Barba de ballena, huesos y marfil: un paseo por el Rastro en busca de materiales para el pianoforte del rey
Patrimonio Nacional lleva a cabo la restauración de uno de los instrumentos de época que pertenecieron a la colección de Carlos IV
De una caja de cartón que almacena correas de perro y cochecitos de juguete, asoma una especie de vara. El restaurador Víctor Javier Martínez se abalanza sobre ella y la empuña como si acabara de encontrar la espada Excálibur. Resulta ser un bastón. “Creía que era un paraguas antiguo”, dice con un leve gesto de decepción mientras sigue su paseo por el Rastro de Madrid. De haberlo sido, habría encontrado un tesoro del que sacar unas cuantas varillas de barba de ballena. Las utiliza para restaurar instrumentos de época, como el pianoforte del siglo XVIII en el que está trabajando en el Palacio Real. También suele necesitar hueso, marfil o carey para realizar una restauración fiel, pero ¿dónde encontrarlos si ya no se comercializan?
“Por suerte hoy no cazamos ballenas ni elefantes, así que estos elementos los tenemos que buscar en materiales reutilizados. Y el más difícil de encontrar es la barba de ballena porque aparece en sitios insospechados: corsés de señora antiguos, juguetes, parasoles… Son muy flexibles y pasan normalmente por varillas de plástico. Los mercadillos y las tiendas de antigüedades son lugares idóneos donde pueden aparecer pequeños joyeros con placas de marfil, por ejemplo”, señala el especialista en estudio y restauración de instrumentos históricos. El viaje al Rastro se salda sin barbas de ballena, pero sí con dos cajitas de hueso y con una lámpara cuya pantalla se realizó profanando un cantoral del siglo XVIII manuscrito sobre pergamino. Martínez conservará y recuperará las partes escritas y los márgenes en blanco los reutilizará en una futura restauración: “Lo más seguro es que acaben en los ejes de los apagadores de algún pianoforte”.
Con el botín del Rastro, el restaurador se dirige a pie a la que será su oficina por unos días. El instrumento en el que trabaja pertenece a Patrimonio Nacional y del Palacio Real no puede salir, así que ha instalado un despacho provisional en una de sus salas. En el centro, con sus tripas de cuerda a la vista, espera el pianoforte. Lo rodean tres mesas hasta arriba de herramientas que parecen prestadas de varios gremios. Útiles de dentista, cintas de carrocero y pinceles de pintor, utensilios de mecánico, de carpintero… Todos dispuestos en perfecto orden y listos para prestar servicio.
Martínez se pone su bata repleta de manchurrones de cola orgánica y rompe a pulso una de las cajitas de hueso que acaba de comprar. Varios callos en sus palmas y una herida en forma de equis en el dorso, que se hizo manejando una de las cuerdas del instrumento, cuentan que sus manos desnudas, sin guantes, son su principal herramienta. El hierro de esa cuerda le ha dejado también las puntas de los dedos negras y sus uñas, algo largas las de la diestra, señalan que también es guitarrista. Entre todos sus utensilios, desentona un botecito de Nivea.
— ¿Es para cuidarte las manos?
— Qué va, es para hidratar el cuero de los macillos que golpean las cuerdas
Martínez extrae las piezas de hueso de aspa de ciervo de la caja, en las que se ve incluso el hueco del tuétano, las pule y en apenas unos minutos de trabajo consigue darle forma de tecla. No las usará en este pianoforte, porque su teclado es de marfil. Se trata de un instrumento de lujo, atribuido al constructor Francisco Flórez hacia 1796 con los materiales más nobles del momento, porque su destino era formar parte de los instrumentos reales, como delatan dos medallones de porcelana con los perfiles de Carlos IV y María Luisa de Parma. “Si realmente es cierta la atribución de este piano a Flórez, como así parece, nos encontramos ante un modelo muy avanzado. Es probable que fuera la primera vez en España que se utilizaba este tipo de mecanismo inglés (que introduce una pieza intermedia entre la tecla y el macillo), así como el teclado de seis octavas”, escribe en la Revista de Musicología Cristina Bordas, que ha catalogado los instrumentos de Patrimonio Nacional. Y ¿quién lo tocaba? Se sabe que Carlos IV era un gran amante de la música, pero su instrumento era el violín. Los pianos, en especial los de mesa como este, solían ser instrumentos femeninos, así que una hipótesis probable es que la reina o alguna de las mujeres de su entorno fueran quienes tocaran este pianoforte.
