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Lara Moreno, escritora: “La víctima nunca es perfecta. El que es perfecto es el agresor”

‘La ciudad’ es la última novela de la autora, tres historias de maltrato que disecciona con medidas milimétricas y devastadoras

Lara Moreno, escritora, fotografiada en la calle de Eduardo Dato de Madrid.
Lara Moreno, escritora, fotografiada en la calle de Eduardo Dato de Madrid.Claudio Alvarez
Manuel Jabois

Lara Moreno (Sevilla, 43 años) se sienta en la terraza del restaurante Lúa de Madrid, pide una cerveza y mira, de reojo, la portada del libro que trae el periodista. Es La ciudad (Lumen, 2022) y ella es la autora. Su tercera novela, una historia de tres mujeres maltratadas (una española, una inmigrante cuidadora, una inmigrante explotada). La protagonista, Oliva, autónoma en el mundo editorial, tiene una hija pequeña y mantiene una relación con un activista de un partido de extrema izquierda; el libro arranca con una visita de la Policía Nacional a su casa del barrio de La Latina por las llamadas de los vecinos ante el volumen de la bronca. Esa historia transcurre paralela a la de Damaris, una mujer colombiana, y Horía, una mujer marroquí.

Pregunta. ¿Las tres son personajes reales?

Respuesta. No. Son personajes que están llenos de realidad. Una chica ecuatoriana me dijo hace unos días que la historia de Damaris es casi de un modo exacto la historia de su tía cuando emigró a España. Ocurre que tú y yo podemos identificarnos muchísimo más con la historia de Oliva porque es una mujer blanca, española, y porque, a diferencia de Damaris y Horía, ella tiene las mismas posibilidades que ellas de entrar en una relación de maltrato, pero más recursos para salir.

P. Al poco de empezar su noviazgo y en la primera bronca, el novio de Oliva, Max, la aparta (¿o la empuja?) y ella se queda horas dándole vueltas: ¿me ha apartado o me ha empujado?

R. Yo cuento en este libro una historia de maltrato. Y mi intención al describirla tan milimétricamente es porque, aunque en este caso no se llega a la violencia física, sí vivimos muchas veces en el límite, sin que te importe ya de qué tipo es la violencia cuando es una violencia como la que sufre mi protagonista. Por eso es tan real. Esa suciedad emocional: los chantajes, la posesión, las inseguridades… Cosas que pueden ser una verdadera tortura psicológica y generen una relación absoluta de maltrato, como en mi libro, o que se pueden dar en muchas parejas sin que se llegue tan lejos, sin que se convierta en una relación de maltrato. Una cosa es sufrir, porque cuando quieres y te comprometes puedes sufrir, pero otra cosa es que te hagan daño de forma sistemática y voluntaria.

P. Irena, una niña de 10 años, hija de Oliva, ve entrar a un hombre encantador en su casa.

R. Los niños lo ven y lo acaban sabiendo todo. Hay una escena en la que ella ve distraída a su madre, pero no es una distracción alegre: es una distracción tensa, nerviosa: su madre está distraída por algo que la atormenta. Y los niños pueden acabar sintiendo que su madre quiere más a la otra persona que a ellos, porque piensa todo el rato en su pareja, que es algo que no debe sentir nunca una hija o un hijo.

P. El novio de Oliva trabaja en un partido de extrema izquierda.

R. Tenemos un problema: hay políticas y una visibilidad que no teníamos, pero nuestra intimidad sigue siendo terrorífica se lo proponga quien se lo proponga. Y es muy difícil que una mujer maltratada sienta que la sociedad la está acompañando. La sociedad es todo lo que hay más allá de la puerta de tu cuarto, y aunque ahí el discurso público de muchos es combativo, las actitudes privadas están llenas de matices, de complicidades con el agresor si es amigo tuyo, de silencios o soledad cuando necesitas consuelo.

