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En México siempre gana el mismo

El magnate Carlos Slim vence en la liga mexicana de fútbol antes de que se juegue: los dos equipos que se la disputan (León y Pachuca) le pertenencen

Juan Diego Quesada
Carlos Slim, de rebeca negra y camisa blanca, en el palco del León
Carlos Slim, de rebeca negra y camisa blanca, en el palco del LeónLEÓN CLUB

El jueves, en el estadio de la ciudad de León, Guanajuato, habrá alguien que se sentirá campeón incluso antes de que el árbitro dé el pitido inicial de la final del campeonato mexicano de fútbol: Carlos Slim. El magnate de la telefonía, uno de los hombres más ricos del mundo, es propietario de los dos equipos que se juegan esta semana el título, el Pachuca y el León. En un patio de colegio, Slim sería el niño dueño de la pelota.

Slim Helú (Ciudad de México, 1940) ha terminado conquistando uno de los últimos territorios que parecía hasta hace unos años ajeno a sus intereses, el fútbol. Una anécdota que a menudo cuentan los mexicanos es que alguien que viva en México puede pasar un día entero gastando dinero exclusivamente en negocios que algún día han sido suyos: desayunando en la pastelería El Globo, llamando por teléfono en Telcel, navegando por Internet con Prodigy, comprando ropa en Sears, billetes de avión en Volaris, cenando en Sanborns y durmiendo en los hoteles Calinda. Los terrenos de juego parecían escapar de su tremenda influencia en el día a día de este país pero en los últimos tiempos se hizo con los dos equipos que van a disputar la final y con un tercero, Tecos, que casi gana la final para subir a la máxima división, la Liga MX.

En otros países donde el fútbol es algo más que un juego, se antoja impensable que un solo hombre pueda ser el dueño de dos equipos que compitan entre sí. En México no hay ninguna ley que lo prohíba. Emilio Azcárraga, el propietario de Televisa, es dueño del América, uno de los clubes más populares, y a la vez lo fue del Necaxa, aunque acabó vendiéndolo. Y un tiempo también fue del San Luis. Tv Azteca, la otra cadena de televisión potente del país, posee al Morelia y al Atlas.

La prensa deportiva, que lleva tiempo hablando de la credibilidad que pierde el fútbol mexicano ante episodios claros como este de conflictos de intereses, se lo toma un poco a broma. "Final en familia", tituló Cancha, el suplemento de deportes del periódico Reforma. "Slim, dueño de la final", le entró al debate el cuadernillo de El Universal. La crónica de ese periódico aprovecha el lema de un anuncio de Telcel que destaca la "buena" cobertura de la red de teléfonos para hacer un juego de palabras: "Todo México es territorio Slim".

La multipropiedad no es el único tema espinoso en el fútbol mexicano, que no adolece precisamente de falta de presupuesto. Los jugadores de esta liga ganan 84 millones de dólares al año, una media de 210.000 dólares, según la revista Forbes. Las estrellas están muy bien pagadas. Los estadios son grandes y modernos. El público parece dispuesto a gozar y a consumir, lo que es bueno para el negocio. Las gradas no suelen estar vacías, como pasa últimamente en Italia y España. Los autobuses están llenos de merchandising de los equipos y en el metro la gente luce con orgullo las camisetas de sus clubes. ¿Por qué no termina de enganchar a nivel internacional esta competición?

El problema parece ser estructural. Los empresarios tienen demasiado peso en las decisiones de la federación, casi la manejan a su antojo. El comité de árbitros lo vigilan los clubes, y quienes más poder tienen más influyen sobre ellos. El pez grande se come al chico. El comité disciplinario se gestiona de la misma manera. El año pasado unos jugadores dieron positivo por dopaje y nunca se supo quiénes eran ni a qué equipos pertenecían. Los horarios y los derechos televisivos tampoco están del todo claros. Cada club los gestiona por su cuenta. Los psiquiátricos podrían estar llenos de gente que intenta seguir la liga con regularidad. Uno puede encender el televisor y encontrarse que un partido de la liga se juega a la misma hora que otro de la Copa Intercontinental, el trofeo regional. Los mexicanos también disputan la ConcaChampions, un torneo entre equipos centroamericanos, norteamericanos y caribeños que no interesa a nadie. Las estrellas que tanto cobran a menudo están pasadas de peso y se suceden los actos de indisciplina. La compleja liga mexicana parece necesitar una sesión en el diván.

Hay quien ve beneficios en que una sola persona sea dueña de varios clubes. Sobre todo a quienes les llega puntual el cheque a fin de mes. El jugador Luis Montes, uno de los elegidos por el seleccionador mexicano Miguel Herrera para ir al Mundial de Brasil, celebró la estabilidad que vive el club: "Se habla de que han hecho un gran trabajo (refiriéndose a los directivos) y, a veces, la multipropiedad es buena". Rafael Márquez, el exjugador del Barcelona y defensa del León, también ve el lado bueno: "Hablando financieramente, es muy sustentable. Contamos con un grupo (Carso, las tres primeras letras de su nombre y las dos primeras de Soumaya, su esposa ya fallecida) muy sólido, que lo es más desde que llegó el ingeniero Slim". El director deportivo del León, Rodrigo Fernández, se hizo el ofendido cuando le preguntaron por un posible apaño entre los equipos y volvió a destacar la suerte de tener un jefe con la cartera llena: "Es un grupo que da buen trato a los jugadores, con pagos puntuales. Si es así que vengan más empresarios, y si tienen dos equipos adelante".

La final tendrá un toque familiar. Enfrentará a un padre y a un hijo, aunque sin tintes edípicos. Parecen más bien unos compadres jugándose un cartón de bingo tras una cena de Navidad. Jesús Martínez Patiño es el presidente del Pachuca y su vástago, Jesús Martínez Murguía, el del León. Slim compró primero Pachuca, un club con historia y una estructura sólida, y después trasladó parte de ese know how al equipo de Guanajuato. Se entiende que, pase lo que pase en el terreno de juego, circulará el champagne en el palco. Nadie perderá del todo. Slim, si quisiera, puede llevarse el trofeo a casa. 

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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