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Música Clásica
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Acordes y desacuerdos de Gustavo Dudamel y la Filarmónica de Los Ángeles en Barcelona

El director venezolano visita a la ciudad condal junto a su orquesta con un desigual e integrador ‘Fidelio’ de Beethoven en el Liceu y un brillante programa sinfónico en el Palau junto a la excelente violinista María Dueñas

Gustavo Dudamel dirige a la Filarmónica de Los Ángeles junto a la solista María Dueñas, el pasado 28 de mayo en el Palau de la Música Catalana.
Gustavo Dudamel dirige a la Filarmónica de Los Ángeles junto a la solista María Dueñas, el pasado 28 de mayo en el Palau de la Música Catalana.Toni Bofill

El final de la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Antonín Dvořák, es trágico por mucho que la obra termine en un acorde en modo mayor. Y el tono fúnebre lo invade todo antes incluso del inicio de la coda. Gustavo Dudamel lo remarcó, el pasado martes, 28 de mayo, al frente de la Filarmónica de Los Ángeles, con una leve cesura no escrita previa al meno mosso e maestoso. Una licencia que potenció el efecto de los choques disonantes en los metales y del referido acorde final que se disolvió en el mutismo de un pianississimo. El público, que llenaba el Palau de la Música Catalana, se quedó extasiado unos siete segundos antes de arrancar en bravos y aplausos.

Fue el colofón de una versión fresca y personal de la última sinfonía del compositor checo. Un concierto que el astro del podio venezolano terminó amagando con presentar una propina, que el público reconoció de inmediato, al escuchar el tema de Raider’s March de la banda sonora de Indiana Jones en busca del arca perdida, de John Williams. Una composición “de un querido amigo de la orquesta”, tal como reconoció Dudamel, que sonó en los atriles angelinos con una lujosa naturalidad.

La violinista María Dueñas, durante su interpretación del concierto de Gabriela Ortiz, el 28 de mayo en Barcelona.
La violinista María Dueñas, durante su interpretación del concierto de Gabriela Ortiz, el 28 de mayo en Barcelona.Toni Bofill

Esta actuación, que cerraba la visita de tres días a Barcelona de la Filarmónica de Los Ángeles con su titular, también arrancó con música de Williams. Una versión de Olympic Fanfare and Theme llena de brillo en el metal y de corporeidad en la cuerda, que el compositor que hoy tiene 92 años escribió para la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984. De hecho, esta primera gira europea pospandémica de la orquesta norteamericana hermanará tres ciudades olímpicas, pues proseguirá hacia París, al igual que la antorcha, los días 30 y 31 de mayo, y después llegará a Londres, el 2 y 3 de junio.

Pero el programa sinfónico que dirige Dudamel en esta gira no rehúye un repertorio más actual y exigente. De hecho, la composición principal de la primera parte supuso el estreno europeo de Altar de cuerda (2021), el concierto para violín de Gabriela Ortiz. Una comisión de la orquesta norteamericana que la compositora mexicana, presente en Barcelona, dedicó a la joven violinista granadina María Dueñas que actuó como solista. La obra está vinculada con el sincretismo posmoderno y combina el molde de un concierto decimonónico con una admirable experimentación tímbrica donde el instrumento solista se convierte en un lujoso cicerone.

La soprano Tamara Wilson (atrás) y los actores del Deaf West Theatre Sophia Morales (Marzelline), Hector Reynoso (Rocco) y Amelia Hensley (Leonore), el pasado 27 de mayo en el Liceo de Barcelona.
La soprano Tamara Wilson (atrás) y los actores del Deaf West Theatre Sophia Morales (Marzelline), Hector Reynoso (Rocco) y Amelia Hensley (Leonore), el pasado 27 de mayo en el Liceo de Barcelona.David Ruano

La interpretación de Dueñas fue admirable de principio a fin. En el primer movimiento, mudejar chilango, no se conformó con dominar el sonido en los dificilísimos reguladores dinámicos de la partitura, sino que les imprimió su propia personalidad. Destacó, a continuación, el inicio de canto abierto, el movimiento lento, donde se evocan las enormes capillas sin techo donde los conquistadores españoles evangelizaron al pueblo indígena, con olas sonoras estáticas formadas por los instrumentistas de viento tocando copas de cristal afinadas. La obra se encamina en maya decó, con una evocación del art decó mexicano, hacia una extensa y dificilísima cadencia donde Dueñas explotó su creatividad sonora. Y la joven granadina terminó exhibiendo su exquisita musicalidad, con una breve y melódica propina de creación propia, donde consiguió que el público aguantase la respiración.

La segunda parte se centró en la antedicha versión fresca y personal de la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Dvořák. Dudamel subrayó los contrastes del primer movimiento tanto dinámicos como agógicos, aunque renunció a repetir la exposición. Buscaba individualizar cada nuevo motivo, como hizo con el tema basado en el espiritual Swing Low, Sweet Chariot, donde el flautista Denis Bouriakov parecía querer parar el tiempo. El largo se abrió con el famoso tema del corno inglés exquisitamente tocado por Carolyn Hove. Pero lo mejor llegó tanto en el scherzo como en el finale. En el primero, Dudamel opuso el primitivismo indígena frente al exquisito vals bohemio del trío. Y el allegro con fuoco final arrancó con una admirable y enérgica evocación dvorakiana del ferrocarril que desató ese recordatorio de todo el material temático de la sinfonía.

