Un legado del Mundial de Qatar
27 arquitecturas ligeras, transportables y modulares ideadas por el estudio de Zaha Hadid para la competición se convertirán en clínicas, refugios y escuelas en Yemen, Turquía y Siria
Se van a cumplir siete años desde que, tras una gripe convertida en neumonía, Zaha Hadid murió en Miami. Paradójicamente, el nombre ya sin vida de la arquitecta iraquí ha inaugurado más edificios que los que ella consiguiera estrenar en vida. Hoy el estudio que lidera el alemán Patrik Schumacher —y que pese a las disputas legales continúa llevando su nombre— tiene 400 empleados y trabaja en 950 proyectos en 44 países distintos. Hoteles, aeropuertos (el de Pekín), estadios, centros comerciales, sedes empresariales… muchas son obras mayores, grandes complejos. Todos son extraordinariamente plásticos, marca de la casa. Casi ninguno tiene la fuerza de las propuestas de la primera arquitecta que consiguió el Premio Pritzker, una profesional que fue llamada, durante décadas, “la arquitecta de papel” precisamente por la dificultad que tuvo para convertir en obra sus ideas. Pero es de rigor reconocer que parecen funcionar mejor. Parecen máquinas de precisión.
Por eso, aun convertida en historia de la arquitectura y en reclamo entre familiares y socios, la firma Zaha Hadid sigue recorriendo el límite impreciso entre el riesgo para construir con o para regímenes poco democráticos y la necesidad de hacerlo para ellos porque no hay nadie como un gobierno con voluntad de comunicar que se puede creer en la extraordinaria fuerza de la arquitectura. Esa podría ser una asignatura pendiente de las democracias. ¿Por qué los absolutismos suelen estar detrás de tantas de las audacias arquitectónicas?
Que estas 27 tiendas de campaña, con versatilidad suficiente para convertirse en clínicas, clases o refugios temporales, sean un acto de solidaridad, humanidad, altruismo, lógica —ayudar lo suficiente como para no ahogar— o publicidad, queda por decidir. O pueden serlo todo a la vez. El hecho es que las tiendas se van a reciclar, son versátiles, admiten cambios de uso y ya están funcionando como escuelas en Pakistán. Por eso, como artilugio arquitectónico, son una fiesta de la imaginación. Y proponen una idea más feliz de la temporalidad.
Han sido las asociaciones Education Above All y la Qatar Red Crescent las que han hecho posible que estas tiendas, tras ser utilizadas por la FIFA durante el Mundial de Qatar, se conviertan ahora en el escenario para mejorar la vida de otras personas que, tal vez, poco tengan que ver con el fútbol. En la asociación Education Above All lo explican con un dato: “De los 70 millones de refugiados que hay en el mundo, la mitad tiene menos de 10 años”. Por eso, a la hora de pensar en usos temporales de la arquitectura, Gerry Cruz, arquitecto en Zaha Hadid, cayó en la cuenta de que lo temporal es más habitual que lo permanente. Y respondió a esa demanda con un diseño ligero, seguro, versátil, económico e imaginativo levantado con montantes de acero inoxidable y cubierto por un tejido —membranas de PVC preparadas para soportar condiciones extremas a la intemperie y fáciles de limpiar―.
El resultado son carpas que parecen edificios. Un uso temporal de la arquitectura que celebra el espacio —exterior e interior, los interiores son muy luminosos— y que se responsabiliza del uso de los materiales. Se pueden hacer tiendas que no sean cuadradas. A veces, en condiciones complicadísimas, merece la pena que no todo sean mínimos. Las escuelas inauguradas ya en Turquía, Paquistán, Yemen y los 12 refugios sirios tienen espacios intermedios inesperados, luz en el interior y una forma amable que invita a soñar.
Babelia
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