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El poeta que el campo nunca olvidó vuelve al teatro tras un siglo

La obra ‘Aromas de soledad’ recoge los textos de José María Gabriel y Galán en un homenaje al mundo rural y a la España vaciada

Alan García Loza

Cuando el dramaturgo Raúl Losánez piensa en el campo, viene a su mente aquel poeta olvidado. Recuerda a gente que recitaba versos de José María Gabriel y Galán (1879-1905) en un pueblo de Extremadura —de donde eran su madre y su padre—: “¡Pero a ver, señor juez: Cuidadito si alguno de esos es capaz de tocar esa cama donde ella se ha muerto […]. Llevároslo todo, todo, menos eso, que esas mantas tienen sudor de su cuerpo […]”. Le fascinaba cómo El embargo, del salmantino, llegaba “de verdad al alma del campesino, del pueblo sin posibilidades, sin estudios”, cuenta Losánez.

Asegura el madrileño de 54 años que le gusta hablar de temas universales que “desde el teatro no se cuentan, así como rescatar autores que han sido arrinconados por causas ajenas a su talento, a su propia literatura”. De ese pensamiento y de los textos del poeta José María Gabriel y Galán —muerto a los 34 años— nace la obra Aromas de soledad. Un homenaje al “mundo rural y a la España vaciada”, que se estrena este jueves y podrá verse hasta el 7 de diciembre en el Teatro Fernán Gómez de Madrid.

Al escribirla, Losánez insiste en que su mirada hacia el campo está lejos de cualquier idealización. Rechaza la idea de “ser un canto inocente e ingenuo a la naturaleza”. “El campo es muy duro, es muy sacrificado”, explica, “y eso lo mostramos a lo largo de la función”. Esa dualidad envuelve la historia. Una mujer adulta —interpretada por Carmen del Valle— llega con su bagaje a la finca agrícola donde nació y creció. Allí evoca la relación con su padre —a quien Jesús Noguero da vida—, que está enamorado de la tierra. Mientras ella “ve las miserias y discriminación” que la empujaron a irse, señala el autor.

La dramaturgia sucede en dos planos temporales, llenos de reflexiones contrapuestas. A la directora, Ana Contreras, le recuerda al Pedro Páramo de Juan Rulfo. Con realidades que convergen, otras se separan. Al tiempo que un trovador (Nacho Vera), con su pequeña guitarra y tambor, funciona como narrador: introduce a los personajes y escenas. Contreras entendió la idea del dramaturgo desde el inicio: “Tengo el privilegio de vivir en dos mundos, de venir del contacto con la naturaleza”, dice. Fue su propia experiencia la que quiso poner en escena. “Cuando hablaba con el equipo, alguno de ellos no entendían lo que era ver las luces de las luciérnagas”, describe, “quiero llenar el teatro de ellas”.

El cambio de la iluminación durante la obra evoca al día cálido entre rastrojos. Y cuando se apaga, todo es oscuridad. La tierra donde sucede la historia cobra un papel relevante. No es solo el lugar donde se desenvuelven los protagonistas, sino que se convierte en personaje con diálogo: “Yo soy el padre, la cuna, la tumba de los trabajadores”. Es esta reflexión la que, tanto Losánez y Contreras como la productora La Otra Arcadia, buscan transmitir al público: “la relación del humano con la tierra”. Pero sobre todo, apunta Losánez, que la gente se pregunte: “¿Qué hacemos mal con el campo?”

Fue la ola de incendios que devoraron este verano 340.000 hectáreas del territorio español lo que reafirmó en Losánez la importancia de hablar de la España vacía en los escenarios. Cree que la gente olvida y “pasa página rápido”: “Se ha quemado medio León y media Zamora… Pero vamos, que pierdo el metro”, explica. Del otro lado del teléfono cuenta que en la ciudad se vive “alienados” sin tiempo para pensar, reflexionar, mirar el entorno: “No hay ni tiempo para equivocarnos”, lamenta.

“¿Es normal que vivamos afincados en tres ciudades y que tardemos en desplazarnos lo que tardamos en ir a otra provincia?”, se pregunta Losánez. Dice que la finalidad de Aromas de soledad es que las personas “conecten con sus raíces”. “No aportamos soluciones”, afirma, “pero sí que nos preguntemos en qué momento nos equivocamos tanto con el campo”. Para él siempre ha sido ese lugar de reflexión: “Creo que la naturaleza, el campo, te permite colocarte en un lugar de humildad. Cuando uno se queda solo horas debajo de un castaño en medio de la montaña, dices: soy una hormiga debajo de una bota”.

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Sobre la firma

Alan García Loza
Migrante y periodista latinoamericano. Originario de México y de la frontera más transitada del mundo, Tijuana–San Ysidro, donde comenzó como reportero gráfico y cubrió temas sociales y migración. Trabajó en Alemania cuatro años como retratista y director de arte. Ahora escribe en la sección de Cultura y cursa el Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.
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