Esta excelencia sinfónica del concierto en el Palau, del 28 de mayo, contrastó con la desigual versión dirigida por Dudamel de la ópera Fidelio, de Beethoven, los días 26 y 27, en el Gran Teatre del Liceu. Una propuesta admirable a todas luces por tratar de romper barreras e integrar sobre el escenario a artistas sordos y oyentes. “Esta idea surgió en El Sistema donde creamos, en 1995, el Coro de Manos Blancas para la integración artística de niños y jóvenes con diversidad funcional y discapacidades cognitivas”, explicó Dudamel a EL PAíS, el pasado lunes en su camerino. “Y prosiguió en el 250º aniversario de Beethoven, en 2020, con un proyecto junto al Deaf West Theatre de Los Ángeles en que esperábamos conmemorar juntos la sordera del compositor”, añade. Pero la pandemia pospuso todo hasta 2022 en que se estrenó en el Walt Disney Concert Hall y ahora se ha podido reponer con la consiguiente gira europea.

Gustavo Dudamel dirige a la Filarmónica de Los Ángeles en el foso del Liceo, el pasado 27 de mayo en Barcelona.
Gustavo Dudamel dirige a la Filarmónica de Los Ángeles en el foso del Liceo, el pasado 27 de mayo en Barcelona.David Ruano

Dudamel tiene sus propias ideas acerca de la sordera de Beethoven. “Yo considero que fue un regalo del destino (aunque suene muy duro decirlo así), pues lo aisló de su entorno y le permitió crear su propio mundo sonoro”, asegura. Y lo ejemplifica con su única ópera, Fidelio, que arranca imbuida en el universo mozartiano y desemboca adelantando los sones de Wagner. Pero que, además, es un título que representa la lucha por la libertad donde una mujer vence la opresión y libera a su marido. El proyecto semiescenificado ha sido dirigido por Alberto Arvelo a partir de un concepto de Joaquín Solano. E implica duplicar a sus siete cantantes protagonistas con actores sordos, al igual que los coros del Liceu y del Palau disponen de su paralelo con el Coro de Manos Blancas.

La propuesta dispersa dramáticamente el primer acto, ya que limita los diálogos al lenguaje de signos y separa en exceso cada número musical. Pero fluye mejor en el segundo acto, donde los diálogos son ahora más breves y los números musicales están más conectados. No obstante, Dudamel aclara: “Lo más importante era entender ese juego entre el silencio y el sonido de Beethoven. Estoy muy contento con el resultado que ha cambiado la vida de todos nosotros.”

No cabe duda del pequeño milagro que supone contar con actores sordos y cantantes sobre el escenario de un teatro de ópera. Las encarnaciones dramáticas de Sophia Morales (Marzelline), Hector Reynoso (Rocco) y Amelia Hensley (Leonore) fueron admirables, y la mayor conexión con el cantante la vimos en Daniel Durant (Florestan).

Pero no funcionó la tensión dramática con el foso, ya desde la irregular obertura, que fue aderezada con linternas por el Coro de Manos Blancas. Y quedó claro en el poco contemplativo cuarteto en canon Mir ist so wunderbar. Lo mismo puede decirse del poco conmovedor coro de prisioneros O welche Lust!, que fue precedido por una dispersa introducción orquestal. Todo mejoró en la introducción y el acompañamiento del recitativo y aria de Leonore, si exceptuamos el levemente accidentado trío de trompas.

Escena final de ‘Fidelio’ en el Liceo, el pasado 27 de mayo en Barcelona, en una imagen cedida
Escena final de ‘Fidelio’ en el Liceo, el pasado 27 de mayo en Barcelona, en una imagen cedidaDavid Ruano

El segundo acto fue muy superior, aunque Dudamel tampoco consiguió conectar con el dramatismo de la novedosa introducción sinfónica que precede al monólogo de Florestan. Y lo mejor de la velada llegó en los dos números finales, tanto el dúo de los esposos reencontrados, O namenlose Freude!, como el finale, Heil sei dem Tag, Heil sei der Stunde, donde Beethoven adelanta el abrazo universal de la Novena sinfonía que permitió el lucimiento de los coros del Liceu y del Palau.

El reparto vocal se escoró demasiado hacia las voces líricas. Lo encabezó la Leonore de la soprano estadounidense Tamara Wilson que destacó en una intensa y matizada aria del primer acto. El tenor inglés Andrew Staples, que hace pocos meses cantó Carissimi y Purcell en el Teatro Real, resultó un ligero Florestan, aunque afrontó con entrega y musicalidad la parte final de su aria del segundo acto. El barítono británico James Rutherford dotó de calidad de liederista a su aria del oro, a diferencia del menor carisma como Don Pizarro y Don Fernando que exhibieron los bajos-barítonos Shenyang y Patrick Blackwell. Y muy bien la pareja de la soprano Gabriella Reyes y el tenor David Portillo, respectivamente Marzelline y Jacquino.

El director venezolano ha mantenido una intensa agenda estos días en Barcelona. Dirigió un ensayo abierto el lunes, en el Palau, dentro de la iniciativa Chords of Harmony que ha unido a 200 jóvenes instrumentistas y cantantes estadounidenses, venezolanos y europeos. Y celebró un encuentro con el público, el domingo, en la terraza del Liceu, donde insistió en subrayar que este proyecto de Fidelio comenzó como una locura y ha contribuido a redimensionar el genio de Beethoven. No cabe la menor duda de su poderoso mensaje, aunque a nivel artístico estamos ante un curioso experimento.

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