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Barra libre en el multiverso de la gala de los Oscar

La gran noche de Hollywood es un desbarajuste sin respiro, como la triunfadora de esta edición, la inusual ‘Todo a la vez en todas partes’. Así se vivió la ceremonia desde el interior del teatro Dolby

Ke Huy Quan, ganador del Oscar al mejor actor de reparto.
Iker Seisdedos

En el multiverso de la gala de los Oscar, celebrada este domingo en Los Ángeles, todo sucedió a la vez en todas partes. Cate Blanchett estaba resplandeciente y con los nervios a raya en la barra más exclusiva del teatro, tan tranquila que tuvieron que recordarle que llegaba el momento en el que, pocos minutos después, Michelle Yeoh le arrebataría el premio a mejor actriz; el director de Elvis, Baz Luhrmann, pedía que le sujetaran algo que parecía un gin tonic para hacerse un selfi con dos admiradores, se ve que era su manera de retener el control sobre el plano; mientras Harrison Ford escondía el whisky que llevaba en la mano, como un adolescente sorprendido por sus padres, para hablar con la joven Nobel de la Paz Malala Yousafzai, que estaba allí en calidad de productora ejecutiva de un corto.

Todo a la vez en todas partes, título de la película que arrasó con siete Oscar en la 95ª edición de los premios de Hollywood, ha demostrado desde su estreno ser útil para muchas cosas; también para describir la experiencia de vivir la ceremonia desde el interior del teatro Dolby.

Bajo la apariencia reluciente y ordenada de la retransmisión televisiva, la ocasión se parece más a un feliz desbarajuste, mucho menos ordenado de lo que cabría esperar, con la gente yendo y viniendo por los cuatro pisos para aprovisionarse de palomitas dulces con un toque de chile, con los amantes de la barra libre acodados en el bar y, más o menos desde el momento en el que la cerveza se agotó, con los invitados dedicados a cosas más entretenidas que una gala presentada por el cómico Jimmy Kimmel, que, francamente, no será recordada por su interés.

Todo muy comprensible (en todas partes). Lo es que la Academia prefiriese una ceremonia sin sobresaltos, después de la del año pasado, en la que Will Smith visitó el cielo y el infierno una desabrida noche de marzo, al pegarle un bofetón a Chris Rock por hacer un chiste sobre la alopecia de la mujer de aquel, Jada Pinkett Smith, para luego ganar la estatuilla a mejor actor protagonista.

También se comprende que si has logrado el premio a mejor película internacional, como el equipo de la alemana Sin novedad en el frente, quieras celebrarlo en el ambigú con tus amigos de Berlín, mientras abren el sobre con, pongamos, el ganador del corto de animación y los presentadores dan los premios así llamados técnicos volviendo a explicar la importancia del montaje en el arte cinematográfico. ¿Será que los guionistas de la ceremonia creen que la audiencia de los Oscar no solo es menguante, sino también un poco dura de mollera?

Edward Berger recibe el premio por 'Sin novedad en el frente'.
Edward Berger recibe el premio por 'Sin novedad en el frente'. Chris Pizzello (Chris Pizzello/Invision/AP)

Para contribuir a la prevención de riesgos estuvieron los diseñadores de la escenografía de la gala, un homenaje a los viejos cines art decó que aún resisten en algunos downtowns de Estados Unidos, con sus marquesinas iluminadas y su promesa de fantasía. En 2022, con la pandemia aún muy presente, esos diseñadores pensaron que era buena idea convertir el patio de butacas en un club con sus mesas separadas, y eso permitió que Smith pudiera caminar decididamente y sin obstáculos al encuentro de Rock. Este año, optaron por dejar tranquila la organización natural de las butacas del teatro.

Para todo lo demás, se pudo contar con los seatfillers, una extraña tribu de hombres y mujeres sin atributos que solo se dejan ver un día por año: el de la gala de los Oscar. Los contratan (aunque no reciben dinero a cambio, según aclararon dos de ellos, Alexandra y Spencer) para estar al quite y ocupar las butacas de los invitados cuando estos salen a atender a la prensa tras recoger un premio o a estirar las piernas. Su misión es que no se vean sitios vacíos si las cámaras apuntan. Son como los actores secundarios de El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán Gómez: su virtud y su única valía, todos de riguroso negro, es pasar desapercibidos, en una noche en la que el resto se desvive por destacar.

