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Crítica | Música clásica
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Faust, Widmann, Queyras y Aimard encumbran la eternidad de Messiaen

Los cuatro afamados solistas de violín, clarinete, violonchelo y piano deslumbran en la Sociedad Filarmónica de Bilbao con su interpretación del ‘Cuarteto para el fin del tiempo’

El violonchelista Jean-Guihen Queyras, el pianista Pierre-Laurent Aimard (en el centro) y la violinista Isabelle Faust, ayer viernes en Bilbao.
El violonchelista Jean-Guihen Queyras, el pianista Pierre-Laurent Aimard (en el centro) y la violinista Isabelle Faust, ayer viernes en Bilbao.Sociedad Filarmónica de Bilbao

El compositor francés Olivier Messiaen estrenó su Cuarteto para el fin del tiempo en la oscura y gélida tarde del 15 de enero de 1941. El evento no se produjo en una sala de conciertos convencional, sino en uno de los barracones del Stalag VIII-A, el campo de concentración nazi para prisioneros de guerra ubicado en Görlitz/Zgorzelec, en la frontera silesia entre Alemania y Polonia.

Messiaen unió su piano a los instrumentos de tres compañeros de cautiverio: el violinista Jean Le Boulaire, el clarinetista Henri Akoka y el violonchelista Etienne Pasquier. Y entre el público se congregó una multitud de prisioneros a los que conmovió una composición que seguramente muchos no comprendieron. La escena ha sido bellamente recreada, desde la ficción, en la novela de Mario Cuenca Sandoval, El don de la fiebre (Seix Barral).

Desde 2008, el proyecto germano-polaco Meetingpoint Music Messiaen e. V. conmemora aquel insólito concierto en el mismo lugar, hoy reconvertido en un centro cultural europeo destinado tanto a la memoria como al desarrollo creativo. Para el 80º aniversario del estreno del Cuarteto para el fin del tiempo, en 2021, se invitó al centro de Görlitz/Zgorzelec a cuatro de los principales intérpretes de la obra: la violinista Isabelle Faust, el clarinetista y compositor Jörg Widmann, el violonchelista Jean-Guihen Queyras y el pianista Pierre-Laurent Aimard, que además fue una especie de protegido del propio Messiaen. La pandemia arruinó el proyecto y también la ambiciosa gira internacional previa, con varios conciertos en España a comienzos de junio de 2020. Al final, los cuatro músicos consiguieron juntarse, en agosto de ese año, para filmar una interpretación de la obra de Messiaen en el referido centro cultural germano-polaco, una coproducción de Accentus Music y del canal Arte que puede verse en la plataforma Medici.tv.

“Fue una experiencia increíble tocar allí la obra”, confesaba Jörg Widmann a EL PAÍS, anoche tras su actuación en Bilbao. “Sientes algo especial, pero es muy difícil de explicar con palabras”, aseguraba. El clarinetista y compositor alemán reconocía, además, la influencia que ha tenido conocer ese terrible lugar para volver a interpretar la composición de Messiaen, que grabó durante el Festival de Salzburgo de 2008 (Orfeo). Su concierto junto a Faust, Queyras y Aimard, en la Sociedad Filarmónica de Bilbao, ayer viernes, 2 de diciembre, se enmarca dentro de la recuperación de la cancelada gira de 2020, que se inició en Barcelona, el pasado día 30 de noviembre, y culminará mañana domingo en Castellón. Y para la que se ha respetado el programa original con ambiciosas composiciones de los siglos XX y XXI, de Alban Berg, Maurice Ravel y Elliott Carter, junto a la obra de Messiaen, aunque en el Palau de la música catalana se añadió también Fantasie para clarinete solo, de Jörg Widmann.

El concierto arrancó con el propio Widmann acompañado por Aimard en las Cuatro piezas para clarinete y piano op. 5, de Alban Berg. Se trata de una temprana composición, de 1913, aunque ya plenamente atonal y aforística. Adorno vio en esta obra una especie de sonata en cuatro movimientos con todo su material comprimido. Y a esa unidad aspiraron el clarinetista alemán y el pianista francés, aunque respetando la indicación de la partitura de separar cada una de las piezas. Especialmente brillante sonó el arco dramático de la pieza final, desde la lenta y estática introducción del piano al clímax tenso y violento que conduce a una coda casi ascética que supone la liberación del clarinete.

Prosiguió la Sonata para violín y violonchelo, de Maurice Ravel, terminada en 1922 como parte de un homenaje póstumo a Claude Debussy. El compositor aseguró haber renunciado aquí al encanto de la armonía en favor de la melodía y, por ello, concentró todo su afán en el diálogo entre los dos instrumentistas dentro de un entorno asombrosamente moderno que combina modalidad, politonalidad, atonalidad y polirritmia. Faust y Queyras brindaron una versión admirable de la obra, aunque funcionó especialmente bien en los dos movimientos finales. Ambos dialogaron con suma belleza en esa libre passacaglia del tercer movimiento, pero lo mejor llegó en el palpitante y obsesivo rondó final, donde elevaron con virtuosismo y fantasía los guiños bartokianos y jazzísticos.

