Talavante, dulce y providencial puerta grande
El diestro extremeño cortó las dos orejas a un toro nobilísimo de una mansa y desfondada corrida de Domingo Hernández
Lo de ‘dulce’ y ‘providencial’ es por varios motivos. Dulce porque Alejandro Talavante iba feliz, con una sonrisa de oreja a oreja, a hombros y rodeado de un grupo de jóvenes aficionados bilbaínos; dulce, porque este triunfo ha supuesto un punto y aparte en su irregular campaña de reaparición; dulce, también, porque ese toro segundo, Anzuelo de nombre, era un merengue envuelto en almíbar, dócil, de exquisita clase, con las fuerzas justas y el temperamento adecuado para no molestar, un colaborador para que un buen torero disfrutara con su embestida de ensueño; y providencial, en fin, ha sido esa puerta grande porque si Talavante no triunfa con ese toro, -un premio gordo para él-, se hubiera hecho merecedor de una gorda reprimenda.
Total, que esta corrida ha servido para confirmar que Talavante no ha perdido su clase innata, que las figuras carecen del tirón de antaño en la taquilla -un tercio de entrada en los tendidos por ser generosos-, y que se ha perdido la exigencia del pasado de esta prestigiada afición, como ya ha sucedido en Sevilla y Madrid.
Porque la faena de Talavante a Anzuelo tuvo momentos excelsos, de gran belleza, desde el elegante inicio por bajo, a la templanza y el gusto de una tanda por naturales largos y hermosos; algún cambio de manos, un par de pases de pechos eternos; y, por encima de todo, la clase, la generosidad y la bondad de un toro que manseó en el caballo y mostró su condición en un precioso quite a la verónica de Tomás Rufo. Pero a la templada, henchida de buen gusto y distinguida faena de Talavante le sobró tiempo y le faltó pasión. Fue bonita, pero no antológica; honda, pero no sublime. En resumen, dos orejas en el Bilbao serio y sabio de hace unos años exigían un triunfo apoteósico que no se ha producido. Es más, el mismo torero con el quinto de la tarde, noble también, pero menos almibarado, ya no fue distinto; al toro le faltó chispa, y al torero, la entrega y el arrojo que se podían esperar tras el triunfo anterior.
El resto del festejo no tuvo mayor historia porque la corrida de Domingo Hernández, mansa en los caballos, se desfondó en el último tercio y no permitió que la veteranía de El Juli se tornara en triunfo, ni que el tremendo empuje juvenil de Rufo alcanzara la meta soñada.
Tan noble como apagado fue el toro que abrió plaza, al que El Juli saludó con cariño porque no había posibilidad de lidia alguna; y unos naturales garbosos pudo dibujar al final de la faena al cuarto, un animal con escasa codicia.
Y Tomás Rufo, que lleva dos días en el escalafón superior, parece un veterano con una larga trayectoria a sus espaldas. Quiso estrenar la puerta grande, como ya ocurriera en La Maestranza y Las Ventas, pero la aflicción de su primero y el carácter mortecino del último se lo impidieron. Ni uno ni otro impidieron que se presentara como un torero cuajado, al que adornan muchas cualidades, que se mueve por el ruedo con una seguridad y prestancia sorprendentes, y al que se le atisba un futuro muy prometedor. El quite a la verónica en el primer toro de Talavante fue primoroso; y algún buen detalle más dejó en su paso por Bilbao.
Hernández/El Juli, Talavante, Rufo
Toros de Domingo Hernández, bien presentados, mansos, nobles, desfondados y descastados; el segundo, de mucha clase y docilidad en el tercio final.
Julián López El Juli: estocada trasera (silencio); estocada baja (ovación).
Alejandro Talavante: estocada (dos orejas); casi entera (ovación).
Tomás Rufo: estocada perpendicular, un descabello _aviso_ y un descabello (ovación); pinchazo y estocada atravesada (silencio).
Plaza de toros de Bilbao. 24 de agosto. Quinto festejo de la Semana Grande. Un tercio de entrada.
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