Relaciones públicas

Es también una noche en la que las estrellas están relajadas y, no hay que olvidarlo, trabajando como relaciones públicas de su simpatía, así que uno puede hablar sobre las mejores tiendas de discos de Los Ángeles con el músico Questlove, que el año pasado ganó el Oscar al mejor documental por Summer of Soul y este entregaba otro premio; con Daniel Brühl del novelista Erich Maria Remarque (autor del clásico antibelicista en la que se inspira Sin novedad en el frente, película que Brühl interpreta y produce); comentar la actuación de Lady Gaga con Paul Dano (lo mejor de la noche para el actor de Los Fabelman); lamentar el “resultadismo” de la cultura actual con Ricardo Darín (era su manera de ponerse en lo peor, porque no, Argentina, 1985 no obró “el milagro” y se fue sin su estatuilla a mejor película internacional); o descubrir que Eva Longoria es una mujer bastante directa. A la pregunta de cómo se sentía en una noche tan especial, respondió en español: “Tengo hambre, estoy cansada y me duelen las patas”.

También expresó su amor por Marbella y dijo que estaba “emocionada” de estrenarse en los Oscar. Otra que debutaba era Ana de Armas. No cumplió el sueño de ganar el premio a mejor actriz (por hacer de Marilyn Monroe en Blonde), pero al término de la gala celebró que hubiera habido “tanta diversidad en los galardonados” y “tantas primeras veces”.

Ana de Armas, durante la gala.
Ana de Armas, durante la gala.ETIENNE LAURENT (EFE)

Una de esas primeras veces la protagonizaron las tres hermanas del director Steven Spielberg. Este nunca se había dignado a invitarlas al teatro Dolby hasta este domingo, y eso que Spielberg es el único cineasta que ha estado nominado en seis décadas distintas. “Pero este año es especial, porque concurso con una película [la autobiográfica Los Fabelman] muy personal. He necesitado mucho coraje para hacerla”, contó en una conversación con EL PAÍS antes de que empezara la gala (y, por tanto, antes de saber que el galardón era para otros: Daniel Kwan y Daniel Scheinert, por Todo a la vez...). ¿Es la misma valentía que hace falta para presentarse en el Dolby con esmoquin y zapatillas de deporte? “Eso no es valentía”, respondió el director de Tiburón: “Es sentido común: este es un día demasiado largo”.

No tanto como el de otros, en su caso. A Spielberg no se le vio en la fiesta que sigue a la gala, el Baile del Gobernador, celebrada en un amplio salón con abundante comida y más bebida. Allí los protagonistas indiscutibles fueron los miembros del equipo de Todo a la vez..., que atrajeron todos los focos al pasar por el trámite de customizar sus estatuillas.

La cosa funciona así: cuando uno gana el premio más codiciado de Hollywood, le dan un Oscar sin nombre, claro, al que luego le añaden una placa con sus señas. Este año, en una fiesta mucho más animada que la del pasado (y eso que habían hecho desaparecer la pista de baile), ese trámite acabó en espectáculo, en el que el poco glamuroso acto de atornillar un trozo de metal a una base de madera se convirtió en otra contagiosa demostración del entusiasmo de los directores y actores de la película independiente que ha roto todas sus modestas expectativas.

Michelle Yeoh espera a que coloquen la placa a su estatuilla, en la fiesta del Baile del Gobernador, este domingo en Los Ángeles.
Michelle Yeoh espera a que coloquen la placa a su estatuilla, en la fiesta del Baile del Gobernador, este domingo en Los Ángeles. ANGELA WEISS (AFP)

En el multiverso del Baile del Gobernador, Michelle Yeoh hacía carantoñas a su nuevo y dorado mejor amigo, Jamie Lee Curtis no podía ocultar la emoción de sentir que al fin había llegado a una meta que nunca alcanzaron sus padres, Tony Curtis y Janet Leigh, y Ke Huy Quan se subía a la mesa y hacía travesuras como si nunca hubiera dejado de ser Data, el empollón que interpretó en Los Goonies.

Parafraseando a su personaje en Todo a la vez en todas partes dio la impresión de que cada rechazo, cada decepción, llevó a los tres intérpretes hasta el gran momento que vivieron el domingo. Fue su entusiasmo el que salvó la gala de los Oscar de acabar en un viaje al multiverso del aburrimiento. Eso, y la buena voluntad de los invitados, que celebraron en el patio de butacas un premio cantado detrás de otro, como cuando a uno le organizan una fiesta de cumpleaños sorpresa, descubre las intenciones de sus amigos, y aún finge asombro para no quitarles la ilusión.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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