Phyllida Barlow: la escultura se hace al andar
La británica iba a ser la primera artista viva en exponer en Chillida-Leku, pero falleció en marzo. Quedan sus obras, piezas a gran escala para pasear y atravesar, realizadas con materiales perecederos que reflejan el paso del tiempo
Con toda su monumentalidad y su escala colosal, las esculturas de la británica Phyllida Barlow podrían describirse como un chorro de agua que fluye. El hilo de líquido va cayendo dentro de un vaso, lo llena, lo desborda, lo vacía y acaba volviéndolo a llenar con la misma agua, solo que al mismo tiempo diferente. Fallecida en marzo de este año, Barlow era la primera artista viva programada para exhibir en Chillida-Leku. No llegó a ver la inauguración de la muestra, celebrada el 23 de mayo, pero sí tuvo tiempo de visitar el museo en Hernani en noviembre del año pasado y finalizar el proyecto a falta de una pieza inacabada, de la que se exhibe la estructura y la maqueta que realizó. Concebida específicamente para el caserío Zabalaga, la recia construcción del siglo XVII que atesora algunas de las obras de Eduardo Chillida en el museo que lleva su nombre, la exposición Phyllida Barlow (hasta el 22 de octubre) dialoga tanto con el espacio que la acoge como con los trabajos del escultor vasco. Llena como agua que corre el contenedor del edificio. En algunos aspectos, las obras de ambos escultores se entienden y se complementan. En otros, son como dos cargas de signos iguales.
Nacida en Newcastle upon Tyne en 1944, Barlow pasó la mayor parte de su carrera enseñando arte en la universidad. Algunos de sus alumnos se convirtieron en los grandes nombres de la escena británica contemporánea: Tacita Dean, Rachel Whiteread, Douglas Gordon. La fama le llegó a esta escultora siempre dispuesta al coqueteo con lo performativo en una época tardía. En 2017, representó a Reino Unido en la Bienal de Venecia. En 2021 —mientras protagonizaba una exposición en la Tate Modern— Barlow conoció a Mireia Massagué, la directora de Chillida-Leku, en la presentación de una muestra de Henry Moore. “En 2011, la Tate invitó a distintos artistas a escribir un texto sobre alguna de las obras de su colección, y Barlow eligió Modulación del Espacio I, de Chillida”, recuerda Massagué. “Eso nos llamó mucho la atención”, reconoce. Se abrió así la veda para explorar una revisión del trabajo de la artista, el primero que se lleva a cabo en España.
Mientras las esculturas de Chillida representan todo aquello que resulta sólido y estable, los trabajos de Barlow —muchos son construcciones a escala monumental— remiten a la fragilidad y la vacilación. La imponente torre que ocupa el centro del caserío parece un esqueleto inestable, otras piezas firmemente movedizas se sustentan sobre peanas huecas. Son obras que concluyen en su propia indeterminación, que exhiben sin pudor las cicatrices de su factura. Un trabajo terminado en perpetuo proceso que siempre deja a la vista las huellas de la intervención, generando texturas contrapuestas y exigiendo al espectador que proyecte su particular perspectiva espacial y mental sobre ellas. Hace falta caminarlas, rodearlas, para poder percibirlas en sus distintos matices. Para Chillida, la verdad de los materiales se escondía en el esfuerzo, en la lucha cuerpo a cuerpo con la piedra, el hierro, el acero. La británica, por el contrario, recurre al porexpán y la arcilla, a la madera y el yeso. A todo aquello accesible, nada noble, y perecedero. En el fondo, ambos aspiran a lo mismo, a modelar el tiempo, solo que el uno lo hace desde el poso de la lentitud y la otra medra en lo transitorio, buscando lo que solo tiene validez en el aquí y el ahora.
“A ella le gustaría que los espectadores se pregunten, por ejemplo, cuánto tiempo se ha pasado alguien anudando todos los lazos y poniendo el cemento en esculturas como su Untitled: tower holder, de 2020 [la gran torre de siete metros de altura que atraviesa las dos plantas de Zabalaga]”, ilustra la responsable de las exposiciones del museo, Estela Solana, para subrayar que “la obra de Barlow está poblada por ideas como el humor, lo grotesco y la contraposición entre construcción y deconstrucción”.
En cada montaje de sus obras, estas deben ser reparadas y renovadas, convirtiéndose, de facto, en una versión diferente de sí mismas. Para la gran torre, que se estira hasta casi rozar las vigas del caserío, el equipo de la artista británica tuvo que rehacer todos los lazos y rebozar cada uno de los bulbos que la componen de cemento. Las dos piezas que se sitúan a la entrada del edificio, en el exterior (untitled: holder y untitled: fallengunstyresandplacard, ambas de 2015), son directamente versiones rehechas de piezas preexistentes, adaptadas a su nueva localización en el verdor del terreno de 11 hectáreas que circunda el casón que Chillida adquirió en 1983.
Barlow, como contó Solana, dudaba de que su trabajo pudiera definirse exactamente como escultura. Delante (y detrás) de sus propuestas, resulta fácil comprender las dubitaciones. Uno de los trabajos expuestos en Hernani, untitled: folly;doublehang (2016-2017), tiene más de pieza bidimensional que de objeto volumétrico. Podría asimilarse a una tramoya, un espacio entre bambalinas donde el espectador no debería adentrarse pero que aquí, sin embargo, se convierte en su particular escenario por donde pasear, husmear y hacerse dueño de sus utilidades. “El espacio se usa como material, que es algo en lo que también coincide con Chillida”, abundó Solano, “del mismo modo que ambos también juegan con la idea de gravedad”, solo que la británica lo hace desde lo ligero y el vasco, desde lo pesado. En la sala más recogida del espacio de Chillida-Leku se exhiben dibujos realizados entre 1963 y 2023. Se trata de piezas con entidad de obra acabada, aunque también le sirvieron a la autora como esbozos rápidos de lo que luego se materializaría en sus esculturas.
Al final del recorrido, permanece la sensación de haber participado en una experiencia artística poco usual. Los trabajos de Barlow ondulan en ese espacio indefinido —quizá, también, indefinible— entre lo orgánico pero industrial, lo sólido pero blando, lo monumental pero decadente. Empeñada en denominar sus obras con el apelativo de Sin título, Barlow dejó claro que no estaba interesada en explicar sus intenciones. Queda a juicio de aquel que mira otorgar un significado a lo explorado y, por ello, vivido.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.