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El doble exilio de Eduardo Blanco-Amor, el genio olvidado de las letras gallegas que vivió en Argentina y fue amigo de Lorca

Se reedita ‘Los miedos’ (1963), la novela, silenciada por la censura, del escritor, que vivió cinco décadas en el exilio y construyó una obra inclasificable marcada por la disidencia estética y sexual

Carlos Primo
El escritor Eduardo Blanco-Amor en Buenos Aires, en 1926.
El escritor Eduardo Blanco-Amor en Buenos Aires, en 1926.Fundación Eduardo Blanco-Amor

En enero de 1961 las votaciones del Premio Nadal estuvieron especialmente reñidas. Hasta la penúltima ronda, un manuscrito pisó los talones al relato ganador, que finalmente fue El curso, de Juan Antonio Payno. La novela descartada se titulaba Los miedos y, meses después del fallo, el secretario del concurso, Rafael Vázquez Zamora, confesó en un encuentro con estudiantes que era posible que Destino, la editorial que convocaba el certamen, quisiera publicarla, aunque “no como finalista, porque entonces, como ya ha ocurrido, se descubriría que es mejor que la premiada”.

Detrás de aquella novela presentada bajo seudónimo estaba un nombre que no era desconocido para la cultura de la época: el escritor gallego Eduardo Blanco-Amor (1897-1979), un poeta, ensayista y narrador afincado en Buenos Aires. Los miedos, un singular relato de formación escrito en su madurez, fue su intento de reintegrarse en el mundillo literario español. Cuando finalmente se publicó, en 1963, inició un periplo con la censura que, a la larga, hizo de ella una rareza y una novela de culto, escasamente difundida y casi maldita. Ahora, el catedrático de Literatura de la UCM Emilio Peral Vega la ha recuperado en una edición crítica para la colección Letras Hispánicas de Cátedra, lo que supone de facto su reintegración en el canon de la narrativa española del XX, y también un ajuste de cuentas con la historia.

En su adolescencia, Blanco-Amor parecía tenerlo todo para desarrollar una carrera literaria en su Ourense natal. Sin embargo, en 1919 decidió emigrar a Argentina. Le habían acusado de prácticas “indebidas y contrarias a la moral y a la naturaleza”, una alusión poco velada a su homosexualidad, que por otro lado él nunca quiso ocultar. En Buenos Aires comenzó una intensa actividad intelectual. Trabajó en distintas publicaciones, fundó revistas, ejerció como una especie de agregado cultural gallego en la capital argentina y afianzó su prestigio durante dos visitas a España, en 1928 y entre 1933 y 1935. En esta última entabló una estrecha amistad con Federico García Lorca, que se convertiría en un nombre fundamental en su biografía. Blanco-Amor no solo corrigió el manuscrito original de los Seis poemas galegos del granadino; también fue su confidente sentimental, tal y como demuestra la correspondencia entre ambos.

De regreso a Buenos Aires, y tras el asesinato de su amigo al inicio de la Guerra Civil, el gallego se convirtió en un valedor de la obra lorquiana. Pronunció conferencias sobre él, elogió los Sonetos del amor oscuro cuando apenas eran conocidos por una minoría y desarrolló una obra propia, poética y dramática, marcada por un intimismo modernista y con sabor local. “Blanco-Amor se exilió muy pronto y eso lo desubicó, especialmente porque no lo hizo por la Guerra Civil, sino por cuestiones personales, así que los estudios del exilio no se han ocupado de él”, apunta Peral Vega, experto en teatro y en literatura de la Edad de Plata, a propósito de esta posición excéntrica. “Además, es un autor marginal dentro de la narrativa de los años cincuenta y sesenta, porque parece que escribe antiguo, y también por su diglosia, ya que alternó el gallego y el español en función de su momento vital, de una manera muy natural pero que en este país se vive de un modo muy artificial”.

El autor Eduardo Blanco-Amor, en una fotografía tomada en Buenos Aires en 1926.
El autor Eduardo Blanco-Amor, en una fotografía tomada en Buenos Aires en 1926.Fundación Eduardo Blanco-Amor

