La leyenda de un papa fugaz
Francisco beatifica a Juan Pablo I, el pontífice que murió 33 días después de ser nombrado y en torno al que se construyeron mitos y obras de ficción como ‘El Padrino III’
Como cada mañana desde hacía 32 días, la monja Vincenza Taffarel dejó la tacita de café en la sacristía para que Albino Luciani la encontrase cuando se despertase al alba de aquel 29 de septiembre de 1978. Al cabo de unos minutos, sobre las cinco y veinte, volvió a pasar y notó que la infusión seguía intacta. La religiosa entró entonces en el dormitorio papal y le encontró con la luz todavía encendida de la noche anterior, las gafas puestas y unos papeles que había estado leyendo en la cama (algunas versiones apuntan que era La imitación de Cristo). Nadie estaba preparado para aquello. Tampoco para que fuera una mujer la que entrase en el dormitorio de un Papa y encontrase su cadáver, con los rumores que podía desatar. Pero el remedio fue peor. El Vaticano puso en marcha un histórico desastre comunicativo, inventó varias versiones y se negó a hacer la autopsia a Luciani, uno de los pontífices más fugaces de la historia de la Iglesia. Una historia que alimentó durante décadas novelas, ensayos y películas y que vuelve ahora en forma de beatificación (con milagro incluido). A partir de hoy Juan Pablo I quedará elevado a los altares, la última frontera antes de alcanzar la santidad. Será el quinto pontífice del siglo XX en lograrlo, después de Pío X, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II.
La muerte de Luciani (Canale d’Agordo, 1912- Ciudad del Vaticano, 1978) no era previsible, pero su llegada a la silla de Pedro tampoco lo fue. El 26 de agosto de 1978 entró en el cónclave sin el cartel de favorito y salió convertido por el Espíritu Santo —y un cierto desacuerdo terrenal sobre los otros dos nombres favoritos— en Papa después de solo cuatro votaciones la misma jornada. Su pontificado, que debía estar marcado por una profunda reforma de las finanzas vaticanas, duró 33 días y su muerte, presumiblemente por un ataque cardíaco, estuvo rodeada de leyendas, mitos y una larga lista de películas y libros que sus postuladores califican ahora de fake news.
La realidad es que Luciani, nombrado a los 66 años y convertido en el último papa italiano, se encontraba mal aquella noche. Su secretario, Diego Lorenzi, le sugirió alertar al médico. Pero el Papa, señalan las reconstrucciones, prefirió no molestar. “Antes de acostarse, mandó llamar al arzobispo de Milán, el cardenal Colombo. Hablaron de la sucesión en Venecia, puesto que él había dejado vacante. Mantuvieron una conversación larga, discreparon sobre el nombre. Se retiró a su cuarto, y poco más puede saberse. Sufrió un ataque al corazón tan fuerte que no tuvo tiempo ni de tocar el timbre al lado de la cama”, recuerda Giovanni Maria Vian, historiador de la Iglesia, ex director de L’Osservatore romano y artífice del libro Juan Pablo I, el papa sin corona. Vida y muerte de Juan Pablo I (BAC, 2022). Un volumen completo e ilustrativo sobre todas las facetas de Luciani, con la aportación de distintos autores como Juan Manuel de Prada, que reflexiona sobre las fantasías papales.
El mito de Juan Pablo I, que eligió su nombre en honor a sus dos predecesores, es fruto de esos 33 días. Pero también de un tormentoso año en el que la plaza de San Pedro vio asomarse a tres papas distintos desde el balcón del Palacio Apostólico (Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II) y de una época convulsa en la que el mundo dio la impresión de empezarse a agrietar por Italia. El ex primer ministro Aldo Moro había sido secuestrado y asesinado tres meses antes y las cloacas del Estado se convirtieron en una tormenta que derivó en atentados políticos, mafia y guerra en los servicios secretos. El Vaticano, claro, no se libró. “El hecho de que muriera al mes de haber sido elegido impresiona mucho. Desde una perspectiva sobrenatural conduce a la reflexión. Si eres creyente, piensas en cómo Dios ha podido permitir que el vicario de Cristo muera. Pero desde otro punto de vista es imposible no pensar que esa muerte haya sido provocada por fuerzas oscuras. Y así todo conduce a inevitables especulaciones. Es un periodo muy convulso de la historia de la Iglesia y del mundo”, recuerda Prada.
