Muere Tom Johnson, el compositor que puso nombre al minimalismo musical
El creador de ‘La ópera de cuatro notas’ ha fallecido en su casa de París a los 85 años
A pocas horas de que acabara 2024, Tom Johnson falleció a los 85 años en su casa de París. Es difícil rememorar a un creador de su talla sin citar una serie de momentos y acontecimientos que ya son historia del siglo XX: la vanguardia neoyorkina de los setenta, el minimalismo musical al que puso nombre en sus célebres artículos escritos regularmente en el Village Voice, la publicación que sacudió el tablero americano en los años posNixon. No podemos dejar de mencionar la primera ópera minimalista, La ópera de cuatro notas, que Johnson presentó en 1972, tres años antes de la bien conocida Einstein on the Beach, de su colega y amigo Philip Glass. La ópera de cuatro notas fue un éxito que aún perdura, con centenares de representaciones y numerosas versiones que se apoyan en un sentido del humor que siempre acompañó al autor. Pero no podemos olvidar otras 12 óperas y un sinnúmero de obras musicales para toda clase de efectivos.
Tampoco podemos olvidar su relación inalterable con John Cage. En una ocasión, Johnson me dijo en París: “Hay algo que nos diferencia a ti y a mi, yo conocí a John Cage”.
Añadiría algo más: Tom Johnson era americano; con una intensa fijación francesa, donde residió desde 1983 hasta el final; una vocación internacionalista; pero con una sola patria, la curiosidad. La pertenencia a ese territorio inmaterial explica su constante gusto por lo nuevo, cualquier cosa reclamaba su atención, un niño jugando, una campana sonando, cualquier simetría encontrada por la calle, en fin… La curiosidad explicaba también su sentido del humor que aplicaba a la música casi constantemente. Y la misma curiosidad le llevaba a buscar y tratar a todo tipo de gente, a conocer lo que pensaban, a saber como lo expresaban. Y lo más sorprendente es que sabía convertirlo en música. Hoy, el mundo tras su desaparición es más pobre, menos musical y, especialmente, menos divertido.
Tom Johnson nació en Greely, Colorado, USA, el 18 de noviembre de 1939. De aquel lugar, en el que abundaba el ganado y “no pasaba nada”, partió para estudiar música en la Universidad de Yale entre 1957 y 1961. La clave de esa decisión debe mucho a una profesora de piano, Rita Hutcherson, que le proporciona sus primeras clases y convence a su familia de que Yale también es un lugar en el que se puede estudiar música. Tras su doctorado, viaja por primera vez a New York y realiza su servicio militar un par de años, justo antes de la Guerra de Vietnam. En 1965 vuelve a Yale para ampliar sus estudios y se produce el magnético encuentro con John Cage, cuando el californiano fue invitado a dar una conferencia en la Escuela de Artes y Arquitectura. Nadie sabía allí quién era ese señor tan raro, pero Tom Johnson es curioso, asiste y queda cautivado. Poco después se traslada a New York para ampliar estudios de composición con Morton Feldman. Y, poco a poco, comienza su biografía artística. Los minimalistas se reúnen en zonas de la gran manzana y toman conciencia de grupo: Steve Reich, Philip Glass, La Monte Young, Phill Niblock, etc. De entre todos ellos, Tom Johnson se arroga el papel de cronista y electriza el ambiente desde las citadas páginas del Village Voice.
Pero la década de los setenta concluye y Johnson se da cuenta de algo a lo que no es ajeno cualquiera que haya realizado ambas actividades: “A finales de mis años en New York, se me conocía sobre todo como crítico y nadie se preocupaba por mi música” (Bernard Girard. Conversations avec Tom Johnson. Aedam Musicae).
El cambio de aires le conduce a París en 1983, donde encuentra otra atmósfera, diferentes opciones y, especialmente, una mujer igualmente vinculada a la cosmovisión de John Cage y que pronto se convierte en su esposa, la artista Esther Ferrer. Francia es, además, una plataforma para mover sus ideas y su música por otros países europeos, Alemania (Johnson hablaba también alemán), Suiza, Países Bajos, Polonia e incluso España.
El resto es la historia de un compositor que ya trabaja en la calma de su estudio y que no deja de producir música, además de textos, conferencias, programas de radio, podcast y cualquier otra manufactura.
En su producción musical destaca su casi constante fijación por las matemáticas pero no necesariamente complejas. Su música cuenta no solo historias, también números, proporciones, itinerarios y moralejas que puntúan los títulos de no pocas de sus obras: Melodías racionales (1982), Órgano y silencio (1999), Música automática (1997), Música con errores (1993-1999), Progresiones simultáneas (1996), Simetrías (1981-1990), 844 acordes (2005), Combinaciones (2003), La vida es tan corta (1998), Trigonometría (1996), Las vacas de Narayama (1989), Historias para dormir de pie (1985), Triángulo de Pascal módulo siete (1995)…
Todo esto dentro de un catálogo que sobrepasa ampliamente el centenar y en el que merece la pena destacar, además, óperas como Riemannoper (1988), Un’Opera italiana (1978-1991), o el imponente Bonhoeffer Oratorium (1988-1992), a partir de textos del célebre teólogo alemán que pagó con su vida su oposición al régimen nazi.
Todo esto y una música que puede seguir sonando por la eternidad a poco que pongamos el oído en cualquier sitio es lo que se ha apagado en los minutos finales del año 2024. Pero, seguro que Tom Johnson volvería a reprendernos por pensar así, la música seguirá estando ahí si somos curiosos.
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