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Taylor Swift
Crónica
Texto informativo con interpretación

Taylor Swift o el talento de hacernos brillar

La cantante reinó en Madrid con un espectáculo arrollador, a ratos hortera como el algodón de azúcar, pero siempre intenso y avasallador, y nos hizo a todas cabalgar sobre el viento musical

Taylor Swift
Taylor Swift en el concierto en el Santiago Bernabéu, Madrid.Claudio Álvarez
Máriam Martínez-Bascuñán

Una de las inquietantes maravillas de un concierto masivo es que una entra como individuo para disolverse en multitud. Así que, si usted tiene algún afán aristocratizante y cree que pertenece a una minoría en riesgo de extinción, absténgase de ir a un concierto de Taylor Swift: la tribu que encontrará allí no es la suya. El efecto disolvente se multiplica al recibir en la entrada una pulsera que brillará más tarde en medio de la oscuridad, cuando el técnico de turno juegue durante el espectáculo con esa pequeña luz que irradia de decenas de miles de muñecas, coordinando su ritmo e intensidad con la música y alimentando una verdadera y fascinante orgía emocional.

Lo pensaba al escuchar Champagne Problems y observar cómo Swift modulaba magistralmente el éxtasis provocado por su solitaria y sentida interpretación al piano. Ahí estaba ella, la artista frente a “the crowd”, la multitud, como ella misma se dirigía a nosotras, miles de yoes diluidos en una epatante nebulosa de luciérnagas que se mezclaba con la neblina de lavanda que parecía perfumarnos a todas desde Lavender Haze, otra de sus canciones. Los gritos de las jóvenes y adolescentes que se grababan a sí mismas repitiendo las letras de Swift (cantando realmente con ella) son también el reflejo exacto del poder de esa otra célebre canción, Bejeweled, donde la artista confiesa que, a pesar de echar de menos a su antiguo amante, “echa más de menos brillar”. Cuando una mujer vestida con lentejuelas canta “No me di cuenta de que estabas pisoteando mi paz mental / Usando los zapatos que te regalé” pero también “Todavía puedo hacer que todo el lugar brille”, es imposible no quererla.

Un recorte a escala con la figura de Taylor Swift frente al Santiago Bernabéu en la previa del concierto en Madrid.
Un recorte a escala con la figura de Taylor Swift frente al Santiago Bernabéu en la previa del concierto en Madrid. Juan José Martínez

Durante el apabullante espectáculo, Swift aparece, curiosamente, como una reinona que abre su corazón en una sucesión de confesiones donde nos descubre su vulnerabilidad. El hecho de que no sea una gran bailarina la hace parecer más auténtica, como ese azoramiento tan verosímil con el que se dirige a sus fans. No tiene la presencia imponente de Beyoncé en el escenario, y por eso juega con esa ambigüedad de perdedora que se hace a sí misma, como describe en Anti-Hero: “Miraré directamente al sol pero nunca al espejo”. Y, sin embargo, todo, absolutamente todo lo que la rodea está pensado para hacerla brillar. Desde el relato épico de cómo se ha hecho soberana frente al poder de las discográficas que la han hecho millonaria hasta cómo ha transformado el bullying del rapero Kanye West resurgiendo cual ave fénix, envuelta en culebras y reapropiándose del insulto, con Look What You Made Me Do, single de una de sus obras más apabullantes: Reputation. Pero suena Delicate y, de nuevo, es imposible no quererla cuando, desde el escenario y con ese estilo suyo tan goofy, confiesa que, cuando tu reputación está tan baja, solo queda que nos quieran por lo que somos. Y todas, artista, público, pulseras y swifties, palpitamos como un solo corazón.

Un estudiante que me había pedido con 15 días de antelación salir antes de un examen para no perderse el concierto, me dijo que no había más misterio que ese: cómo ella convierte en historias hermosas muchas situaciones en las que es fácil reconocerse. Todas son distintas, pero al mismo tiempo variaciones sobre un mismo tema: ella misma. “No la intelectualices ni la reduzcas a la caricatura del típico producto del feroz capitalismo”, me advertía otro amigo. Porque lo cierto es que hay contadores de historias que, como los viejos trovadores, son capaces de dar con ese algo que no ocurre tan a menudo, que pensemos: pone palabras a algo que yo también he vivido. Por eso no deja de ser gracioso que la pregunta que nos hacemos todos mientras no paramos de hablar de ella es, precisamente, por qué solo se habla de ella.

Taylor Swift, en el concierto del Santiago Bernabéu.
Taylor Swift, en el concierto del Santiago Bernabéu.Claudio Álvarez

Además de ser ambiciosa, trabajadora y astuta, Swift ha sabido explotar su talento como narradora, contándonos en The Archer, por ejemplo, que “ha sido arquero y presa”, o cómo nadie quería jugar con ella cuando era niña, como nos canta en Mastermind: “He estado tramando como un criminal desde entonces”. Su música es sencilla, primaria, con estribillos simétricos, orgánicos, ordenados, con los que sabe crear una tensión acústica limpia porque son fáciles de escuchar: llegan cuando tu oído te lo está pidiendo. Los recursos musicales están subordinados a sus historias, a su obsesión por la aprobación externa o a cómo vive la relación con alguien que le hace luz de gas, como describe en Dear John: “Y viví en tu juego de ajedrez / Pero cambiaste las reglas todos los días”. El bullying, su primer crush, las diferentes etapas de una relación madura… son más universales que la globalización misma, aunque muchas de esas situaciones parezcan precisamente eso: champagne problems (problemas del champán). También se ha atrevido con la salud mental (Who’s Afraid of Little Old Me?), el cáncer de su madre (Soon You´ll Get Better) e incluso con algún posicionamiento político (You Need to Calm Down o The Man) donde deja claro que el poder es dinero, pero también influencia.

La chica intensa de Pensilvania vestida con botas de cowboy repletas de brillantina describe el amor con colores —a veces es rojo, otras, dorado— y habla de las heridas de guerra de su corazón con letras concretas y sencillas, demostrando conocer al dedillo los arcanos del pop. Hay, desde luego, hallazgos sorprendentes, como en Cruel Summer y ese “siempre estoy esperando que estés esperando abajo”, o como en la conceptual Lover, donde nos lanza cándidamente: “Podríamos dejar las luces de Navidad encendidas hasta enero”. Ocurre también en la interminable All Too Well, que hace que las luces de mi muñeca brillen y que un éxtasis rosa y feliz reine sobre el Santiago Bernabéu: “Y me llamas de nuevo solo para romperme como una promesa”, coreamos todas. Pero sobre todo está su bellísima Willow, de su autodenominada “era Folklore”, en la que salta del indie al folk para crear una atmósfera embrujada que recreó sobre el escenario, vestida de azul como un hada y moviéndose al ritmo de un punteo guitarrero mientras nos cuenta que “la vida era un sauce y se inclinaba hacia tu viento”. Porque lo cierto es que Taylor Swift reinó ayer en Madrid con un espectáculo arrollador, a ratos hortera como el algodón de azúcar, pero siempre intenso y avasallador, y nos hizo a todas cabalgar sobre el viento musical de la brillantina para, por un instante, cantar con ella desde la multitud: I can still make the whole place shimmer (todavía puedo hacer que todo este lugar brille).

Taylor Swift en su corciento el Santiago Bernabéu, Madrid.
Taylor Swift en su corciento el Santiago Bernabéu, Madrid.Claudio Álvarez


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