Messi se pone en la órbita de Neymar
La Pulga se asemeja a La Pulga, anota un doblete, doblega a Nigeria y descansa
Para medirse con fiabilidad a sí misma, Argentina necesita dar con un diagnóstico claro de Messi. Es preciso examinar con detalle cada segundo del astro, si corre o trota, si solo pica en el medio o se lanza al abordaje del área, si sonríe o arquea una ceja, si se ausenta o se proclama a menudo con la pelota, si le distrae una mosca o él atolondra a los adversarios. Hay que evaluar todo, por insignificante que parezca. Para alivio albiceleste, ante Nigeria, La Pulga se pareció a La Pulga, no a ese futbolista entumecido de los últimos tiempos, y amenizó el encuentro para los suyos. Con lo que ello supone para el futuro.
Más que por los goles, oficio al alcance de genios como Leo hasta cuando no están en plenitud, Messi emitió todo tipo de señales positivas. Corrió, no paseó. Tuvo marcha, desbordó, asistió, embocó y hasta aceptó de buen grado con una sonrisa cómplice que Sabella le retirara pasada la hora de partido. Como testamento, dos goles, con lo que ya suma cuatro, los mismos que Neymar. No es un desafío cualquiera, sino que puede ser trascendental. Si el brasileño gobierna el campeonato será interesante comprobar si se trastocan los papeles en el club que les afilia. Quién sabe si como presagio de lo que se avecina en la carrera por el trono Mundial, los cerca de 30.000 argentinos asistentes al partido se hartaron de corear uno de sus cánticos preferidos en estas tierras, el que machaca a los brasileros con que Maradona fue mejor que Pelé.
Con Messi en patines, Argentina tomó la delantera en un parpadeo, lo que tardó Di María en meterse en faena. Un remate del madridista hizo carambola en el poste derecho de Enyema y al rechace llegó Messi como un trueno para reventar la pelota en su primer gol del torneo dentro del área. La respuesta de Nigeria fue inmediata y Musa, con un disparo en comba, superó a Romero desde el costado izquierdo. Pero la huella de Messi no había sido fugaz. Se le veía ligero, sutil, dinámico, chisposo y eficaz como infiltrado entre el dique de Mascherano y Gago y la delantera. Es en ataque donde Argentina tiene su gran inversión. Por falta de mediocampistas, su fútbol es un órdago ofensivo, acepta el intercambio de golpes porque no tiene otra vía. Con Messi, Agüero, Higuaín y Di María no hay término medio. El plan no le ha dado juego, sino resultados, pero ante rivales como Irán, Bosnia y Nigeria. Habrá que ver si la fractura entre defensa y ataque cuela ante contrarios de mayor pedigrí cuando se empine el Mundial.
Nigeria, clasificada como segunda, no es lo que era. Mantiene el forro muscular, con futbolistas de mármol, pero le falta el ingenio y atrevimiento de aquella incunable generación de Finidi, Okocha, Yekini y Kanu. Con todo, Argentina siempre tuvo un punto de exigencia. El desatino de Higuaín, que como todo delantero necesita un gol para despejar sus angustias, y la invisibilidad de Agüero —retirado con molestias poco después de la media hora— dejaron el choque a los pies de Messi y Di María, con el primero como guionista de toda la ofensiva y El Fideo con la repetidora cargada una y otra vez ante un efectivo Enyema. Nigeria, a la que valía el empate, sobrevivía en la cueva.
A un momento del descanso, Messi resolvió uno de las intrigas del campeonato. Indómito como es, este juego tiene un catálogo con su propia lógica y la contraria. ¿Cómo explicar si no que justo que ahora que los árbitros reglamentan con spray la distancia de las barreras solo se hubiera marcado un gol de falta en 40 partidos? El único bingo había sido el de Dzemaili, un suizo de origen macedonio que milita en el Nápoles, que hizo blanco ante Francia. Enigmas del fútbol. Salvo para Leo, que primero hizo volar al meta africano y a la segunda ejecución le batió cuando la pelota parecía más sencilla para Enyema.
Vivaz y relampagueante, el capitán argentino puso en órbita a su equipo y resistió sobre el campo hasta que Rojo, de un rodillazo, deshizo otro empate de Musa, esta vez tras un enredo general en la defensa de Sabella. El segundo acto había arrancado como el primero, con goles instantáneos en los primeros minutos. Hacia la hora, tras una buena asistencia a Higuaín, al que concedió más de una, Messi abrochó el brazalete a su amigo Mascherano, palmeó a unos cuantos compañeros y devolvió la ovación a la hinchada. A refugio en el banquillo, las cámaras le enfocaron sonriente. Noticia de primera para Argentina. Su mejor resultado de la jornada.
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