuyos materiales servirán para construir dos nuevos estadios con piscinas de tamaño olímpico. El viento sur de este domingo fue todavía más fuerte: alcanzó rachas máximas de 72 kilómetros por hora.
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