Entre las fantasías que el escritor español rememora está la imprecisa Muerte en el Vaticano, de Maurice Serral y Max Savigny (luego se hizo también una película), o la novela El invitado del Papa (El buey mudo, 2011), de Vladímir Volkoff. Un libro que recupera un extraño capítulo en el que el metropolita Nikodim murió en brazos de Luciani mientras le visitaba en el Vaticano el 5 de septiembre de 1978, en plenas tensiones de Occidente con la Unión Soviética. El arzobispo de Leningrado, de solo 49 años, había insistido muchísimo en reunirse con Juan Pablo I y su muerte abrió también todo tipo de especulaciones.
Luciani fue una bisagra entre dos mundos. Pero la grieta que se abre con cada cambio de época suele dar origen a tormentas perfectas. Antonio Gramsci lanzó el aviso a comienzos de siglo. “El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Y en este caso podrían ser tres personajes como Roberto Calvi —director del quebrado Banco Ambrosiano que apareció colgando de un puente sobre el Támesis de Londres y al que apodaban el Banquero de Dios— o el obispo estadounidense Paul Marcinkus, entonces presidente del Banco Vaticano (principal accionista del Banco Ambrosiano, cuya quiebra puso al descubierto un enorme escándalo político). El purpurado estuvo en el centro de grandes polémicas y era conocido por su sincera idea de gestión: “La Iglesia no se gobierna con avemarías”. Pero también Licio Gelli, miembro de la Logia masónica P2 y representado fabulosamente como Licio Lucchesi en El Padrino III, quizá la obra que mejor reconstruye ese periodo. Coppola articula la película alrededor de ese periodo de transición en la Iglesia —y el mundo— en el que el nuevo Papa está llamado a poner orden en las finanzas vaticanas —tal como se ha propuesto también Francisco, que tiene algunos puntos en común con Luciani— y en el entramado inmobiliario de la Santa Sede. Hasta que alguien decidió que 33 días habían sido suficientes.
El escritor y crítico cinematográfico Emilio Ranzato, coautor también de El papa sin corona, cree que, pese a las inevitables licencias artísticas, el de Coppola ha sido el retrato más fiel. “Lo más interesante es que cuando la película salió en 1990, los italianos no teníamos esa visión de Italia. Pero la ves ahora, con conciencia de lo que fue nuestra historia reciente, con todas las intrigas que hubo en torno al Banco Ambrosiano, y la mayoría de italianos cree en lo que cuenta la película. Asuntos como que Roberto Calvi no se suicidase y fuera asesinado... Y cree, sobre todo, que fuerzas ocultas liquidaron un cierto modo de operar del Vaticano que, por ingenuidad, se había echado en brazos de personajes peligrosos. El Padrino III no solo es fiel, sino que anticipa una visión que hoy compartimos”.
Desaparece el pudor
La obra cinematográfica en torno a Luciani, que llegó al papado tras ser patriarca de Venecia, es relativamente amplia. Pero lo más relevante, opina Ranzato, es que a partir de su muerte el tratamiento que empezó a recibir el Vaticano en la gran pantalla fue distinto. “Después de la muerte de Luciani cambió la relación del cine con la Santa Sede. Antes había mucho respeto. Del artista, del director, del escritor con el clero y sus tradiciones. Tras la muerte del papa Luciani, todo el pudor desaparece completamente. Los directores comienzan a sacar el cuchillo con aspectos más misteriosos o de corrupción. Siempre con historias que tienen que ver con homicidios, misterios… El Vaticano pasó a representarse de un modo inquietante”.
Las sombras en torno a su muerte, sin embargo, quedaron casi despejadas en 1989, cuando el periodista británico, John Cornwell, se plantó en Roma para investigar una aparición de la Virgen María en Yugoslavia y terminó recibiendo la petición de escribir la verdad sobre la muerte de Juan Pablo I. El periodista tuvo acceso al médico del pontífice, a sus embalsamadores y a otras personas relacionadas con el suceso. El resultado fue Como un ladrón en la noche (Aguilar, 1989), el retrato de lo que Cornwell consideró más bien una negligencia y una falta de atención hacia un Papa que a menudo se tomaban a broma en los pasillos del Vaticano y comparaban con Peter Sellers por su supuesta torpeza. “No hay duda sobre su muerte natural. Pero fue abandonado por su entorno”, opina Vian. Lo mismo piensan sobre su muerte los postuladores de la causa para su beatificación, claro. Y el propio Ranzato. “Había un cierto malhumor por su elección. Pero incluso a nivel práctico, de organización, lo veo complicado. Lo que piensan muchos es que era una persona enferma y esa noche, cuando estuvo mal, nadie corrió a salvarlo”. Ahora se encuentra a solo un paso de ser santo.
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