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A los norcoreanos les hacen creer que el infierno está fuera. Esto pasa cuando salen

El documental ‘Beyond Utopia’ contiene material valioso sobre el hermético y represivo régimen de los Kim a través de los que logran escapar

La familia Ro, en la selva de Laos durante su largo recorrido desde Corea del Norte para llegar a la del Sur.Foto: FILMIN
Ricardo de Querol

La escena fue filmada clandestinamente por alguien muy atrevido. En algún lugar de Corea del Norte, en un año no precisado, se celebra una farsa de juicio popular en lo que parece un descampado. El jefe de un grupo de uniformados armados lee el cargo contra un estudiante de Contabilidad: su terrible delito es que ha estado viendo películas surcoreanas. Veredicto: pena de muerte. El público, quizás un centenar de personas, asiente. Es fusilado allí mismo.

Es uno de los momentos más impactantes de Beyond Utopia, un documental premiado en Sundance y nominado a los Bafta el año pasado, y ahora disponible en Filmin. Lo dirigió la prolífica autora estadounidense Madeleine Gavin (City of Joy; Nerve, un juego sin reglas) y rebosa material valioso sobre ese régimen hermético, paranoico y totalitario, un relato que se construye a partir de los que lograron cruzar al sur. Cuenta una mujer que asistió a la primera ejecución pública con siete años; creía que era lo normal y solo al irse entendió la atrocidad. Conocemos sus programas de televisión, donde no puede decirse ‘estadounidense’ sin añadir ‘de mierda’; sus escuelas, cuyos chiquillos entrenan sin descanso para esas espectaculares coreografías masivas que se organizan en actos públicos; la propaganda incesante, que hace repetir a los trabajadores que su fin en la vida es hacer feliz al Querido Líder, Kim Jong-un.

Entendemos cómo esa versión extrema y kitsch del comunismo no solo se ha convertido en un régimen dinástico, cuyo trono se hereda, sino casi religioso. Son adorados como semidioses el fundador de la nación, Kim Il-sung, y su hijo y sucesor, Kim Jong-il; se cuentan milagros de ellos como caminar sobre las aguas (eso suena a cristiano), cruzar entre montañas escalando el arco iris o modificar el clima a su antojo. Lo llamativo es los norcoreanos viven muy mal no solo por la represión sino por la pobreza, pero el discurso oficial es que es el más feliz de los países y que el mundo exterior, tanto el Occidente demonizado como los vecinos capitalistas, es el infierno. Dicen que los norteamericanos, todos, son sádicos asesinos que dejan morir a niños desnutridos en las calles. Cuando resulta que es en Corea del Norte donde han sido frecuentes las hambrunas en su corta historia. Se cuentan detalles tremendos de la vida cotidiana: las familias tienen la obligación de almacenar sus heces y entregarlas al Estado, que las repartirá como abono a los agricultores.

Trabajos forzados en el campo de Corea del Norte, en una imagen del documental.
Trabajos forzados en el campo de Corea del Norte, en una imagen del documental.Filmin

A diferencia de otros documentales pensados desde una óptica política, muy centrados en describir al régimen, aquí ponemos cara y ojos a este drama (y nos ahorran el tostón de voceros del dictador como el español Alejandro Cao de Benós). El principal foco del documental está en los desertores, las personas que desafían el miedo para escapar. Seguimos en profundidad tres historias: la del pastor Kim Sungeun, que desde Seúl presume de haber ayudado a escapar a miles de personas; la de una madre que logró huir pero cuyo hijo es atrapado en la frontera e internado en un campo de concentración; y la de una familia al completo a la que seguimos durante su ardua travesía por China, Vietnam, Laos y Tailandia. Si fueran detenidos en los tres primeros, con gobiernos amigos de Pyongyang, serían devueltos a su país. No es el único riesgo: pueden ser secuestrados por mafias de la explotación laboral o sexual. Solo al pisar Tailandia (a más de 4.000 kilómetros de casa) están a salvo: serán enviados por la vía rápida al generoso sistema de acogida de Corea del Sur.

La historia del pastor Kim, que comparte apellido (sí, es el apellido) con los sátrapas del otro lado de la frontera, es muy chocante. Este hombre entusiasta ejerció como sacerdote en China, cerca de la frontera con Corea del Norte, y se interesó por los refugiados que llegaban hambrientos; una de estas personas se convirtió en su esposa. Luego perdió a su hijo (por enfermedad) cuando estaba ausente ayudando a los migrantes; entonces decidió emplearse más a fondo en esas salidas. Kim maneja una buena red de contactos repartidos por la región: informantes, colaboradores e intermediarios (a los que en otras partes se llamaría con nombres menos amables: coyotes o traficantes). Controla pisos francos y coches con chófer, paga sobornos a agentes de la autoridad de varios países. No explica cómo se financia eso. Hace todo lo que puede y un poquito más. Es una figura muy reconocida en Corea del Sur.

Resulta deprimente la historia que representa a los que fracasan, la de la madre que sufre por su hijo prisionero y trata de resolverlo como sea. Ella, se llama Soyeon Lee, recomienda a los desertores que emprenden la travesía que lleven una pastilla de cianuro: si te cazan, más te vale morir rápido.

Lo más emocionante es seguir la odisea de una familia norcoreana, los Ro, en su viaje, rigurosamente documentada aunque sea con las cámaras de teléfonos móviles. De la mano de sucesivos intermediarios, cruzan montañas, ríos y selvas en las zonas más vigiladas, a pesar de que con el matrimonio viajan dos niñas y la abuela de estas; también hacen largos trayectos en coche con la mayor discreción posible. Solo con cruzar a China ya observan grandes diferencias con su país: es también una tiranía, sí, pero la gente tiene teléfonos móviles, internet, televisiones de pantallas planas que ellos pensaban que eran pizarras. Más importante aún: las tiendas están decentemente abastecidas de productos y sale agua potable del grifo; ya no tienen que dedicar horas a traer bidones a casa y subirlos por las escaleras (tampoco hay ascensores).

Durante el largo trayecto, es muy revelador escuchar lo poco que dice la abuela de las niñas. Al principio se la ve poco convencida, pero muy decidida a acompañar a los suyos. Cruzando caminos selváticos por la noche, o mojándose en los ríos, es tan valiente como el que más. En las primeras conversaciones ante la cámara todavía pronuncia elogios al régimen de los Kim, será por la costumbre. Dice que su propósito en la vida siempre había sido complacer al Querido Líder. Pero cuando ya está en Corea del Sur, cuando ya se ha visto en el mundo moderno que nunca conoció, cuando disfruta de una libertad a la que le costaba acostumbrarse, suelta: “Quizás mi gobierno me estaba engañando”. Quizás.

La abuela y el padre de las niñas, en el coche durante su ruta hacia Tailandia, en una imagen del documental.
La abuela y el padre de las niñas, en el coche durante su ruta hacia Tailandia, en una imagen del documental.Filmin

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).
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