De hecho, su obra narrativa fue tardía: Blanco-Amor, amigo de Borges y de Castelao, empezó a escribir novelas pasada la cincuentena a instancias de su amigo, el dramaturgo asturiano Alejandro Casona, que le animó a poner por escrito sus recuerdos de infancia. El resultado fue una novela de iniciación, La catedral y el niño (de 1948, reeditada en 2018 por Libros del Asteroide), seguida de la que muchos consideran su obra maestra: A esmorga (1959), un fascinante relato neobarroco y tremendista escrito originalmente en gallego (y traducido por él mismo al castellano como La parranda) que narra una trágica jornada de juerga en el Ourense decimonónico. Cuando emprendió la redacción de Los miedos, su siguiente novela, el escritor afrontaba una madurez atribulada. “En aquel momento, Blanco-Amor atravesaba un momento de depresión, porque en Buenos Aires no acababa de estar completamente instalado y empezaba a surgir en él la idea de volver a España, una tierra que echaba mucho de menos”, explica Peral Vega. “Por eso había intentado establecer un lazo literario con España que le permitiera tener una visibilidad que no acababa de tener en Argentina”. Sin embargo, el plan no había funcionado. Su primera novela tuvo problemas con la censura y tardó años en editarse en España. Lo mismo sucedió con A esmorga, “la gran decepción de su vida, porque tuvo una recepción muy menor entre los galleguistas”, explica el catedrático.

En Los miedos el autor regresó al paisaje de su infancia para asumir la voz de un niño de unos 10 años que ensaya distintas formas de afrontar el miedo junto a otros chavales con los que veranea en el pazo de su abuela, una propiedad señorial a las afueras de Ourense. Peral Vega considera que su interés reside, además de en el tema –”la novela de aprendizaje no está muy desarrollada en nuestra narrativa del siglo XX”–, en cierto tono homoerótico y en un estilo propio con escaso parangón en su época. “Es un narrador un poco a contracorriente, algo desubicado en el tiempo”, apunta el catedrático. “El estilo de Blanco-Amor es preciosista, un tanto neobarroquizante, se deleita en la propia escritura y en una selección léxica enormemente depurada. Es un estilo un tanto añejo, que refleja devoción por una manera de narrar más propia de finales del XIX o del principio del XX, que de los años sesenta”.

Por el contrario, la audacia con que Blanco-Amor plasma el deseo homoerótico la ubican en una posición de vanguardia entre sus contemporáneos. Entreverados en la trama infantil hay varios episodios —un encuentro sexual entre dos moradores del pazo, y un momento en que el protagonista presencia la masturbación de un adolescente— que entraron en colisión con la moral de la época. En un primer momento, “aún reconviniendo algunos episodios, la novela pasó la censura, que es algo curioso”, explica Peral Vega. Tras su publicación, sin embargo, la Dirección General de Información, el órgano franquista encargado de la censura, recibió una carta de denuncia que, además de subrayar los pasajes más explícitos de la novela, posiblemente alertaba del pasado republicano y la homosexualidad de su autor. “La gran decepción de Blanco-Amor fue descubrir que esa delación la había ejecutado alguien a quien él consideraba como un amigo”. Peral Vega se refiere al intelectual gallego José María Castroviejo, autor de la denuncia, cuyo documento original no se ha localizado. “En todo caso, debió de ser muy contundente y detallada, tanto como para revertir dos juicios previos y plantear a los editores que dejaran morir la novela, literalmente”.

Retrato de Blanco-Amor en Betanzos en 1964, tras su regreso a España.
Retrato de Blanco-Amor en Betanzos en 1964, tras su regreso a España.José Tomás Veiga Roel / Fundación Eduardo Blanco-Amor

Así sucedió. Sin atención crítica ni éxito comercial, la novela pasó desapercibida. Para aquel entonces Blanco-Amor ya había regresado a España, donde permaneció hasta su muerte. En una conversación con EL PAÍS en 1977, cuando Gonzalo Suárez estrenaba una adaptación fílmica de A esmorga, subrayó el papel formativo de sus cincuenta años de exilio. “El verdadero acontecimiento de mi sino, como hombre y como escritor, fue el haberme formado y casi deformado en Buenos Aires”, explicó. “De haberme quedado yo en España y afrontado la novela, me hubiera quedado en un Wenceslao Fernández Flórez, en un Mata o un pastiche de Valle Inclán”.

La recuperación de Los miedos, con su regusto tardorrealista, su audacia erótica modernista y su impecable pulso narrativo, permite reencontrarse con el heterodoxo que reivindicaba a Henry James, a Proust y a Faulkner, y que nunca se desprendió de sus raíces gallegas. “Blanco Amor no quería estar solo; lloraba mejor si estaba con alguien, y le producía tristeza -que no lástima- la gente pobre. Se pasó el día y la noche buscando compañía. [...] Le frecuentaban los miedos más dispares”, escribió Luis Marañón en EL PAÍS un año después de su fallecimiento, el 1 de diciembre de 1979 en Vigo, de una embolia cerebral. Sesenta años después de su primera publicación, la reedición de Los miedos rescata un texto que aún espera lo que siempre quiso su autor: el encuentro con los lectores.

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Sobre la firma

Carlos Primo
Redactor de ICON y ICON Design, donde coordina la redacción de moda, belleza y diseño. Escribe sobre cultura y estilo en EL PAÍS. Es Licenciado y Doctor en Periodismo por la UCM

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