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La deforestación de Brasil

La Canarinha inició un proceso autodestructivo tras caer en el 82 con una selección fascinante

José Sámano
La defensa brasileña, en uno de los goles de Alemania
La defensa brasileña, en uno de los goles de AlemaniaADRIAN DENNIS (AFP)

El estupor de los brasileños tras el morrocotudo descalabro ante Alemania puede verse agravado si Scolari o alguno de sus superiores no rectifican de inmediato. Las palabras póstumas del seleccionador fueron aún más alarmantes que el 1-7, porque el fútbol ofrece la redención, por mucho que ahora la penitencia vaya a ser sonada. Más dura será si el problema no es diagnosticado de inmediato, si alguien no enfoca de forma adecuada dónde estuvo el error fatal. No parece que sea Scolari, quien dijo tras el batacazo de todos los siglos: “Este grupo está haciendo camino hacia el Mundial 2018 de Rusia. De nuestros 23 jugadores, 14 o 15 estarán en Rusia. Es una derrota fea, horrible, la peor, pero aún estamos caminando en dirección al futuro. Yo no tengo ninguna duda ni me falta crédito”.

Por sus palabras se deduce que el porvenir pasa por profundizar en la scolarización y en ese empecinamiento por renegar de los majestuosos archivos del fútbol local. Resulta alarmante que, tras un siniestro mundial de proporciones desconocidas, el instigador del cambio de molde vislumbre que el porvenir pase por aumentar la dosis de más de lo mismo. Ya excede a la terquedad. Brasil tiene motivos para el pesimismo crónico si el camino elegido para el más allá es que Scolari y sus rectores perseveren en tirar del mismo hilo. Por esa senda, La Canarinha solo tiene yermo y rastrojos. Brasil, su fútbol, tiene un grave problema estructural y en su fascinante vivero de toda la vida hoy tiene moho. De existir un tesoro, debe ser un recluso de Scolari y sus acólitos, porque la selección se ha vulgarizado de tanto rastrear futbolistas con siete colmillos. Como si a Beethoven le hubiera dado por el heavy metal.

Scolari, durante el partido ante Alemania
Scolari, durante el partido ante AlemaniaPEDRO UGARTE (AFP)

En Brasil, ni en sus peores ciclos, hubo un solo Neymar. El de ahora parece un espontáneo, como si fuera fruto de un penalti casual. La deslealtad con el pasado, con una escuela mítica, ha resultado una estafa, un agravio a la antología de Leónidas, Pelé, Garrincha, Tostao, Zico, Ronaldo y tantos y tantos fetiches del mejor fútbol que se haya visto jamás. Ganaron como nadie, deleitaron al personal y nunca perdieron como ahora. Los de hoy perdieron como nunca y mataron de aburrimiento. Un Brasil postizo, sin retrovisores, nada autóctono.

La deforestación comenzó a partir de 1982, cuando Brasil tuvo un traspié con Italia en Sarrià y dejó el Mundial español antes de tiempo, sí, pero a hombros de aficionados de todo el planeta. Entonces, La Canarinha puso en marcha un diabólico plan para aliviar una afrenta que solo estaba en su imaginación. Aquel Brasil de Zico, Cerezo, Junior, Falcao y Sócrates solo había perdido un partido, no el fervor popular, un trofeo que trasciende a los marcadores porque solo está al alcance de los elegidos. Aquella selección encandiló y, junto a la Hungría del 54 y la Holanda del 74, son los tres mejores campeones de la derrota que jamás se hayan visto. Ninguno mereció reproches, salvo esa dichosa pelotita tan traicionera. Lejos de presumir, a Brasil le dio un enfermizo ataque de resultadismo, de pronóstico grave.

El equipo de Scolari es como si a Beethoven le hubiera dado por el ‘heavy metal’

Insólito, los jerarcas del fútbol brasilero optaron por arrancar lo más florido de su historia y envidar por otros medios para justificar el fin. ¿Pero es que no tenían más motivos que nadie para saber con qué medios habían conseguido tantos fines sin tener nada que justificar? El principal, el de los malabares playeros, el que no se quitaba la sonrisa de la boca ni en la final de todas las finales, el de los que hacían chistes con el balón sin por ello rebajar un ápice su fibroso, elástico y resistente físico. En ningún rincón del planeta florecía más, pero llegaron los inquisidores.

Brasil mandó su pasado al carajo y quiso parecerse a cualquiera. No fue inmediato, claro, porque la genética no se altera en media hora, pero empezó a dar pistas. Al Mundial del 90 incorporó un defensa líbero, que entonces solo era un pecado alemán y de aquellos que solo pueden sobrevivir con una montonera defensiva y cruzando los dedos. Ya fue un tostón, aunque de algún atolladero le sacaban reputados como Alemão, Jorginho, Branco, Careca o Muller. El problema es que Dunga ya se dejaba ver como símbolo de la nada.

La deslealtad con el pasado ha resultado una estafa, todo un agravio

Cuatro años después, en Estados Unidos 94, se patentó el invento del cuadrado mágico, para soponcio de Didí, Gerson, Rivelino, y compañía, que siempre fueron mágicos sin geometrías. Aquella ortopedia consistía en dos centrales fornidos y dos medios defensivos como guardianes. Uno era Dunga, el otro era excelente, Mauro Silva, pero con el tiempo su estela dejó paso a una columna de matracas, una herejía. Romario y Bebeto se las ingeniaron para llegar a brindar tras un pestiño de final. Brasil iba en dirección contraria a su historia pero aún tenía alguna agarradera, como la de Ronaldo para llegar hasta la final de Francia 98, o la del propio Fenómeno junto a Rivaldo y Ronaldinho, que entronizaron a Scolari en 2002.

El imparable rumbo a la mediocridad engulló a Ronaldinho y Kaká en 2006. La deriva hizo que en Sudáfrica el peso del juego recayera en Kleberson, Felipe Melo y Gilberto Silva. Apenas había ya sostenes, pero el técnico Menezes, con el volante en las manos, no pudo con el oro en Londres 2012 y Scolari regresó a tiempo de proclamarse el jabato vengador del Maracanazo hecho un Felipao curtido por Europa. La Copa Confederaciones de 2013 fue un espejismo, por más que Brasil arrollara a una España con pocas piernas y la cabeza en otro sitio. El Mundial es otro recorrido y las exigencias se disparan.

Al término de la zurra recibida de Alemania, Scolari se parapetó también en que la propia selección germana falló en su Mundial de 2006 y en la Eurocopa de 2008, pero mantuvo el bloque de jugadores. Se hace trampas, porque aquella Alemania buceó en lo mejor de su pasado, en el modelo de Overath, y no se dejó tentar por la idea de hercúleos atletas convertidos en futbolistas con los pies dislocados. El resultado es esta brillante generación a la que ha acunado y esperado hasta volver a una final 24 años después. España, a su vez, partió de 2008 con el modelo definido y, pese al batacazo en este Mundial, bendita traición a su furioso e irrelevante pasado. En Brasil, el pasado era único, pero los Scolaris opositan para gobernar el futuro. Eso es más inquietante aún que el 1-7. Un resultado traumático que debería servir para impugnar para siempre lo que Brasil ya no es. La Canarinha se lo debe a Brasil y al fútbol mundial, al que sus antepasados hicieron tan dichosos. El de ahora mataba por ulceroso y, desde el martes, por pena. El mejor consuelo: visitar el museo del fútbol brasileño, la mejor futbolteca del mundo. ¿Habrá ido Scolari?

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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