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Feria de la Virgen de los Llanos de Albacete
Crónica
Texto informativo con interpretación

“¡Música, gandules!”

Generosas puertas grandes de Víctor Hernández y José Fernando Molina ante una noble novillada de Montealto

José Fernando Molina pasea las dos orejas del quinto novillo.
José Fernando Molina pasea las dos orejas del quinto novillo.UTE Casas Amador

Eran ya pasadas las ocho y media de la tarde —el festejo había comenzado a las seis— cuando, en mitad de la faena de Álvaro Alarcón al sexto, parte del público comenzó a tocar palmas de tango. Si alguien hubiera entrado en ese momento a la plaza podría haber pensado que era un signo de protesta. Y no habría estado mal. Motivos para ello había unos cuantos. Pero no, unos segundos después, alguien despejó cualquier atisbo de duda al gritar “¡Música, gandules!”.

Visto lo visto, está claro que la inmensa mayoría de los que acuden hoy en día a un festejo taurino no es a emocionarse con un toro bravo y un torero artista y valiente; ni tampoco a exigir que se hagan las cosas mínimamente bien; a lo que parece que van es a beber, merendar, aplaudir, pedir trofeos y, cómo no, escuchar el pasodoble de turno.

Por esta razón, si los espectadores que acudieron este lunes a la plaza albaceteña lo hicieron con ese propósito seguro que se marcharon felices. Pese a que la tarde comenzó torcida por la lluvia, al final todo el mundo pudo beber, pegarse una buena comilona, pedir numerosas orejas (que, por supuesto, fueron concedidas) y escuchar repetidamente las notas de la Unión Musical Ciudad de Albacete.

Más aburridos se fueron aquellos individuos —si es que queda alguno— que se sentaron en la localidad ávidos de emociones, casta y buen toreo. Porque, de todo eso, hubo poco. ¡Y eso que se cortaron cinco orejas y dos de los novilleros abrieron la puerta grande! Triunfalismo barato.

Los afortunados en salir a hombros fueron Víctor Hernández y José Fernando Molina. Por un lado, uno de los novilleros revelación de la temporada nacional; por otro, la gran esperanza de la tauromaquia local. Al primero le dieron dos generosas orejas, una en cada uno de sus respectivos novillos; al otro, tres. La ya de por sí devaluada categoría de esta plaza, por los suelos.

Y uno se pregunta: ¿qué es lo que vieron aquellos que pidieron tales premios y la presidenta que los concedió? O, mejor aún, ¿se acuerdan de alguno de los centenares de pases que jalearon y recompensaron? Rebuscando en la memoria es justo rescatar el estimable recibo a la verónica que ejecutó Hernández al primero; o, también, el templadísimo saludo capotero de Molina al segundo de la tarde, así como el quite que realizó después. Pero, ¿y qué más?

Es verdad que ambos demostraron que poseen oficio y un buen concepto del toreo. Es más, en sus largas y pesadas labores, hubo, salteados, algunos muletazos largos y templados. El problema es que, sin estar mal, tampoco anduvieron a la altura. Y, principalmente, porque casi nunca dieron el paso que diferencia una actuación correcta de otra superior.

¿Cómo se puede consentir que los novilleros, aquellos que están empezando, utilicen todas las ventajas de las llamadas figuras del toreo? ¿Cómo puede ser que, ante novillos nobles y bondadosos que no se comen a nadie, siempre citen fuera cacho, metan el pico y rematen los muletazos en línea?

Eso fue lo que hicieron repetidamente los tres actuantes. Con la agravante de que, enfrente, no tuvieron unos animales duros e inciertos que pudieran justificar tales precauciones; al revés, la esperada novillada de Montealto, de impecable presentación, resultó nobilísima y de contado poder. Salvo los lidiados en primer y sexto lugar, el resto pasó de puntillas por el tercio de varas, donde apenas se les castigó. Luego, en el último tercio, ofrecieron embestidas merecedoras de mejor trato.

Algo mejor estuvo José Fernando Molina, que el próximo jueves se convertirá en matador de toros. Arropado en todo momento por sus paisanos, además del buen manejo del capote, dejó pasajes de toreo clásico en tandas demasiado cortas. En primer lugar, le correspondió un utrero blandísimo, pero de clase excepcional, que embistió con el hocico por el suelo desde que salió por toriles. Más exigente fue el manso quinto, que comenzó calamocheando, pero que acabó sacando el fondo de casta que albergaba en su interior.

Hernández, que torea vertical —cosa de agradecer― anduvo casi siempre despegado en dos faenas tan largas como irregulares. Eso sí, como en las labores de sus compañeros, no pudieron faltar los pases cambiados por la espalda, los circulares invertidos o las manoletinas/bernadinas. ¡Qué originales!

Cerraba el cartel Álvaro Alarcón, que no dijo nada ante el muy soso y descastado sexto, y que no se acopló nunca frente al blando y codicioso tercero.

Montealto / Hernández, Molina, Alarcón

Novillos de Montealto, muy bien presentados por su seriedad, remate y magníficas hechuras, desiguales en los caballos, nobles, blandos y sosos, en conjunto. Destacó la clase exquisita del 2º y el fondo encastado del 5º.

Víctor Hernández: estocada delantera, tendida y desprendida (oreja); estocada contraria -aviso- y un descabello (oreja).

José Fernando Molina: pinchazo hondo (oreja); estocada desprendida (dos orejas).

Álvaro Alarcón: -aviso- estocada baja (saludos); pinchazo, estocada trasera -aviso-, cuatro descabellos y se echa el toro (silencio).

Plaza de toros de Albacete. 12 de septiembre. Quinta de abono de la Feria de la Virgen de los Llanos. Algo menos de media plaza.

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