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Bunbury
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Bunbury despide a lo grande la Romareda

El artista cierra su gira de conciertos en el histórico estadio de su ciudad, Zaragoza, que este lunes será demolido

Bunbury
El cantante Enrique Bunbury, durante el concierto del sábado en el estadio de La Romareda, en Zaragoza.Javier Cebollada (EFE)

Enrique Bunbury, el extranjero y, sin embargo, profeta en su tierra, marcó su último gol en la Romareda este sábado, con un concierto que arrebató a cerca de 30.000 personas. Un punto final para su gira y también para el estadio zaragozano que, a partir de este lunes, empezará ser demolido para construir un nuevo campo de fútbol.

“¿Dónde mejor para cerrar estos 11 shows únicos que en la ciudad inmortal?”, se preguntaba sobre el concierto del sábado noche en Zaragoza un Bunbury visiblemente feliz de estar en casa y con casi lleno total frente al escenario. “Qué inmenso placer estar aquí, sabiendo que este lugar no va a ser el mismo a partir del lunes”, dijo tras cantar su Hombre de acción (Posible, 2020) y despertar, ya casi desde el primer título, Nuestros mundos no obedecen a los mapas (Greta Garbo, 2023), el furor y el fervor de su parroquia.

El cantante Enrique Bunbury, durante su concierto en el estadio de la Romareda.
El cantante Enrique Bunbury, durante su concierto en el estadio de la Romareda.Ramón Comet (Europa Press)

“Bunbury es el mejor, su voz rompe barreras, y las letras de sus canciones me transportan a otro lugar”, confesaba Meritxell, que ha venido desde Cornellá, a ver el concierto. O Raquel, desde Córdoba, y César, de Logroño, que siguen al artista desde principios de los noventa y entonan, sin complejos, una de las canciones. Desde más lejos, seguidores de Colombia y de México, que repiten concierto tras verlo ya en el Wizink de Madrid, pero con el plus de que Zaragoza es la cuna del artista. “Para nosotros es un sueño verlo en su tierra natal”, explicaban, “y en una gira tan especial para él como es esta, es un lujo ver a un Enrique entregado y feliz”.

Bunbury llegó a Zaragoza con el viento a favor. O para ser precisos, con el cierzo, que sopló helador en una noche que, pese al descenso de la temperatura tras las tormentas de primera hora de la tarde, no se enfriaron los ánimos y la emoción del público. El cantante interpretó lo álgido del repertorio, con temas como Apuesta por el Rock and Roll, versión bunburiana de los desaparecidos zaragozanos Más Birras, ahora de actualidad gracias a laureada película La estrella azul, de Javier Macipe, que desató la complicidad maña, o como cuando comenzaron los primeros acordes de El extranjero, coreada por todos. También sonó la ya casi reliquia Entre dos tierras de su etapa en Héroes del Silencio, un regalo inesperado que no suele aparecer en su repertorio desde que navega en solitario. Y lo demás, no por repetido, ni ya cantado (el artista siguió exactamente el mismo guion que en los shows anteriores) el repertorio dejó de emocionar. La Romareda vivió su gran y última noche, como si el Real Zaragoza hubiera subido a Primera.

Enrique Bunbury, el sábado en Zaragoza.
Enrique Bunbury, el sábado en Zaragoza. Javier Cebollada (EFE)

Vestido con traje negro y pañuelo rojo, con gafas de sol primero, y sombrero cowboy después, Bunbury no solo no defraudó, sino que encandiló al más pintado. Casi todo el público con camisetas con nombres del artista, de su primera banda Héroes del Silencio, o de negro riguroso como el que él, salvo por los toques en plata y rojo y los destellos de anillos y guitarra. Con el cantante se fundió la voz del público cada vez que este les animaba a corear sus letras. Y de sostén impecable, Los Santos Inocentes, una banda que le ha acompañado en esta gira con la incorporación también de una Erin Memento, artista de presente y futuro prometedor, en los coros, y clásicos como el batería Ramón Gacías, ya el más veterano de esta larga historia porque lleva toda la vida acompañando a Bunbury a los platos. El reverendo Jorge Rebenaque, a los teclados, Quino Bejar, a la percusión, Robert Castellano al bajo y Alvaro Suite y Jordi Mena a la guitarra, enriquecieron con sus notas la garganta de Bunbury que lució en plena forma a pesar de los pesares. “Hace dos años pensaba que esto no iba a volver a suceder”, confesaba el artista recordando sus problemas de salud. “Uno no puede jurar nunca que va a ser el último concierto, pero vivimos cada uno de ellos como si lo fuera”.

Un adiós mágico

Y en cierto modo, lo es. Al menos para la vieja Romareda que tras 67 años siendo el campo de victorias, derrotas y grandes eventos en la cuarta ciudad de España, se despide. Por eso, el concierto de Bunbury acabó esta noche mágica hasta con fuegos artificiales. El lunes, de bailar y cantar, se pasará a la piqueta. El derribo del estadio comenzará por la zona del gol sur, justo enfrente de donde este sábado estaba colocado el escenario de Bunbury. Por eso, para el artista, que llevaba ya toda la semana previa por Zaragoza de vida familiar y amigos, este no era solo su último concierto antes de encerrarse a grabar, este verano, su nuevo disco.

“Hacía siete años que Bunbury no pisaba la Romareda”, lo recuerda otro histórico de la ciudad, el locutor de Radio Zaragoza-SER y experto musical Miguel Mena, que conoció al jovencísimo Enrique cuando iba a la radio a entregarle sus maquetas. El primer concierto, con Héroes, en el estadio fue en 1986 para hacer de teloneros de Franco Batiatto y El Último de la Fila, apunta. Años después, en 1991, ya fueron cabeza de cártel de un concierto de míticos grupos aragoneses como las Novias o Niños del Brasil y en 2007, también en la Romareda, se produjo el esperado reencuentro de Héroes del Silencio, que por aquel entonces ya se habían disuelto.

“La Romareda”, subraya el zaragocista e intelectual zaragozano Pepe Melero, “es el lugar de nuestros sueños”. Y el sábado lo fue. El aragonés errante, que “dejó atrás su hogar” como dice en Cuna de Caín, sí quiso volver, y lo hizo por la puerta grande, la misma que ahora se cierra en el estadio para siempre.

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