Irantzu Varela: “Las Z se han olvidado de que el amor romántico puede ser un espacio de violencia”
La “comunicadora vasca, feminista, bollera y activista gorda” (como ella misma se define) publica unas memorias íntimas en las que señala sin pudor los abusos que ha sufrido a lo largo de su vida
Irantzu Varela (Basauri, 50 años) reconoce que quizá es demasiado pronto para escribir una biografía. “Yo quería hacer autoficción, pero al final he hablado tanto de mí que así ha quedado” explica esta “comunicadora vasca, bollera y activista gorda”, fundadora de la asociación cultural de mujeres La Sinsorga y guerrera impenitente de la causa feminista desde el humor, una de sus herramientas principales incluso en Lo que quede (Continta me tienes), el libro en el que habla de maltrato psicológico y violencia patriarcal. “Estoy en un momento en que tengo clarísimo que puedo llamar violencia a lo que viví. Y además, contarlo ya no me hace daño”.
Pregunta. ¿Qué fue lo más difícil de abordar en el libro?
Respuesta. Lo que más me preocupaba era hablar de mi familia porque cuento muchas intimidades y eso me daba mucho pudor. Ahora están todas encantadas y una prima mía que sale en el libro me ha dicho: “Tata, si no nos hubieras sacado es cuando nos habríamos enfadado”. Yo he tenido la suerte de contar con una familia gracias a la que he mantenido la autoestima bastante en pie.
P. Hay gente que tiene genial pertrechada su autoestima y se la queda. No la destina a ayudar a los demás. ¿Su faceta luchadora tiene que ver con ser vasca?
R. El sentido de la justicia lo aprendí en casa donde me decían que siempre hay que mirar a la gente que está peor que uno, que hay que ser compasivo, no aspiracional. Crecí en un barrio obrero del entorno de Bilbao en los años ochenta, he vivido las manis y las huelgas de la desindustrialización y la violencia tan compleja que ha habido en este país. Mis padres iban a asambleas de todo tipo. Me doy cuenta de que soy mucho más vasca de lo que pensaba y yo amo al pueblo vasco, pero no como una cosa esencialista, sino porque me parece que esta sociedad ha peleado muchos sus derechos y por eso en algunas cosas estamos como estamos.
P. ¿Cuando vas a otros sitios se da cuenta de que la lucha feminista no se vive como en el País Vasco?
R. Aquí hay mucha trayectoria de militancia, de organización y eso se nota. Pero a mí la conciencia feminista no me ha llegado desde el pueblo, porque la lucha feminista ha sido muy invisibilizada por otras causas que parecían más importantes, especialmente en el contexto vasco. Ayer estuve en una concentración contra las viviendas turísticas y la turistificación del barrio y se hablaba con lenguaje inclusivo. Me pareció muy bonito y a la vez me sorprendió porque no estoy acostumbrada a que las causas sean tan transversales.
P. Usted destaca en todas sus biografías que es “activista gorda”. ¿Cuándo empezó a sentirse cómoda en esa categoría?
R. Hace tiempo una chica del colectivo de activismo gordo me entrevistó para su tesis y me dijo: “Tú, como persona gorda”. Y yo recuerdo que le contesté: “Yo no soy gorda. Estoy gorda”. Ahí me di cuenta de que estaba haciendo unas piruetas mentales increíbles para no aceptar mi propia gordofobia interiorizada. Gracias a este activismo, me vi capaz de defender por fin que ningún cuerpo es erróneo, que estoy estupenda, que gusto y soy sexy, pero que a la vez todo te empuja a sentir lo contrario. Esto es matemático: adelgazas por lo que sea, por una bacteria, por cocaína, por una dieta o porque estás enferma, y todo el mundo empieza a decirte: “Qué guapa estás”. En el momento en el que empecé a tener un cuerpo gordo, y a ser consciente de que esto implicaba otras nuevas violencias, me pareció tenía que hacer ese activismo. Las personas que hemos llegado a la visibilidad a través del feminismo tenemos una responsabilidad. Y si no la quieres asumir, retírate de la visibilidad o del feminismo, pero yo la tengo clarísima. Hacer explícito que eres una tía gorda y que no te quieres quedar en casa encerrada me parece pura política. Eso es activismo gordo, que no hay que confundir con lo del body positivity que para mí es todo lo contrario.
