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El nostálgico realismo de Isabel Quintanilla hace historia en el Thyssen

La artista madrileña, maestra en la representación minuciosa de lo cotidiano, se convierte en la primera española a la que el museo madrileño dedica una muestra monográfica

Una visitante observa un cuadro de Isabel Quintanilla en la exposición que el Museo Thyssen dedica a la artista española.
Una visitante observa un cuadro de Isabel Quintanilla en la exposición que el Museo Thyssen dedica a la artista española.Javier Lizon (EFE)
Caio Ruvenal

El escritor John Koening define en su Diccionario de las penas oscuras la anemoia como el sentimiento de nostalgia por momentos y objetos que nunca vivimos o tuvimos. Echar de menos algo ajeno. Cualquier memoria podría reconocer la escena de un escritorio alumbrado por una lámpara de mesa en el corazón de la noche, encima un teléfono antiguo con el disco para marcar, agendas que se mezclan con libretas y, en los estantes de abajo, una serie de libros amontonados que acumulan polvo. Este cuadro, El teléfono (1996), sintetiza la añoranza por las escenas cotidianas que perseguía la pintora Isabel Quintanilla (1938-2017), la primera artista española a la que el Museo Thyssen dedica una exposición desde que se fundó en 1992: El retrato íntimo de Isabel Quintanilla, que puede visitarse hasta el 2 de junio.

“Las soledades me emocionan profundamente, ese teléfono solitario, ese sitio donde se trajina mucho y de repente se ha quedado mudo. Eso me emociona tanto que lo quiero intentar pintar”, le contaba antes de morir Quintanilla a la comisaria de la muestra, Leticia Cos, que ha convencido a galeristas, instituciones y coleccionistas ―concentrados, sobre todo, en Alemania― para reunir en la muestra casi un centenar de piezas que abarcan unas siete décadas de trabajo de una de las máximas exponentes del grupo de realistas que convergieron en Madrid en torno a los años cincuenta del siglo pasado. La gran mayoría de los cuadros son representaciones, desde una perspectiva frontal, de los rincones de su casa, con pequeños objetos diarios que pueden despertar recuerdos a cualquier espectador: la ropa tirada sobre el váter, la máquina de coser con la escayola, la vajilla sin lavar. Incluso en sus bodegones mezclaba frutas y flores con artefactos personales como un bolso, una llave, un monedero o un periódico.

“Su pintura es lo mismo que su vida. Quintanilla no conseguía pintar algo que no representara su realidad”, apunta Cos. Se refiere a la exposición como una “promesa cumplida” con la artista madrileña. “Fue ella quien llamó la atención en la exposición que dedicamos en 2016 a los realistas de Madrid. Fue un descubrimiento para mucha gente”. Dentro de ese grupo-generación, del que solo queda vivo Antonio López (88 años), la muestra dedica unas salas a sus integrantes mujeres con dos piezas de María Moreno (1933-2020) y otras cuatro de Amalia Avia (1930-2011). Son cuadros de jardines e interiores que no desentonan con el tono de la amplia retrospectiva de Quintanilla, que abarca desde La lamparilla (1956), la obra más antigua que se conserva, hasta Bodegón Siena (2017), la última que entregó a su galerista poco antes de fallecer. Una nutrida selección con la que el Thyssen consuma su primera exposición individual de una autora española. Antes solo había organizado monográficas de pintoras internacionales, como Berthe Moristot (2011), Sonia Delaunay (2017) y Georgia O’Keefe (2021).

La obra 'El teléfono' (1996), de Isabel Quintanilla.
La obra 'El teléfono' (1996), de Isabel Quintanilla.Museo Thyssen-Bornemisza

La exposición es una especie de autobiografía de la artista a través de su interior doméstico. Pero al estar ausentes de cualquier presencia humana, adquieren un carácter universal. Son pocos los cuadros en los que dibuja a personas, entre ellas su esposo, Francisco López (también miembro de los realistas madrileños) en Paco escribiendo (1995). En otras obras evoca a sus familiares mediante pertenencias que los definieron. Es el caso de Homenaje a mi madre (1971), donde la evoca usando una máquina de coser, tijeras y un molde. La preocupación de Quintanilla por inmortalizar su entorno no solo se resolvió con representaciones de artefactos sencillos de la vida diaria, sino también de sus jardines y alrededores a través de paisajes (la sierra madrileña, Castilla o Extremadura). De este último conjunto resalta por su detallismo y minuciosidad el óleo de grandes dimensiones Roma (1998-1999), que realizó durante los cuatro años que estuvo en la capital italiana, donde se formó su marido.

Esta obra es una de las muchas que llegaron desde Alemania, donde mejor vendió y mostró su obra. Llegó al país germánico después de conocer en 1970 al marchante y cofundador de la Galería Juana Mordó, Ernest Wuthenow. Le ofreció representarla, y en las décadas de los setenta y ochenta le consiguió decenas de exposiciones individuales en Fráncfort, Hamburgo y Darmstadt, además de una presencia en la Documenta 6 de Kassel (1977). “Que su obra haya gustado tanto en Alemania tiene que ver con el agotamiento que el país estaba teniendo con las neovanguardias y se gestaba un movimiento de recuperación de los realismos”, apunta el director artístico del Thyssen, Guillermo Solana.

El paisaje urbano 'Roma', que Quintanilla pintó entre 1998 y 1999.
El paisaje urbano 'Roma', que Quintanilla pintó entre 1998 y 1999.sebastian schobbert

El mercado alemán se sorprendió con su rotundo dominio de la técnica y el oficio para plasmar la realidad, logrado a través de una amplia formación académica. Con 11 años empezó a asistir a clases en talleres particulares y con 15 entró a la Escuela Superior de Bellas Artes, donde se graduó en 1959. Se licenció en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid y recibió lecciones de las pintoras Concha Gutiérrez Navas y Maroussia Valero. Tenía un ritmo lento y preciosista: no más de tres o cuatro cuadros al año. Podía volver reiteradas veces al mismo lugar recóndito que estuviera pintando para medir los cambios de luz. En Atardecer en el estudio (1975) y Nocturno (1988-1989) retrata un ventanal y una mesa con quince años de diferencia.

Su meticuloso trabajo para acercarse lo más posible a la realidad la convirtió en una revolucionaria en tiempos del arte conceptual y el informalismo, favorecido por las autoridades e instituciones nacionales. No fue su única batalla. “Quintanilla vivió y trabajó en un momento de la historia de España en el que las mujeres artistas no tenían ni el peso ni el protagonismo de los artistas masculinos, aspecto que no pasaba por alto en sus declaraciones públicas para reivindicar el valor de su trabajo y el de sus compañeras”, recuerda el texto de presentación de la exposición en el Thyssen. Su lucha culmina con este hito en el Thyssen.

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