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ANTIGUO EGIPTO
Columna
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Perros, canarios, burros, serpientes y la tumba de Tutankamón

Una historia de mascotas relacionadas con la egiptología y su mayor descubrimiento

Jacinto Antón
Howard Carter a lomos de su burro, camino de la tumba de Tutankamón, en una foto coloreada.
Howard Carter a lomos de su burro, camino de la tumba de Tutankamón, en una foto coloreada.

El animal más conocido relacionado popularmente con el hallazgo de la tumba de Tutankamón y sus descubridores, Howard Carter y su patrón Lord Carnarvon, seguramente es el perro del segundo (en puridad una perrita, Susie), del que se cuenta que se puso a aullar desconsoladamente en Inglaterra justo en el momento que su amo moría en El Cairo (a primera hora del 5 de abril de 1923), que ya es distancia, para seguirlo a la tumba inmediatamente después. Como lo de que se apagaron las luces de la capital egipcia al expirar el aristócrata y mecenas, y todo lo relacionado con la supuesta maldición de Tutankamón, claro, lo de la muerte del perro es una leyenda. No así su existencia, que es bien cierta, y hasta hay alguna foto en que se ve a la perrita, a la que le faltaba una pata, junto a su dueño, al que acompañaba en los viajes a Egipto.

En realidad, el que tuvo una mascota directamente relacionada con la historia del hallazgo de la famosa tumba (acontecimiento del que el próximo día 4 se cumple justo un siglo) fue Howard Carter. Era un canario amarillo con el que apareció en Luxor al regresar el 27 de octubre de 1922 de su viaje a Gran Bretaña tras asegurarse in extremis el apoyo financiero de Carnarvon para una última temporada de excavaciones en el Valle de los Reyes, que fue la que llevó al hallazgo. Al parecer, había adquirido el ave cantora de paso en El Cairo con la finalidad de que diera un poco de alegría y vidilla a su casa solitaria de Elwat el-Diban (“montículo de las moscas”), el conocido como Carter Castle, cerca de la entrada del valle y que hoy puede visitarse como museo (al lado está la minuciosa reproducción de la tumba de Tutankamón realizada por Factum Arte). Cuando los miembros egipcios de su equipo de excavación vieron el canario, que venía además en una jaula dorada, cargada por el fiel criado de Carter, Abdel el-Al Ahmed, lo consideraron un buen presagio y, según cuenta en una carta el agente de Carter, Herbert Winlock, se exclamaron: “¡Es un pájaro de oro que nos traerá suerte!, este año encontraremos, inshallah (Dios lo quiera), una tumba llena de oro; mabruk (bendito sea)”. Incluso le veían un halo sagrado al ave. En una semana aparecería la tumba de Tutankamón que, consecuentemente, fue llamada por los trabajadores “la Tumba del Pájaro Dorado”.

Todo lo cual no le dio mucha suerte al canario, del que desconocemos el nombre, aunque seguramente no era Piolín; el ave fue al parecer devorada por una cobra, lo que no hizo sino aumentar su leyenda. El luctuoso hecho tuvo lugar poco después de su llegada a Luxor y mientras Carter estaba en El Cairo para recoger a Carnarvon e ir los dos a abrir la tumba el famoso día 26 de noviembre. Por lo visto, Arthur Callender, colaborador de Carter, encontró la serpiente en la jaula “justo en el acto de zamparse al canario, con halo y todo”. La historia, como bien acota el biógrafo de Carter T. G. H. James, es rara, porque a ver cómo iba a meterse la cobra entre los barrotes de la jaula, aunque es verdad que las serpientes tienen mucha capacidad de pasar por sitios muy estrechos, como podemos dar fe los que tenemos una y nos la hemos encontrado fugada en la biblioteca, en la sección de libros del Antiguo Egipto, lo que también podría haber tomado yo por una premonición (de que escribiría este artículo, por ejemplo). En todo caso la maldición de Tutankamón fue muy real para el canario. Curiosamente, los egipcios, muy pragmáticos, lo consideraron otro buen presagio, pues al cabo la cobra era un emblema real y sagrado en tiempo de los faraones. Parece ser que Carter sustituyó al pájaro finado por otro, del que no conocemos su historia.

Carter en la casa de Meditet Habu, con su caballo y una de sus gacelas.
Carter en la casa de Meditet Habu, con su caballo y una de sus gacelas.

El canario original no era el primer animal que Carter perdía a causa de una serpiente, lo que no hace sino aumentar nuestra admiración por los que excavan en Egipto. Cuando vivía en una casa junto al templo de Medinet Habu (en la otra punta de la necrópolis tebana) como inspector del Servicio de Antigüedades tenía un burro joven llamado San Toy que le había tomado mucho cariño a su dueño, lo buscaba por todas partes y cuando lo encontraba emitía un rebuzno de afecto. Pero en el verano de 1902 lo mordió una cobra en el hocico y murió en tres horas. En ese caso nadie pensó que el suceso presagiara nada, aunque es cierto que tiempo después Carter haría bastante el burro y perdería su cargo por el affaire de Saqqara (una pelea con turistas franceses).