P. Usted pone ahí el dedo.

R. Este libro empieza con la policía llegando a una casa porque la han llamado los vecinos, y han llamado los vecinos porque llevan mucho tiempo escuchando cosas horribles. Pero en realidad, lo que intento denunciar es que se siga asociando la policía a la violencia física. “Oiga, ¿le han hecho daño?”. “Cómo daño, ¿qué daño me ha hecho? Me está torturando de otra manera”. Tortura también es vivir supeditada a la tensión que impone otra persona. Y tiene que ver con la igualdad, claro que sí: cualquier relación de abuso se basa en imponer tus normas sin empatía, sin solidaridad, sin compañerismo. Con tu pareja, como le ocurre a Oliva. Con la persona que viene a limpiar a tu casa, como Damaris. Con la persona que recoge las fresas que tú te comes, como Horía. Sentirse superior, de eso va, y ejercer ese poder. Y esto puede aparecer en todo. “¿Te has acostado con alguien?”. “No, he ido a comprar el pan”. “¿Seguro que no has ido a acostarte con alguien?”.

P. Las tres protagonistas tienen una correa. En el caso de Oliva, es más grotesca. Es, supuestamente, una mujer libre. O más desde luego que las otras dos.

R. Pero sólo al final Oliva consigue el contacto cero, que tiene que ver con las relaciones de maltrato. El contacto cero es lo que tú tienes que hacer voluntariamente porque no hay una orden de alejamiento, ni siquiera la has pedido; es algo que debería hacer la otra persona, pero nunca lo hace.

P.

R. Mira, cuando ella se va al pasado para tratar de saber cuándo empezó todo, recuerda el día en que él se levanta una mañana y le empieza a gritar. Y ella se va de su casa. Y se pregunta ya en la calle porque es ella la que se va de su casa y no sale él corriendo de allí. No hay mecanismo de supuesta protección que funcione: ni terapias, ni entorno, ni nada. Sólo el contacto cero autoimpuesto de ella lo separa de él.

Hay algo de purpurina caducada en toda esa mierda de que “quien bien te quiere te hará llorar”. Es el cáncer de la cultura emocional que tenemos respecto a las relaciones. Quien bien te quiere te hará reír, o te hará feliz, no te hará llorar

P. En este tipo de relaciones, cuando una parte sabe ya todo lo tóxica que puede ser la otra, y sin embargo sigue, ¿hay una adicción, una atracción irracional?

R. Pero eso tiene un límite, y en mi novela se han traspasado. Hay algo de purpurina caducada en toda esa mierda de que “quien bien te quiere te hará llorar”. Ese es el cáncer de la cultura emocional que tenemos respecto a las relaciones. Quien bien te quiere te hará reír, o te hará feliz, no te hará llorar. Olivia está atrapada contra su voluntad porque esa voluntad se ha anulado. Y ella tenía un bagaje suficiente para no entrar en esa relación porque había leído y había vivido lo suficiente como para saber que no se entra donde hay fuego, porque te quemas.

P. Y nada de eso sirvió.

R. No era una de esas relaciones que no te conviene en la que vas a sufrir un poco, como hay tantas. Era otra cosa. Tú has dicho adicción, ¿verdad? Has dicho adicción como si fuese algo voluntario.

P. Las adicciones, en cuanto uno es consciente de ellas, no son ya voluntarias.

R. No lo son, y la de Oliva no lo es. Ella llega a decirle a la psicóloga: “Soy una yonqui, soy una yonqui”. Pero este caso me interesa muchísimo, muchísimo.