La primera parte concluyó con el canto del cisne del compositor americano Elliott Carter, que compuso con la friolera de 103 años. Se trata de una serie de doce piezas cortas, que denominó Epigramas, en alusión a la forma literaria breve, ingeniosa y satírica de la Antigüedad. Una ristra de destellos de genialidad para violín, violonchelo y piano, del compositor estadounidense más eminente después de Aaron Copland. Precisamente, esta composición fue un encargo de Pierre-Laurent Aimard, a quien está dedicada, y el pianista francés lideró en Bilbao una versión admirable con Faust y Queyras como baluartes. Un cúmulo de detalles gestuales, flujos sonoros, melodías compartidas y texturas superpuestas. De todos, quizá el más impresionante fue el epigrama núm. 8 donde los tres instrumentos comparten fragmentos de melodías que fluyen entrelazadas hacia un final lento y contemplativo. No creo que se pueda decir más con menos, ni tampoco tocar mejor esta página que Carter fechó al final de su partitura, el 11 de mayo de 2012, casi seis meses antes de su muerte.

Pero lo mejor del concierto lo escuchamos en la segunda parte, íntegramente dedicada al Cuarteto para el fin del tiempo, de Messiaen. La obra es una ambiciosa reflexión en ocho movimientos acerca del famoso pasaje bíblico del Apocalipsis donde un ángel proclama el fin del tiempo. Pero aquí se utiliza con una doble intención. No solo como proclamación del fin del pasado y del futuro y como el comienzo de la eternidad, sino también como la aspiración a crear una música fuera del tiempo y liberada de los corsés rítmicos convencionales.

Los cuatro solistas saludan al público de la Sociedad Filarmónica de Bilbao, al final del concierto.
Los cuatro solistas saludan al público de la Sociedad Filarmónica de Bilbao, al final del concierto. Sociedad Filarmónica de Bilbao

La obra se alimenta, además, de la representación sonora de la inquebrantable fé católica del compositor y de su pasión por los cantos de pájaros. Lo comprobamos en el inicio, titulado Liturgia de cristal, donde escuchamos al clarinete convertido en un zorzal y al violín en un ruiseñor, pero ambos elevados a un plano armonioso y celestial por los patrones repetidos del piano y el violonchelo. En el segundo movimiento, Vocalización, para el ángel que anuncia el fin del tiempo, Aimard comenzó a liderar con autoridad las tensiones y contrastes de la obra. Y su forma de plasmar ese goteo celestial de “acordes azul-anaranjado” (como los denominó Messiaen) fue magistral.

Widmann convirtió Abismo de los pájaros, a continuación, en uno de los mejores momentos de la velada. Una versión con un tono firme y puro, saboreando cada nota como si fuera un canto gregoriano. Pero también con un asombroso dominio de la entonación y de la dinámica, que elevó hasta el cielo en cada una de las diferentes redondas marcadas en crescendo, en la partitura, desde lo inaudible (ppp) hasta la máxima intensidad (ffff) con un sonido sin presión, progresivo y potente. El Interludio que sigue, y que fue lo primero que compuso Messiaen de la obra, funcionó como un ideal scherzo.

Siguió Alabanza a la eternidad de Jesús, que fue otro momento estelar, ahora con la redondez sonora del violonchelo de Queyras majestuosamente sostenido por Aimard con un acompañamiento ostinato donde cada acorde parecía un mundo. Como curiosidad, este movimiento fue reutilizado por Messiaen de la oración de Fiesta de las aguas hermosas para seis ondas Martenot, de 1937, y es la música que escuchamos en la escena del caballo de la película El renacido, de Alejandro González Iñárritu.

La Danza de la ira para las siete trompetas rompió el ambiente etéreo con su marmórea y granítica imitación de gongs y trompetas. Los cuatro solistas aseguraron aquí un admirable unísono que se fue tensando hasta concluir en un dramático borrón del violonchelo. A continuación, Queyras dulcificó su tono para representar a la luminosa reaparición del ángel, en Red de arcoíris para el ángel que anuncia el fin del tiempo, cuyo luminoso canto se contrapone a robustas espadas de fuego con esos destellos de “lava azul-anaranjado” que sonaron de forma sobrecogedora y como un certero clímax de la obra.

Faltaba la conclusión para violín y piano, titulada Alabanza a la inmortalidad de Jesús, que fue lo mejor de todo el concierto. Se trata de otra página reutilizada aquí por Messiaen y que procede de la segunda parte de su Díptico para órgano, de 1933. Pero aquí todo se alarga y se estira como un símbolo de eternidad, al igual que en la Alabanza previa del violonchelo. Faust aseguró toda la gradación dinámica de esta elegía con un tono rico y un vibrato exquisito en su violín, donde curiosamente empleó un segundo arco bien untado de resina. Pero volvió a ser Aimard el verdadero mago en la creación de la tensión y el espíritu de esta música, con esos acordes donde había mucho más que notas. El minuto de silencio y meditación que provocaron en el público de la bella sala filarmónica bilbaína fue seguramente un premio mayor que los consabidos aplausos.

Sociedad Filarmónica de Bilbao. Temporada 2022-23. Obras de Berg, Ravel, Carter y Messiaen. Isabelle Faust (violín), Jörg Widmann (clarinete), Jean-Guihen Queyras (violonchelo) y Pierre-Laurent Aimard (piano). Sociedad Filarmónica de Bilbao, 2 de diciembre.

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