Howard Carter tenía un gran interés y aprecio por la naturaleza y los animales, directamente proporcional a lo que le costaba relacionarse con la gente. Era hijo de un artista especialista en pintar animales que dibujaba las mascotas de los ricos terratenientes y aristócratas como una forma de ganarse la vida (Samuel John Carter, el padre, era bueno, lo recomendaba Millais, lo que da una inesperada relación entre Ofelia y Tutankamón), y se convirtió también él en un magnífico dibujante; de hecho esa fue su entrada en el mundo de la arqueología. Acompañaba a su padre y tuvo así relación con los animales (y los ricos) desde muy joven. Desarrolló un gran amor por la historia natural, especialmente por la ornitología y la entomología. En la casa de Medinet Habu montó casi un pequeño zoo, una ménagerie como la que mantenía su padre en el jardín del hogar familiar en el número 10 de Rich Terrace, en Kensigton (Londres) con el propósito de usar los animales de modelos.

Gacela dibujada por Howard Carter.
Gacela dibujada por Howard Carter.Grifith Institute

En Egipto, aparte del infortunado burro y de un caballo, Sultan, que, como es sabido, colaboró en el hallazgo de la tumba de Mentuhotep II al meter la pata en un agujero que condujo a la sepultura, tenía un par de gacelas, que también murieron trágicamente y que Carter, muy apenado, enterró en el desierto. En cuanto a las aves, al arqueólogo, que las dibujaba con habilidad de avezado birdwatcher (mi favorito es el romántico dibujo de una abubilla anidada en una grieta del templo de Hatshepsut bajo una pintura de la diosa buitre Nekhbet), le gustaba observarlas, sobre todo a los pelícanos, y tenía en su casa un palomar.

Conocemos los nombres de dos de los perros que tuvo Howard Carter, dos mestizos grandotes (no soportaba los perros falderos) a los que quería mucho, Soggy, y luego Gaggia, que reemplazó al primero en 1913 y que tuvo la mala suerte de contraer la sarna a causa de un zorro infectado capturado por el arqueólogo. Carter tenía que hacerle curas al can con parafina, hidratante que usó luego profusamente en la conservación de los tesoros de Tutankamón.

José Manuel Galán con 'Tutu' cruzando el Nilo en Luxor.
José Manuel Galán con 'Tutu' cruzando el Nilo en Luxor.

Y esto, los perros, nos lleva a otra bonita historia de mascotas y egiptología. El equipo del Proyecto Djehuty, que investiga, excava y restaura desde hace ya 21 años (cumplidos el 2 de febrero) en la necrópolis de Dra Abu el-Naga muy cerca de la casa de Carter de Elwat el-Diban y el Valle de los Reyes, incorporó esta campaña pasada, acabada en febrero, a un nuevo miembro: Tutu, un cachorro local mezcla de labrador y golden que cumplirá un año en diciembre y que ha enamorado al mudir, el director del proyecto, el egiptólogo madrileño José Manuel Galán. Tutu, primera mascota del equipo, es una abreviatura de Tutuya, el nombre de un alto funcionario faraónico, el veterano mayordomo y supervisor del ganado de Amón bajo Ramsés II, cuya tumba investiga la misión.

Adoptado el pasado 19 de enero por unanimidad, Tutu, que conoce como su casa la montaña tebana, acompañó los pasos de Galán, de quien no se separaba un instante, “señalándole cuáles son los puntos calientes de la excavación y dónde hacer el trabajo con mayor cuidado”, según la información sobre los miembros del equipo que se recoge en la página web del Proyecto Djehuty. Tutu ha viajado a España —con todos los papeles en regla— al regresar la misión, cerrando a la inversa el círculo de esta historia de mascotas que empezó con la Susie de Lord Carnarvon hace un siglo. Es de imaginar que Galán lo llevará a pasear al templo de Debod…

La estatua de Anubis de la tumba de Tutankamón.
La estatua de Anubis de la tumba de Tutankamón.

P. S. ¿Y Tutankamón? Los antiguos egipcios eran muy fans de las mascotas. Adoptaban perros (parecen haber inventado los collares y traíllas) y gatos principalmente, y también monos. Y se enterraban con ellos. Una dama del Imperio Medio dejó a su perra Aya, “la justa, la querida de su señora”, dentro de su propio ataúd. Tutmosis III acogió a su mono momificado, probablemente una mascota real, en su sepultura. Y la reina Herneit inhumó a su perro a la entrada de su mastaba en Saqqara. El equipo de Galán ha hallado precisamente los restos de una perra envuelta en lino y con un collar de cuentas de fayenza azules esta última campaña (obviamente marcada por los perros).

Entre los nombres de perro documentados —las razas eran saluki, basenji y lebrel—, están Fiel, Bribón, y Eso no me gusta (adelantándose su dueño muchos siglos a Nicky Jam y Enrique Iglesias). Curiosamente, uno de los casos de mascota mejor preservada —recuerda la egiptóloga Salima Ikram— es el de una gacela como las de Carter, la de la familia Pinudjem, para cuya momia se había hecho incluso un sarcófago a la medida. En la tumba de Tutankamón no había ninguna mascota, aunque sabemos por imágenes que el joven faraón, amante de la caza, tenía perros. En todo caso, un perro de ultratumba, la impresionante escultura vigilante de Anubis en forma de cánido y que apareció cubierta por un chal, es uno de los objetos icónicos del ajuar de Tut…

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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