Artesanía: tocar con los ojos y pensar con las manos
Venecia es de las pocas ciudades que, como Kanazawa en Japón, Sargadelos en Galicia o La Granja de San Ildefonso en Segovia, han hecho de la artesanía su seña de identidad. La feria Homo Faber le rinde tributo
Toyoharu Kii (1953) es un tesoro viviente. La máxima categoría para los artesanos japoneses ha sido adaptada también por los artesanos franceses que, desde 1994, reciben el nombre de Maître d’art, rompiendo la antigua frontera que separaba el gran arte de las artes aplicadas. Ese es el reto de la artesanía con ambición artística que pone al día tradiciones milenarias por todo el mundo. Y esa podría ser una idea para el Ministerio de Cultura español. El viaje a Venecia de Kii, y su encuentro con los estudiantes de la escuela de mosaicos de Friuli, ha dado lugar a una obra compuesta con estelas de mármol biancone cortadas a mano que construye y deconstruye las curvas, los huecos y las sombras de las nubes. Se trata de uno de los cientos de trabajos expuestos en las diversas muestras que comprende la feria Homo Faber, que puede visitarse en la isla veneciana de San Giorgio Maggiore hasta el 1 de mayo. Y que invita a tocar con los ojos, a pensar con las manos y a reconsiderar el papel de la artesanía en nuestras vidas, en el planeta y en nuestra acelerada forma de vida.
Organizada por la Michelangelo Foundation, Homo Faber reivindica la capacidad de escuchar de los artesanos, su paciencia, la nobleza de los materiales próximos a la naturaleza y el papel de la mano tan ligado al de la mente. Es esta una ocasión para, en plena industrialización de la construcción, repensar el papel de los oficios artesanos y su huella en los edificios. Y, con ello, reconsiderar también el tiempo de los edificios construidos hoy más como bien de consumo que como responsabilidad civil y bien cultural. Por eso ferias como esta son importantes. No porque sean una puerta abierta al pasado; al contrario, porque son una toma de conciencia para el futuro. Buscan medir la temperatura de la artesanía del mundo al tiempo, eso sí, que explican al mundo el nivel de talento de las diversas empresas que comprenden el grupo Richemont, su nave nodriza. Así, Homo Faber reivindica la artesanía, y con ello, defiende el savoir faire de sus propias marcas muy basadas en la destreza de los mejores artesanos.
El término japonés makoto define la fertilidad de la inspiración, la fuerza vital de una destreza, la capacidad transformadora de un trabajo. Y un recorrido por Venecia ilustra esa idea. Talleres venecianos como el studio Artefact ―que trabaja con mosaicos de cristal de Murano― o como las Hilaturas Fortuny en la isla de la Giudecca ―que no permiten visitas para guardar el secreto de sus tejidos― detienen el tiempo. También sus monumentos lo hacen. El mosaico de pan de oro de las cúpulas de la basílica de San Marco ilumina la fe de tantos visitantes. El del pavimento ha soportado inundaciones y la visita de millones de turistas a lo largo de los siglos. Ahora, por la pandemia, puede contemplarse sin alfombras protectoras. Y así es fácil sentirlo hablar de resiliencia, de pertenencia, de amor al arte y de lo que Óscar Tusquets (citando a Edwin Lutyens) resumiría como “Dios lo ve”. Los mosaicos y los suelos de San Marco están hechos no solo para mostrarse, sobre todo fueron construidos para quedarse. No como negocio, sino para estar bien hechos. Para que lo que no alcanzamos a ver, Dios sí lo vea.
Es muy sugerente que una feria reivindique lo mismo que la propia ciudad, bajo la capa de turistas, se esfuerza en defender: la tradición de oficios artesanos heredados de padres a hijos que hoy solo parecen interesar a los grandes grupos empresariales.
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