Ir al contenido
_
_
_
_
Universos paralelos
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Se lanza hoy demasiada música?

Vivimos anegados de canciones, gracias a las plataformas de ‘streaming’. Resultado: tal vez cuatro quintas partes de las nuevas grabaciones nunca se escuchan

Una joven escucha música en su móvil.
Una joven escucha música en su móvil.Antonio Guillen Fernández (GTRES)
Diego A. Manrique

Los tecnoeufóricos pintaban un futuro risueño: en el mundo digital, cualquiera podría hacer música y —zas, aquí daban la pirueta— triunfar a lo grande, esquivando a la industria. Hasta difundían una historia ejemplar: aseguraban que los Arctic Monkeys se habían popularizado regalando sus maquetas en internet y en conciertos (todo fue más complicado pero, ¿para qué fastidiar un bonito relato?).

Era la democratización de la música, decían. Efectivamente, uno puede grabar en su casa, en el home studio, y poner el resultado en internet. Lo que falla: nada garantiza que llegues al gran público, ni siquiera al pequeño público. La semana pasada, la revista económica Forbes ofrecía cifras estremecedoras. Contaba que Deezer, ese Spotify de origen francés, cada día recibe una media de 150.000 temas.

Un inciso. Eso no significa que sean realmente 150.000 nuevas piezas diarias. Muchas no son estrictamente musicales: se podrían describir como grabaciones ambientales, sonidos de la naturaleza o de la vida humana (sí, existe gente que se pone eso de fondo y, teóricamente, el “autor” recibe una compensación). También abunda el fraude, frikis o listillos que pretenden colar obras ajenas. Y el número se hincha por las reiteraciones: el mismo tema puede ser subido por el artista y —si está profesionalizado— por su gerencia, su discográfica o su distribuidora.

Alguien dirá: bueno, eso es un problema para Deezer o sus equivalentes. Efectivamente, y no se ha mencionado las músicas hechas con inteligencia artificial, que Deezer veta en sus listas de canciones, para minimizar su alcance mientras se llega a un consenso sobre tan peliagudo asunto. Deezer purga constantemente su oferta, pero aun así el consumidor no pica: según sus datos, el 78 % de los temas disponibles nunca se escucha o, seamos benévolos, tiene un seguimiento mínimo.

El conflicto reside en los hábitos de uso. Evidentemente, siempre podemos descubrir algo previamente desconocido en nuestras visitas a las plataformas. Pero ese no suele ser el objetivo principal. En realidad, tendemos a escuchar “música de catálogo”. En la jerga de la industria, son los temas que tienen 18 meses o más de vida, melodías que ya conocemos, firmadas por artistas en los que estamos interesados o en géneros que son de nuestra complacencia. En realidad, pocos buscan, digamos, música groenlandesa. Y si lo hacen, los resultados del algoritmo pueden ser alucinantes: las sugerencias van desde lo idiota (Groenlandia, de los Zombies de Bernardo Bonezzi) a lo desconcertante, una versión de la Pasión según San Juan de Johann Sebastian Bach.

A todo esto, el crecimiento del consumo de música en streaming parece haberse ralentizado. Quizás lo que se está cuestionando es el modelo de la Gramola Universal, donde se supone que encuentras todo lo grabado a lo largo de siglo y medio (sepan que tanto Deezer como sus competidores tienen demasiados puntos ciegos, debidos a discográficas desaparecidas, países que no están en su radar o estilos minoritarios). El futuro podría estar en los servicios especializados, que de hecho ya existen. Como IDAGIO, fundado en Berlín en 2015, consagrado a la música clásica y que permite buscar por movimientos, orquestas, directores, solistas o coros. O Beatport, para las músicas de baile, que ayuda al pinchadiscos a mezclar. Soluciones puntuales para el dilema eterno: Ars longa, vita brevis.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Diego A. Manrique
Periodista musical en radio, televisión y prensa escrita, ocupaciones evocadas en el libro 'El mejor oficio del mundo'. Lo que no impide su dedicación ocasional a la novela negra, el cine, los comics, las series o la Historia. 
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_