Gina Lollobrigida y otras nueve divas y antidivas del mejor cine italiano
La reciente muerte de la actriz nos ha empujado a echar la vista atrás y a reflexionar sobre una época portentosa de las películas del país mediterráneo
La reciente muerte de Gina Lollobrigida invita a echar la vista atrás y a reflexionar sobre una época portentosa del cine italiano, entre el neorrealismo de los años cuarenta y los primeros años setenta, en la que numerosos directores de todos los estilos hicieron brillar a su país en la pantalla y en la que los intérpretes se convirtieron en rostros tan r...
La reciente muerte de Gina Lollobrigida invita a echar la vista atrás y a reflexionar sobre una época portentosa del cine italiano, entre el neorrealismo de los años cuarenta y los primeros años setenta, en la que numerosos directores de todos los estilos hicieron brillar a su país en la pantalla y en la que los intérpretes se convirtieron en rostros tan reconocidos popularmente en el mundo como cualquier estrella de Hollywood. Divas y antidivas que, aupadas en la mayoría de los casos gracias a su belleza, impusieron después una rotundidad interpretativa, un carisma y un glamour imperecederos en la historia del cine mundial.
Este recuerdo a algunas de las más importantes artistas femeninas de la época puede animar también a redescubrir en plataformas ―la mayoría se encuentran en Filmin, Flixolé o Amazon― una serie de títulos imborrables, otros que corren peligro de olvidarse y un último grupo de historias a reivindicar.
Gina Lollobrigida (1927-2023)
Llegó al cine a través de la moda y de algo tan italiano como los concursos populares de belleza. Su carrera —no demasiado larga, de 25 años— se basó en tres vertientes: el drama social y la comedia a la italiana (Pan amor y fantasía; Pan, amor y celos); las grandes producciones estadounidenses rodadas en Europa (Trapecio, Salomón y la reina de Saba) y las coproducciones europeas con más prestigio en los nombres que en los resultados (Fanfan, el invencible; Venus imperial; La mujer de paja). La segunda es seguramente la más conocida, pero la primera es con mucho la más relevante. Y ahí destacan tres películas soberbias con interpretaciones maravillosamente enérgicas de Lollobrigida: Vida de perros (1950), de Mario Monicelli y Steno, tragicomedia sobre la penosa existencia de una compañía de variedades; La ciudad se defiende (1951), de Pietro Germi, relato criminal con tintes sociales y de miseria moral, ambientado en el atraco a la taquilla del antiguo Estadio Nacional Fascista durante un partido de fútbol, con Fellini y Comencini entre sus guionistas; y La romana (1954), de Luigi Zampa, basada en la magnífica novela de Alberto Moravia, sobre la compleja vida de una prostituta.
Anna Magnani (1908-1973)
La mayor del grupo, aunque coincidiera con las demás en el olimpo de las décadas de los cincuenta y los sesenta. Una mujer capaz de todo, hija de madre trabajadora (y soltera), criada por su abuela en un barrio marginal, que llevaba escrito en la cara el sufrimiento. Las ojeras más atractivas de la historia. El temblor de voz más auténtico del cine. Trabajó con los mejores y en cualquier estilo de puesta en escena y de narración. Símbolo de la mujer neorrealista con Roma, ciudad abierta, de Rossellini; madre desgarradora en Bellissima, de Visconti, obstinada en convertir a su (sin gracia) hija en una niña prodigio del cine; rescoldo amargo del neorrealismo con el punto de poesía de Pasolini en Mamma Roma. En 1955 fue a Hollywood para interpretar su primer papel en inglés, el de La rosa tatuada, de Delbert Mann, basada en la obra de Tennessee Williams, amigo y confidente de las noches romanas que había escrito el texto pensando en ella, y ganó el Oscar a la mejor actriz. “Siempre me pregunté cómo se las arregló para vivir dentro de la sociedad y, sin embargo, permanecer tan libre de sus convenciones”, escribió el dramaturgo en sus memorias.
