Robert Johnson: ¿todo es mentira?
La obsesión por el ‘bluesman’ ha generado toda una industria y una nebulosa de quimeras
Sabemos que todo el santoral del pop se sustenta, en buena parte, sobre mentiras y malentendidos: ni Dylan se formó como vagabundo ni Lennon provenía de la clase obrera. Esa mitología se espesa alrededor de Robert Johnson.
Han tenido que adherirse muchas, muchas leyendas para conseguir que Johnson sea hoy el prototipo del blues rural, tal vez el paradigma de todo el blues afroamericano. Durante su vida profesional fue un bluesman más de Misssissippi, con un solo éxito: “Terraplane Blues” (1937). Fuera del Delta, su muerte —¿envenado por un marido celoso?— pasó desapercibida. El productor John Hammond sí sintió su ausencia: iba a aparecer a finales de 1938 en Nueva York, en un concierto panorámico titulado From Spirituals to Swing (beneficios destinados a la agonizante II República española, por cierto).
En 1961, Hammond desencadenaría su relanzamiento, con un LP provocadoramente titulado King of the Delta Blues Singers, que impactó en Bob Dylan, Mick Jagger, Eric Clapton y otros coetáneos. La divinización de Johnson partió de la benemérita secta de los coleccionistas de pizarras, freaks que peinaban los barrios negros buscando aquellas placas olvidadas de 78 r.p.m. Se atrevieron con el Sur Profundo, donde las autoridades desconfiaban de cualquier blanco norteño, sospechando que podría ser un activista por los derechos civiles (entre la población negra, poco habituada a visitantes blancos, también despertaban recelos).
Con los coleccionistas, llegaron los investigadores. Resulta que algunos de los bluesmen históricos seguían vivos, incluso dispuestos a volver a grabar y actuar. Les preguntaban por colegas desaparecidos y entonces se acumularon rumores, fábulas, recuerdos sobrevenidos sobre Robert Johnson. Como aquello de que había vendido el alma al diablo a cambio de extraordinarios poderes musicales.
El único bluesman que alardeó de un pacto semejante fue Tommy Johnson (no emparentado con Robert). El bulo, que menosprecia el talento y la fuerza de voluntad del músico, se repite en numerosos libros, documentales y películas. Una excepción: los eruditos hermanos Coen incorporaron en O Brother! a un bluesman diabólico llamado (correctamente) Tommy Johnson, pero muchas críticas, incluyendo la de The New York Times, lo confundieron con Robert Johnson. Y es que ahora hasta te recomiendan visitar el cruce de caminos donde —se supone— Robert hizo el pacto.
Unos desatinos que tal vez se podrían haber evitado si Mack McCormick hubiera publicado en los años setenta su biografía de Robert. Entre los indagadores del blues, destacaba por conocer el terreno y sus peculiaridades: nació en Texas. Hizo hallazgos sensacionales, en documentos y en personas: descubrió a dos hermanastras, que le cedieron —¡el Santo Grial!— fotos del difunto. McCormick compartió sus averiguaciones pero se atascó con el libro; en una segunda versión, aseguraba que todos se equivocaban de bluesman: el Robert Johnson que grabó las 29 canciones, en San Antonio y Dallas, sería un músico tejano del mismo nombre. Puede que McCormick sufriera de trastorno bipolar.
Pero tenía talento literario: 50 años después, se ha publicado la primera versión de su libro, como Biography of a Phantom. Una iniciativa de la Smithsonian Institution, en cuyos almacenes de Washington ha recalado el inmenso archivo de McCormick. Está prevista una antología de sus grabaciones de campo y se prepara una exposición sobre su tormentosa vida. Como Robert Johnson, Mack McCormick tendrá su lugar en el sol.
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