P. ¿Por qué?

R. Porque pelearé hasta el final, hablando de este libro, por una idea: esa relación de mi protagonista no es una relación voluntaria. Ella dice: me puse a su altura para acariciarle el lomo, y él aprovechó para ponerme el collar. O sea, no es voluntaria. Es una falta de respeto a todas las mujeres maltratadas decir que es voluntaria. Cuando Horía es explotada en un campo de recogida de fresas nadie se plantea que es voluntario. Es producto, todo ello, de un sistema desequilibrado en el que las personas se someten a una violencia que genera miedo, inseguridad, asfixia, aislamiento. Algo que rompe tus puentes de defensa. La intimidad es una cárcel; es la cárcel más perfecta que hay. Y los que tienen acceso a esa intimidad pero son amigos del agresor, en este caso de izquierdas, actúan con una cobardía, una hipocresía y una comodidad absoluta: “No se mete nadie en la relación del otro, son cosas suyas, no nos concierne, no es nuestra casa”. Es mucho más atrevido y valiente, y eficaz, intervenir en la vida privada que en el Parlamento, o haciendo grandes declaraciones públicas. Pero mucha gente no lo sabe, o prefiere no saberlo.

P. ¿Por qué?

R. ¿A esa mujer blanca española con carrera, que a lo largo de su vida se había mantenido a salvo de todas estas cosas, y que tiene muy claro lo que es el feminismo, le puede pasar esto? Claro que le puede pasar.

P. No hay una víctima perfecta.

R. Ninguna víctima es perfecta. Ni una. El que es perfecto, siempre, es el agresor. El mismo retrato robot, las mismas actitudes.

P. Se cruzan los personajes, pero no se cruzan sus tramas.

R. Oliva siente una vergüenza espantosa de que esto le pase a ella. Lleva la carga del privilegio: ah, nosotras no podemos ser unas víctimas, víctimas serán Damaris o Horía, de otros países, con otros empleos, solas, cómo me voy a quejar yo de lo mío teniéndolas a ellas al lado, y cómo me van a ayudar ellas a mí, de ninguna manera.

P. ¿No pensó en juntarlas?

R. Todo el rato mientras escribía, pero me di cuenta de que unirlas para que combatiesen juntas a sus maltratadores sería un falseamiento de un relato, un relato fantástico. No se van a mirar, tienen todas lo suyo, viven en mundos iguales y diferentes. Para Damaris, Oliva es la vecina del piso en el que se montan pollos que molestan a los niños que tiene que cuidar. Horía está más pendiente de que no se la lleve la policía de que de otra cosa.

P. Los hombres de La ciudad.

R. Se ve mucho, en la novela y en la vida, a los que están concienciados pero prefieren no reconocerse en ciertas estructuras y en ciertos comportamientos. Qué pereza. ¿Levantarse de ese sillón tan cómodo que te ofrecieron hace tanto tiempo, hace tantos siglos? Max invita a sus amigos al cumpleaños a casa, se pasan la noche hablando de avances de derechos e igualdad, y cuando se van todos, él se queda fumando mirando el ordenador mientras Oliva limpia toda la loza. Ese es el sillón que habéis heredado a lo largo de los siglos: ¿para qué levantarse, qué éxitos públicos da fregar? Da muchos más aplausos decir en la calle que se acabó que sólo las mujeres frieguen, que ponerse a fregar en soledad. Yo entiendo que debe de ser difícil, ¿no? Ese silencio ensordecedor que evita que las estructuras salten por los aires.

P. Le he preguntado mucho por Oliva, no por Damaris y por Horía.

R. Tiene que ver con el clasismo y el racismo que llevamos encima. Te reconoces más en la historia de ella porque compartís raza, país, hasta un oficio parecido, y unas circunstancias que pueden ser las de cualquier mujer que tengas más cerca que las otras dos. Yo también he escrito en el libro mucho más de Oliva. A la hora de construir a Horía y a Damaris no estoy intentando darles voz, porque yo no soy nadie para darles voz: estoy intentando mirar ese racismo y ese clasismo que tiene hasta Oliva, a pesar de que también es víctima. Pero al final es la víctima que se lleva la parte más grande del libro, y la única víctima que termina la novela en una situación en la que puede mirar el futuro con más esperanza de con la que empieza.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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