Sofia Loren (1934)
Un mito viviente. Siete premios David de Donatello a la mejor actriz protagonista. Un Oscar, además, por una película italiana, Dos mujeres, de Vittorio de Sica, más otro de carácter honorífico en 1991. Títulos extraordinarios en su país, en Europa y en Hollywood. A los 15 años quedó segunda en el certamen de Miss Italia y el productor Carlo Ponti, 22 años mayor que ella, jurado aquel día, le dijo: “¿Por qué no viene mañana a mi despacho?”. El resto es historia del cine italiano, y de la familia. Se casaron dos veces: la primera, en 1957, por poderes en México, e ilegalmente para Italia pues Ponti estaba aún casado con otra mujer; la segunda y definitiva, en 1966. Y estuvieron juntos hasta la muerte de él. A los 16 años salió desnuda en la versión francesa de una producción italiana, El gerente general, de la que quedó una foto sorprendente. Y a partir de ahí, interpretaciones cada vez más cargadas de personalidad y de talento, en cualquier género, con un año célebre, 1964, en el que hizo Ayer, hoy y mañana, La caída del Imperio Romano y Matrimonio a la italiana. En 1994, en Prêt-a-porter, de Altman, se homenajeó a sí misma junto a Marcello Mastroianni recreando el striptease de Ayer, hoy y mañana.
Monica Vitti (1931-2022)
La más fría, la más antidiva, la más moderna, la más misteriosa. Al contrario que la mayoría de sus compañeras en la cima, de cuerpos esculturales y comienzos cinematográficos aupados por su belleza y por los concursos, con poca o nula preparación artística, luego solventada con la pasión, la espontaneidad y el carisma, Vitti se había diplomado en la Academia Nacional de Arte Dramático en 1953. De una belleza casi más nórdica que mediterránea, pasará a la historia del cine italiano por sus mujeres lánguidas y glaciales de las películas de Michelangelo Antonioni, del que fue pareja en la vida real: La aventura, La noche, El eclipse, El desierto rojo. En la comedia popular, pese a que hizo un buen puñado en la segunda parte de su carrera (La ragazza con la pistola, El demonio de los celos…), parecía más limitada. La mujer alienada con la mirada perdida entre las rocas de las historias de Antonioni encajó, sin embargo, a la perfección en el surrealismo de Buñuel, en uno de los mejores episodios de su brillantemente demencial El fantasma de la libertad.
Silvana Mangano (1930-1989)
Aunque ya había participado en un puñado de películas, su aparición con apenas 19 años en Arroz amargo (1949), de Giuseppe de Santis, legó una de las imágenes imperecederas del cine italiano. Una mujer de cuerpo rotundo y abrumadora sensualidad, pantalones cortos, medias raídas, mirada retadora, trabajando duramente como campesina. Y una película con un conflicto social plenamente vigente: el enfrentamiento en los campos de arroz entre las contratadas en origen y las ilegales sin papeles. No sería la única secuencia para la historia de Mangano: sus movimientos en el escenario de Anna (1951), de Alberto Lattuada, cantando y bailando El negro zumbón, llegaron a ser homenajeados por Nanni Moretti en Caro diario, conformando la viva imagen del éxtasis emocional. Más tarde llegarían títulos señeros como Teorema, Muerte en Venecia e incluso Dune, en EE UU, y otros quizá menos populares pero prodigiosos, caso de La gran guerra, El proceso de Verona y Confidencias. Había sido elegida Miss Roma con 16 años y al año siguiente era una de las favoritas para ser Miss Italia, pero venció Lucía Bosé. Vivió de incógnito en Madrid los tres últimos años de su vida y fue incinerada en el cementerio de la Almudena.
Giulietta Masina (1921-1994)
Distinta a todas las anteriores y a las posteriores. Pequeñita, completamente alejada de los cánones de la belleza, licenciada en Filosofía y Letras y con comienzos en el teatro y en la radio, donde conoció a Federico Fellini, el hombre de su vida y de sus películas, que por entonces escribía guiones para seriales. Aunque trabajó con directores fundamentales del cine italiano (Rossellini, Lattuada, Comencini, Lizzani, Wertmüller…), sus trabajos para Fellini la llevaron a la cima de la naturalidad, el genio y la delicadeza: Almas sin conciencia, Las noches de Cabiria, Giulietta de los espíritus, Ginger y Fred. Su torpe tonadilla tocando el tambor y gritando con timidez “¡ha llegado Zampanò!” en La strada no deja de acongojar por muchas veces que se haya visto. Podía ser payasa y señora, apocada y airada. Una fuerza de la naturaleza cargada de registros interpretativos. Solo sobrevivió cinco meses a su marido, con el que tuvo un solo hijo, muerto al mes de nacer, después de haber sufrido un aborto anterior al caer por una escalera.
