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La montaña interior

Con casi dos meses de expedición a sus espaldas y apenas dos tímidos intentos de cima, Simone Moro tira de fuerza mental para apurar todas sus opciones en el Nanga Parbat

Moro, en la tienda del campo 1 del Nanga Parbat
Moro, en la tienda del campo 1 del Nanga Parbat

Cincuenta y cinco eternos días de vida en el campo base del Nanga Parbat apenas han ofrecido a Simone Moro y su compañero David Goettler dos tímidos intentos de ataque a cima. Del último, hace menos de una semana, no se retiraron: huyeron despavoridos desde la cota de los 7.000 metros, ahuyentados por un viento infernal, acuchillados por una sensación térmica de 50 grados negativos. “Hay una montaña hasta los 7.000 metros, y otra encima de esa montaña”, constataba Moro en voz alta, aferrado a una taza de té en la tienda cocina del campo base. Pero sobre todo, hay otra montaña: la interior. Vivir casi dos meses a los pies de una montaña bajo los rigores del tremendo invierno del Karakorum exige una fuerza mental singular. Simone Moro dispone de esa fuerza. En 2008, durante su intento de conquista invernal del Broad Peak, los dos alpinistas pakistaníes que le acompañaron esperaban una renuncia que llegó semanas después de lo que estaban dispuestos a soportar. Emilio Previtali, encargado de la comunicación desde el Nanga Parbat observa de cerca a Moro: “De lejos, es el más sereno. Sabe que debe esperar y lo tiene tan asumido que no se pone nervioso”, asegura.

David Goettler, deja atrás la tienda del C 1.
David Goettler, deja atrás la tienda del C 1.

Falta aún casi un mes para que el invierno acabe de forma oficial, el próximo 21 de marzo. Nadie duda de que Moro piensa quemar todas las opciones, y esto pese a que sobre su serenidad pesa el mismo miedo a lo desconocido que tanto estimula a los mejores alpinistas. El italiano no sabe qué montaña va a encontrarse una vez supere los 7.000 metros de altitud. Y el temor a lo que ha de venir es algo de lo que uno no se separa fácilmente. Sabe que el recorrido es largo y complejo, con una enorme travesía horizontal por la vertiente Diamir que resultará especialmente penosa de regreso desde la cumbre. El cambio de vertiente supone al mismo tiempo un tremendo salto psicológico: se sueltan las amarras de lo conocido, de lo controlado y se sumerge uno en un mundo aleatorio, en un camino que puede acabar resultando una trampa. De la gestión de semejante realidad surgen los grandes alpinistas. Siempre hay un momento para renunciar, muchas veces asumido antes incluso de partir. Pero también existe un momento para osar. ¿Sigo o no sigo? La clave está en no errar en la apreciación de las fuerzas, de la voluntad real de pelear, del terreno…

Así, la estrategia pasa por la velocidad pero si bien durante su conquista del Gasherbrum II Moro, Richards y Urubko apenas precisaron dos días de buen tiempo, aquí el italiano y su compañero alemán necesitan cinco.

Ahora mismo, parece imposible que el viento ceda razonablemente, que el sol brille por espacio de, al menos, tres días, que el viaje a lo desconocido se revele menos severo de lo que apunta. Pero en la pugna psicológica, Moro arranca con ventaja: sabe que no está dispuesto a viajar sin cubrirse las espaldas; sabe que renunciará si en su ascensión se queda sin red, que no le cegará la ambición. Si ha sobrevivido a 50 expediciones es porque cuenta a pares sus retiradas. Y ya se declara dispuesto a regresar el año que viene. Dispone de un mes para zanjar una ascensión que puede acabar con 25 años de intentos baldíos.

Goettler, llegando al campo 2
Goettler, llegando al campo 2

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