P. Explíqueme eso.
R. Para mí hay algo político en que mi cuerpo parezca problemático. La positividad corporal me parece que trata de embellecer una cosa que ni es bella ni fea, es lo que es. Todos los cuerpos son bellos, obvio, pero la razón por la que todos los cuerpos no se consideran bellos es política.
P. ¿Cree que las mujeres de la generación Z son más hábiles detectando el maltrato psicológico?
R. El otro día hice una lista de todos los -ing que hay ahora: el pocketing, el ghosting, el crumbing… Son cosas que nos han hecho a todas, pero que no tenían nombre y, que ahora tengan nombre, es importante porque se pueden señalar, entender que no eres tú que estés loca y que están poniendo tácticas de manipulación en marcha. Pero a mí sí me preocupa que las de nuestra generación hemos crecido con nuestras madres diciéndonos lo importante que era tener un trabajo y un sueldo propio: de alguna manera nos estaban avisando de que el amor romántico podía ser una trampa. Pero ahora, como tienen superclaro el empoderamiento y que nadie debe decirles lo que pueden y no pueden hacer, nadie les recuerda que el amor romántico puede ser un espacio de violencia. Creo que hemos abandonado demasiado pronto lo de desmontar el amor romántico como un espacio de desigualdad. Es una ideología muy bien montada y muy antigua, con una estructura muy sólida.
P. ¿Existe la misandria como antítesis de la misoginia?
R. La supuesta “misandria” es simplemente autodefensa, es contraviolencia. Vivimos una violencia estructural, continua, perpetua en todos los ámbitos, ¿cómo no vas a estar enfadada con quienes la ejercen contra ti y a defenderte de ellos?
P. ¿Y qué le diría alguien que le diga que odia a los hombres?
R. Bueno, es que odio a los sujetos de explotación y violencia que haya en mi vida. Sacaron ahora para los Sanfermines una pulsera llamada Centinela que detecta si te han echado droga en la bebida y en vez de entender que tenemos enfrente, al lado, a veces, a los sujetos de violencia y explotación, hacemos como si la violencia fuera una cosa abstracta que sale de un sitio no identificado. A mí, a raíz de mi libro, me han escrito centenares de mujeres diciendo: me he sentido identificada, me ha pasado lo mismo. Si a todas nos ha pasado algo, es que alguien lo hace. O sea, que yo no odio a los hombres: odio la violencia patriarcal y esa la ejercen los hombres.
P. Y a esas mujeres, a veces también feministas, que dicen: “El patriarcado también es malo para los hombres”. ¿Qué les diría?
R. El patriarcado es malo para todos los cuerpos que no sean hombres cisheteros, normalmente blancos. Evidentemente, ejercer la opresión no te hace una persona feliz, te hace una persona poderosa. Pero claro, a nosotras nos están matando, nos están violando, tenemos un sistema judicial que no está hecho para nosotras, nos explotan en casa, o sea, es que no se puede comparar. Es que nosotras vivimos con miedo y ellos no. Para mí esa es la gran diferencia.
P. Desde hace tiempo usted se considera lesbiana. ¿Diría que ahí hay una estructura más segura para amar?
R. Cuando eliminas la masculinidad que implica sometimiento y una sexualidad en la que el deseo de uno está por encima todo es mucho más bidireccional. Cuando estás con un tío, la primera tú, pero también la sociedad dais por hecho quién va a conducir, quién habla más, quién tiene una opinión más clara. En una pareja heterosexual, incluso una pareja heterosexual igualitaria, hay un poder explícito, legitimado por la sociedad, que es el del tío sobre la tía. Y en relación entre tías, hay una negociación mucho mayor y todo es muchísimo más bidireccional. Claro, la gente me dice: ¿Estás haciendo proselitismo? Seguramente. Yo estoy hablando de mi experiencia personal [risas].
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