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Críticas
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Valor sentimental’: demasiada intensidad nórdica

Me acerco con interés a la película de Trier, del que me turbó favorablemente ‘La peor persona del mundo’. Pero mi encanto dura poco

Renate Reinsve e Inga Ibsdotter Lilleaas, en 'Valor sentimental'.
Carlos Boyero

No recuerdo otra época tan plagada de estrenos. Pierdo la cuenta de las películas que se atropellan cada semana. Y, por supuesto, no puedo verlas todas. Ni quiero. Estaría amenazado por el ataque de nervios o por un hastío prolongado. Voy donde me mandan. Soy obligado testigo de las que acumulan premios en los festivales y de las que provocan el casi generalizado orgasmo de la crítica. Pero no acostumbro a que me importe lo más mínimo no coincidir ni con lo primero ni con lo segundo. Sí me quedo preocupado o dubitativo cuando algún amigo cinéfilo me habla con entusiasmo de algo que me deja frío. Bueno, cuestión de gustos, que diría mi conciliadora y racional madre. Y muy de vez en cuando te encuentras con alguna película que hace aflorar las maravillosas sensaciones que puede regalar el cine. Pero hace tiempo que eso no me ocurre o es muy escaso. Y venga a estrenar mediocridades o cositas inmediatamente olvidables en salas cada vez más vacías.

Y me acerco con cierto interés a Valor sentimental. La firma un director noruego llamado Joachim Trier. Me interesó y me turbó favorablemente el retrato que hacía de la vida sentimental de una señora complicada en La peor persona del mundo. Sentí lo mismo con Renate Reinsve, la excelente y sensual actriz que la protagonizaba. Un dúo estimulante. Lo son también para mí las primeras secuencias de Valor sentimental, en las que plantean si las casas y los objetos que hay en ellas también albergan sentimientos respecto a las personas que las habitan. Pero mi encanto dura poco. A partir de ahí, todo está presidido por la intensidad emocional. También nórdica, deudora de Bergman, constatado y atormentado artista, autor de algunas películas que me gustan, pero al que también le debo numerosos bostezos.

Y entras o te quedas fuera en la historia de ese anciano y retirado director de cine que pretende contar en la que será su última película, una tragedia familiar que quiere que protagonice su hija mayor, reputada actriz teatral que sufre desmayos y repentina inseguridad cuando tiene que salir al escenario interpretando a personajes clásicos. Y constatas que tanto esta persona desdichada como su aparentemente muy estable hermana pequeña han sufrido traumas en su infancia. Y que estos nunca se han largado. Ante la negativa de la hija a ser dirigida y manipulada por el distante y turbio padre, este deberá probar con otra actriz lo que estaba destinado para su hija. Y todo se complicará. Y los miembros de esa familia tendrán que bucear en un pasado complejo y oscuro.

Ese material tan psicológico y angustiado, tal y como está narrado por Joachim Trier, no me provoca hipnosis, no me contagia el sentimiento y la complejidad que pretende transmitir. Será problema mío. Tampoco me ocurre nada malo en dos horas que me parecen ligeramente indiferentes. Ni me fascina la interpretación sufriente de mi antes admirada Renate Reinsve. Incluso le tengo un poco de manía a ese director de cine que pretende ajustar cuentas con su pasado y recuperar el perdón y el amor de sus hijas mediante su testamento cinematográfico. Y tampoco me interesa la interpretación que hace de ese señor un actor habitualmente excelente llamado Stellan Skarsgård. A lo peor es que tenías un día raro, me sugiere un amigo al que le entusiasma y le emociona Valor sentimental. A mí me da igual lo que me han contado. Ni frío ni calor.

Valor sentimental

Dirección: Joachim Trier.

Intérpretes: Renate Reinsve, Stellan Skarsgård, Elle Fanning, Inga Ibsdotter Lilleaas.

Género: drama. Noruega, 2025.

Duración: 133 minutos.

Estreno: 5 de diciembre.

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Sobre la firma

Carlos Boyero
Crítico de cine y columnista en EL PAÍS.
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