Una visita de tu yo adolescente: el profesor que guarda los escritos de sus alumnos para que los lean 20 años después
El documental ‘El método Farrer’ muestra el impacto que produjo a los estudiantes de un maestro recibir las cartas que les encargó escribirse a sí mismos cuando fueran adultos
Las preocupaciones de los adolescentes tienen que ver con: “Todas las chicas están más delgadas que yo”, “la escuela es lo más frustrante que existe en el mundo” o “me da miedo enamorarme de un chico y que otra se enamore de él”. Son pensamientos reales que escribieron a los 14 años cientos de alumnos de noveno grado del profesor canadiense Bruce Farrer (hoy 83 años), quien desde 1962 hasta el año pasado encargaba a sus estudiantes que escribieran a su yo del futuro una carta en la que describieran sus miedos y aspiraciones. Pero el ejercicio no se quedó en una mera tarea de clase: 20 años después de la redacción de cada uno de aquellos textos, Farrer las fue enviando una por una a sus autores. Ahora el documental El método Farrer, de la española Esther Morente, que se estrena en salas el 30 de agosto, muestra cómo algunos de aquellos adolescentes, hoy convertidos en adultos, se han enfrentado a su yo del pasado.
“Les ofrecía a mis estudiantes la oportunidad de reflexionar sobre su vida a los 14 años y pensar en el futuro, en la mejor manera de prepararse para cumplir sus objetivos. Les decía: no os limitéis a decir lo que hicisteis el fin de semana pasado, tampoco quiénes son vuestros familiares. Dentro de 20 años seguiréis sabiendo quiénes son; habladme de vuestras relaciones con ellos, qué os irrita, qué admiráis”, cuenta Farrer. Lo hace por videollamada desde su pequeña granja en Qu’Appelle, en la Canadá profunda, donde pasa su tiempo de jubilado cuidando de sus gallinas y vacas. “Siempre he disfrutado leyendo historias personales. Escribo un diario que empecé a los 10 años y la noche antes de mi boda, hace 50, me escribí una carta que releí en mi vigesimoquinto aniversario”.
Los ensayos de diez páginas que Farrer pedía a sus alumnos muestran a adolescentes intentando encajar en la sociedad, enojados con todos y por todo, en la búsqueda de una personalidad auténtica. En las cartas se leen preocupaciones banales —“Ojalá me pueda casar con una chica rubia y que mida 1,75 metros″—, pero también duras realidades cotidianas que exorcizaban en sus textos privados: “Hago escondrijos en el bosque para esconderme y alejarme de la frustración”; o “mi padre tiene problemas con el alcohol y desaparece durante días”. Farrer opina sobre esta edad plagada de cambios físicos y emocionales: “Creo que son los años más difíciles. La mayoría me dice que al leerlas querían abrazar y consolar a su yo adolescente y decirle: ‘No está tan mal, vales más de lo que crees”.
La película El método Farrer reúne a 13 de aquellos alumnos —seleccionados a partir de una entrevista de 20 preguntas, según la directora valenciana— que redactaron el proyecto en diferentes años. Algunos se quiebran leyendo partes de las misivas y todos comparan su vida de entonces con la de ahora. Donna Rintoul dice que leer su carta le permitió enfocarse en las cosas que valen la pena, porque la recibió cuando acababa de ser diagnosticada con una enfermedad crónica. Nadine Kostek la leyó cuando su hija estaba llegando a la edad que tenía ella cuando redactó el ensayo. “¿Qué le dirías a tu yo de 14 años?”, les pregunta la directora detrás de cámara. “Saca a pasear a tu madre cada día”, “ve a por ese viaje antes de que la vida se te haga tan pesada”, “no te preocupes tanto, todo irá bien”, le responden.
“Tuve mucha suerte de dar con estos alumnos valientes, porque cuando uno habla de su propia intimidad y expone sus heridas de infancia es un momento muy vulnerable. El hecho de compartirlas puede ayudar a quien lo vea a que abrace su propia sombra”, sostiene Esther Morente. Los entrevistados dejan claro el ejercicio de introspección que significó leer las epístolas, aunque Farrer lamenta que una gran mayoría no le agradeció que se las hubiera enviado, teniendo en cuenta el esfuerzo que le costó mantenerlas durante tantos años. En un principio dejaba que sus estudiantes conservaran los textos, pero los perdían o acababan en manos de personas indebidas, así que decidió que él las conservaría.
“Tenía cajas y cajas de cartas almacenadas en la biblioteca, porque además de profesor era el bibliotecario de la escuela. Cerca de mi jubilación, empecé a preocuparme por si alguien tiraba todo ese material, así que me las traje a casa y las guardé en el ático. Era difícil acceder a ellas, así que acabaron en el comedor. A mi esposa no le hizo mucha gracia”, recuerda el profesor. Pero la parte más difícil fue encontrar a los alumnos 20 años después. A pesar de que Fort Qu’Appelle (lugar donde estaba la escuela) es un pueblo pequeño, con poco más de 2.000 habitantes, muchos de los estudiantes se mudaron cuando se hicieron adultos. Facebook fue su aliado principal, pero también recurrió a los padres de los alumnos y a la guía telefónica. Farrer asegura que devolvió más de 2.000.
En varios casos —el documental recoge uno de ellos—, los protagonistas de las cartas habían muerto cuando Farrer las envió. “Esas llegaron a ser más importantes, porque por unos minutos los padres recibían la visita de un hijo o hija muerto. En algunas ocasiones, también llegaron a algún cónyuge. Fue duro. Podían ver todos esos sueños incumplidos por una muerte prematura... y a veces por suicidio”, recuerda Farrer.
Entre las reacciones de los protagonistas ya adultos también hay grandes decepciones. Deportistas que creían que iban a convertirse en ídolos, el que le pide a su yo del futuro que tenga “buenos abdominales” o la aspirante a actriz que apuntó: “Quizás estás leyendo esta carta sentada en Hollywood Hills”. “Tal vez el sentimiento sea de desilusión o vergüenza, pero ¡tenían 14 años! No pueden sentirse avergonzados por eso”, opina Farrer, siempre con respuestas extensas y un pensamiento agudo que lo mantiene entretenido: “No tengo previsto aburrirme nunca”.
A ese personaje tan singular, la película le da un aire de protagonista de cuento de hadas. La narración está contada en primera persona y con un aire místico. Lo describe así la directora Morente después de intercambiar mensajes diarios durante cinco años: “Es que nada más leer su historia me dije que parecía un cuento. Me encargué, dentro de nuestras posibilidades, de que la película fuera como el relato de un hombre perdido en una aldea de Canadá, con una responsabilidad que causó un impacto brutal en sus estudiantes con el paso del tiempo y ahora, con suerte, tendrá un impacto en quien lo vea”.
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