Eleonora Rossi Drago (1925-2007)
Era una de las favoritas para ser Miss Italia 1947, pero fue descalificada cuando los organizadores se enteraron de que había estado casada y tenía un hijo. Así de nefastos eran moralmente los concursos de belleza. También procedente del mundo de la moda, Palmira Omiccioli, verdadero nombre de Rossi Drago, es seguramente la más desconocida de la pieza, pero el que esto escribe está convencido de su necesaria reivindicación, aparte de por Las amigas, de Antonioni, por otras dos películas fastuosas: Verano violento, de Valerio Zurlini, en la que interpretaba a una bella viuda burguesa que iniciaba una relación con un joven en plena Guerra Mundial, pero en un microcosmos alejado de la contienda; y el aguerrido policiaco Un maldito embrollo, de Pietro Germi. De una elegancia suprema y con una mirada fascinante, trabajó también en España en El diablo también llora (1965), de Nieves Conde, y en la excelente (y también reivindicable) El último sábado (1967), de Pere Balañá. La prensa la llamaba “la señora” del cine italiano.
Lucía Bosé (1931-2020)
Conocida de sobra en España tanto por su vida privada —su matrimonio con el torero Luis Miguel Dominguín y la dimensión pública y artística de sus hijos— como por su protagonismo en Muerte de un ciclista, título señero del cine español. Sin embargo, quizá no sean tan populares sus películas italianas. Crónica de un amor (1950), ópera prima de Antonioni, la más importante, la reveló con su aspecto de elegante y fría burguesa tras haber ganado el certamen de Miss Italia cuando tenía 16 años; un concurso histórico porque Gianna Maria Canale, otra futura actriz, fue segunda, Lollobrigida, tercera, Mangano también participó y Rossi Drago fue descalificada. Repitió con Antonioni en La señora sin camelias (1953) y ofreció seguramente su mejor actuación en la espléndida Los extraviados (1955), de Francesco Maselli, sobre el conflicto de clases y el amor entre un joven aristócrata y la refugiada de clase obrera que interpretó Bosé, durante la Segunda Guerra Mundial. Al año siguiente abandonó el cine para dedicarse a su familia, y tras divorciarse de Dominguín en 1967 retomó su carrera, aunque con producciones de mayor significación en España que en Italia. La mejor de las transalpinas, Metello, de Mauro Bolognini.
Claudia Cardinale (1938)
De carrera tan inabarcable como su sonrisa, Cardinale trabajó en todos los registros y géneros y aún sigue en activo, a los 84 años. Rocco y sus hermanos y El gatopardo, con Visconti; Fellini 8 y ½; el wéstern Hasta que llegó su hora, de Sergio Leone; y hasta La pantera rosa, de Blake Edwards, y Los profesionales, de Richard Brooks, ambas en EE UU, además de Fitzcarraldo, con el alemán Werner Herzog, pueden ser sus títulos más conocidos. Pero nos vamos a atrever a destacar otros papeles tan interesantes o más que estos: el de la pueblerina descarriada y enamorada de un burgués, que acaba pasando la jornada de su vida con el hermano pequeño de este en la dolorosa La chica con la maleta, de Zurlini; el de la señorita de familia burguesa arruinada, que inicia un affaire con el amante de su madre en Los indiferentes, de Maselli, basada en la novela de Moravia; el de la insatisfecha esposa de Mastroianni en la obra maestra de Mauro Bolognini El bello Antonio; y el de la mujer de un hombre desaparecido, presuntamente asesinado por la mafia siciliana, en El día de la lechuza, de Damiano Damiani, uno de los mejores acercamientos de siempre a la Cosa Nostra. Nacida en Túnez, también llegó al cine a través de un concurso de belleza en el país africano.
Stefania Sandrelli (1946)
Debutó con 15 años en El federal (1961), magnífica comedia sobre el fascismo de Luciano Salce. Ese mismo año, en la popular sátira Divorcio a la italiana, de Germi, el barón interpretado por Mastroianni se enamoraba locamente de su sobrina, a la que ponía rostro Sandrelli. Poco después se confirmó como estrella juvenil en otra comedia de Germi sobre las muy particulares normas morales y sociales italianas: la fantástica Seducida y abandonada (1964). Dotada de un rostro y una voz delicados, de una extraña finura, y de un contundente cuerpo, ha trabajado con directores de todo tipo, incluido el erótico Tinto Brass en La llave secreta. Entre sus películas más importantes, las políticas El conformista (1970) y Novecento (1976), ambas de Bernardo Bertolucci; la preciosa radiografía de una generación en Una mujer y tres hombres (1974), de Ettore Scola, con el que también hizo La terraza y La familia, y, cómo no, su papel de mujer madura y sexy en Jamón, jamón, de Bigas Luna. Y una debilidad: Yo la conocía bien (1965), de Antonio Pietrangeli. Aún en activo como actriz, dirigió una película en 2009 protagonizada por su hija Amanda: Christine Cristina, sobre la filósofa del siglo XV Christine de Pizan, considerada como la precursora del feminismo occidental.