200 años después, quien le arranca sonidos a sus cuerdas es Martínez. Ayer el instrumento estaba aún mudo, pero una jornada de trabajo ha conseguido que suenen unas 17 notas y el restaurador ya es capaz de tocar una pieza de pocos minutos que acciona buena parte de las teclas. Realizar una restauración sonora de los instrumentos históricos es algo con lo que no todos los expertos están de acuerdo. El más mínimo detalle puede dar información, explica Joaquín Díaz, músico y folclorista: “Desde mi punto de vista, que soy también coleccionista de instrumentos, yo procuro no restaurarlos por una razón muy sencilla: su historia también la transmite el estado actual del instrumento. En las reparaciones, que ya sé que Víctor es cuidadosísimo, muchas veces hay que prescindir, por ejemplo, del polvo, pero es que su acumulación en las cuerdas nos permite conocer con exactitud cuándo fueron repuestas”.
@elpais Barba de ballena, huesos y marfil: damos un paseo por el Rastro con un restaurador de instrumentos en busca de materiales para dar una nueva vida al pianoforte del rey Carlos IV. #musicaentiktok #restauraciondeinstrumentos #musicaclasica #rastrodemadrid #patrimonionacional #musica #coleccion #instrumentos
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Martínez sí apuesta, siempre que sea posible, por una restauración sonora: “Primero se realiza un examen minucioso del instrumento para ver en qué estado se encuentra. Si estructuralmente está sano, puede sonar y le va a venir muy bien. Si no lo está, se consolida para su conservación y se exhibe como tal. Conseguir el sonido original es muy importante porque al igual que el instrumento físico es un documento histórico, para mí el sonido también lo es. Siempre, y esto lo quiero dejar muy claro, sin poner en absoluto riesgo el instrumento musical. Es decir, se hace sonar solo cuando tenemos la garantía de que está totalmente sano”.
Es, explica Martínez, como si una persona de 90 años quisiera correr una maratón: “Por mucho que haya entrenado, por muy buen fondo que tenga, tiene 90 años. ¿Cuál es la probabilidad de que gane la maratón? Ninguna. Pero puede hacerla y puede llegar. Y también hay que tener en cuenta que puede lesionarse más fácil, romperse un tobillo, tener una contractura muscular... Así que el entrenamiento tiene que ser diferente. No va a poder entrenar las horas que entrena un chaval de 20 años. Y aquí pasa un poquito igual. Piensa que este instrumento ha estado décadas sin uso. Hay que aplicar una tensión gradual porque no podemos tensionarlo todo de golpe, sufriría demasiado”. El restaurador está entrenando al pianoforte para correr su particular maratón. Queda claro que no será el que un día fue, pero sí que estará preparado para hacernos disfrutar de nuevo con su sonido.
Para esto sirven la barba de ballena o el marfil
Barba de ballena: actúa de fleje en los apagadores horizontales, al pulsar una tecla notamos la sensibilidad o la presión.
Marfil y hueso: suelen utilizarse en las uñetas de las palas de las teclas. También para realizar cejas y cejillas, trastes, clavijas y botones en algunos instrumentos de cuerda.
Cuero: varias capas de diversa dureza recubren los macillos que percuten las cuerdas. También se utiliza como eje o bisagra en los macillos percutores, en partes de la mecánica de acción simple y doble acción y como amortiguador del teclado y descanso del eje de las teclas. Es la solución para evitar el sonido que produce la madera contra madera.
Pergamino: en este pianoforte actúa a modo de bisagra en las barras de los apagadores (mecanismo cuya función es la de enmudecer las cuerdas cuando no se tocan).
Carey y nácar: se suelen emplear en elementos decorativos.
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