Una película de animación coproducida por España y China abre el festival de Málaga
‘Dragonkeeper’, con un presupuesto de 25 millones de euros, adapta las novelas de Carole Wilkinson, protagonizadas por una niña que protege el último huevo de dragón. El certamen comienza con una sección oficial con 37 películas, 19 de ellas a concurso
Ha costado cerca de 25 millones de euros. La labor, entre coordinación y choque, de dos países, España y China, con maneras opuestas de encarar los intrincados procesos de la animación. Ha atravesado pandemias, reticencias, huidas y visiones antagónicas para acabar llegando a la pantalla como película de inauguración del festival de Málaga, que en su 27ª edición ha reventado por sus costuras con una sección oficial de 37 películas, 19 de ellas a concurso. Así que en esa senda pantagruélica, abrir las casi 250 proyecciones que habrá en la ciudad andaluza en 10 días con Dragonkeeper, tiene todo su sentido.
Porque Dragonkeeper, que se estrenará en salas comerciales el 19 de abril en España, y posteriormente en China, ha supuesto un esfuerzo homérico. Llega a su final codirigida por Salvador Simó (Buñuel en el laberinto de las tortugas) y el cineasta chino Jianping Li, quien sirvió “exclusivamente”, dice el español, para “mantener la fidelidad histórica y cultural de la época en la que se desarrolla la historia”, la de la China de hace 2.500 años, durante la dinastía Han. “No queríamos acabar con unas fallas sevillanas como las que aparecen en una entrega de Misión: Imposible”. Pero Simó no era el realizador inicialmente elegido, sino Ignacio Ferreras (Arrugas), cuando la intención de llevar a la pantalla la primera de las novelas de la saga escrita por Carole Wilkinson encontró una coproducción hispanochina en 2016. Simó, en aquel momento, tras trabajar en Londres en Maléfica 2, estaba al cargo del desarrollo de personajes.
¿Cómo iba a hacerse? A través de China Film Group, la productora estatal, que además de poner la mitad del presupuesto, se ocuparía del modelado de los escenarios y la exactitud histórica, los efectos, la iluminación, la renderización (proceso de finalización de una imagen digital mediante software)... Lo más técnico. ¿España? El diseño y la composición visual, la animación pura... Lo creativo. Todo por el bien común: dar vida a una niña, Ping, protectora del último huevo de dragón sobre la Tierra.
Ferreras, exhausto, se salió en 2018. Simó, convencido por el productor Manuel Cristóbal (que posteriormente también se iría del proyecto), ascendió. “Hay que entender que la película ha ido cambiando. Recuerdo en la grabación de las voces en Londres que allí mismo reescribí el guion”, explica en Málaga Simó, que tampoco ahonda mucho en su relación con Li. Además, empezaron a surgir problemas... más que de traducción, de tradición. “Por ejemplo, cuando no entendían algo no repreguntaban, sino que aseguraban que no se podía hacer”, apunta el cineasta. “Luego, está su lucha contra lo implícito. Ellos creen que todo hay que explicarlo, dárselo desmenuzado al público, porque si no, este no entenderá nada. Me negué. Igual que con los abrazos, como el que da al final Ping: me soltaron que imposible, que cómo iba a ocurrir eso. También luché por mi visión: es el momento más emocional de la película”.
Luego llegó la covid. “Esta película ha vivido dos pandemias, porque los confinamientos en Europa y en China han sido en tiempos distintos. Eso nos llevó no solamente a abandonar el estudio, a trabajar en remoto, sino a grandes dificultades de no poder viajar ni la parte china que tenía previsto venir a España, ni nosotros a China, durante muchísimo tiempo”, recuerda Simó. Y lo que parecía la gran ventaja de la animación, el trabajo a distancia, se convirtió en otro obstáculo por mor de las enormes diferencias. “En animación, se va avanzando solapando distintas tareas para no perder el tiempo; así desarrollas las secuencias a diferentes velocidades. En China se negaron, y no pasaban a una labor si no habían acabado la precedente. El escalonado de tareas saltó por los aires. Y de repente, antes de la pandemia, se fueron los técnicos chinos más talentosos”. Simó no llega a decir que se quedó un mal equipo, aunque lo apunta. “El trabajo que tenían que haber hecho en tres años se les amontonó en uno. Me he pasado 2023 y 2024 yendo y viniendo de China. Es que la película se iba a acabar mucho antes, y el estreno se ha ido retrasando”, recuerda. “También yo me tomo todo de manera muy personal, y eso me ha machacado estos meses, porque he acabado las mezclas hace muy, muy poco. Respeto su modo de trabajar y su filosofía, a ellos les funcionará, pero...”.
¿Algo más? “Bueno, usamos el inglés como idioma puente, y allí no siempre lo entendían, o entendían lo que querían. Y sus supervisores de trabajo pecaban de... ser laxos. Daban el visto bueno a labores pensando en que ya las corregiría el director, es decir, yo, y para Occidente esos elementos nunca hubieran pasado el corte. Nos sobrecargó de trabajo a este lado”, incide. ¿Qué ha funcionado? “Creo que hemos acertado en encontrar un punto medio en la narrativa, en que sea asumible para ambas audiencias. Yo no quería que hubiera una cadena de gags, como algunas películas estadounidenses, ni caer en sus explicaciones pormenorizadas... Que la historia fluya y que la dinastía Han quede bien retratada. Y que la animación vuelve a confirmarse como la técnica adecuada para narrar historias fantásticas, de mundos que se cruzan sin que el espectador sienta que le están mintiendo con enormes efectos digitales”.
Babelia
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