Así se gestó ‘ABBA Voyage’, el regreso del grupo pop a los escenarios tras 40 años
El director y el coreógrafo del nuevo concierto del cuarteto desgranan cómo fue la producción de los avatares de Agnheta, Frida, Björn y Benny
ABBA Voyage es un viaje. Puede serlo al pasado, pero también al futuro. El nuevo espectáculo que ha devuelto al cuarteto de pop sueco a los escenarios es una de las producciones musicales tecnológicas del momento. Tras más de 40 años sin grabar y actuar juntos, Agnetha, Frida, Björn y Benny regresan, pero no es ABBA quien actúa. Lo hacen sus avatares, una suerte de clones digitales en los que el grupo ha estado trabajando en secreto durante años y cuyo espectáculo ha cosechado buenas críticas desde el 30 de mayo. El resultado: un concierto en vivo inmersivo del grupo con 20 canciones de lo mejor de su carrera, nuevos temas, una banda en directo y los ABBAtars… con la apariencia física de ellos en 1979. Como si el tiempo no hubiera pasado.
La historia de cómo se gestó ABBA Voyage se remonta cinco años atrás, cuando el productor Simon Fuller, conocido por ser creador del programa de televisión Idol y de las Spice Girls, propuso al grupo crear un espectáculo televisivo con hologramas. La idea sentó las bases del futuro proyecto y fue un punto de partida, pero no acabaría por concretarse entonces y Fuller actualmente no forma parte del espectáculo. Entretanto, los compositores Benny y Björn, que mantenían su amistad en buena forma, se unieron para grabar un par de temas. “Se los enseñaron a Agnetha y a Frida, a ellas les encantaron, se juntaron en el estudio y grabaron”, contó hace unos días la manager del grupo a EL PAÍS, Görel Hanser. Aquellas canciones fueron el inicio de ABBA Voyage. De dos pasaron a cinco temas, así que dijeron: ¿por qué no hacer algo grande?
Quien conoce bien el resto de la historia de ABBA Voyage es el director del propio espectáculo, Baillie Walsh, el cineasta británico con una dilatada carrera como director de vídeos musicales, a quien los productores de ABBA Ludvig Andersson y Svana Gisla le propusieron dirigir el proyecto hace casi tres años. Walsh, que ha trabajado para grupos como Oasis y Kylie Minoge, habla por videollamada desde Londres con motivo de la nueva colección de EL PAÍS, que recoge la discografía completa del grupo y que se lanza cada semana con el periódico. “Es una experiencia increíble. Quería hacer algo emocional, como la música de ABBA, y el público es fenomenal, los veo llorar en los conciertos. Mi preocupación ahora es si tendré alguna vez una experiencia profesional tan buena como esta”, defiende.
La empresa responsable de dar vida a esos avatares tecnológicos es Industrial Light & Magic (ILM), que fundada por el creador de Star Wars, George Lucas. Con Walsh en la dirección del proyecto, y junto al supervisor de efectos visuales, Ben Morris, se fueron concretando las premisas. La experiencia debía ser emocionante e inmersiva, y a la vez creíble. La tecnología sería la gran aliada, pero no debía notarse. Solo así se lograría la magia; debía parecer que ABBA estuviera allí. Se descartaron los vídeos musicales y los hologramas; ninguno permitía el juego de luces que el cineasta confiere hoy al concierto. Y un toque más para la experiencia: una banda en directo. “Sabes que estás uniendo mundos artísticos. No sabes dónde empieza la pantalla y dónde acaba la sala”, explica apasionadamente el director. Hasta se ha creado un edificio específico pensado por y para el show, el ABBA Arena, con capacidad para 3.000 espectadores.
La experiencia más citada de todo este proceso creativo fueron las cinco semanas en las que ABBA se reunió físicamente para dar vida a sus avatares, una producción en la que participaron más de 100 profesionales. “Verles juntos en el estudio después de tanto tiempo fue muy extraño. Hay algo mágico que sucede en la habitación y no sabes explicar. Son encantadores y humildes. Aparecieron vestidos con sus trajes, parecían despreocupados. Entraron de pronto en el escenario con esas luces brillantes y 60 cámaras alrededor y empezaron a actuar. Literalmente, el equipo acababa llorando todos los días. Fue muy emotivo”, describe el director.
Otro de los protagonistas de ABBA Voyage y de esas semanas de grabación con el grupo es el coreógrafo del espectáculo, Wayne McGregor, el exitoso bailarín contemporáneo y coreógrafo residente en el Royal Ballet de Londres desde 2006. Habla por videollamada para contar su experiencia desde la Scala de Milán, donde se encuentra actualmente preparando la producción de dos nuevos ballets. A McGregor, que lleva 20 años trabajando en cine usando esta tecnología en películas como Harry Potter, le cautivó su uso para la creación de avatares: “Lo que hace esta tecnología es captar tu escritura física, esa forma tan personal en que te mueves. La saca de tu cuerpo y la traduce en matemáticas. Lo nuevo es construir avatares que se sitúan en el metaverso. Podrías ponerte un traje de captura en movimiento y tu madre podría reconocerte en un avatar. Sin necesidad de captar la cara. Es increíble, ¿verdad?”, dice Wayne.
Nunca se había hecho una producción como la de ABBA Voyage a tan gran escala, sostiene el coreógrafo: “La dificultad está en que tienes que creer a los avatares de cuatro personas durante el tiempo que dura el espectáculo y que parezca real como la vida misma”. Por eso, uno de los retos de McGregor en la grabación residió en devolver a ABBA la costumbre de actuar de nuevo. “Ya sabes, la actuación es como un músculo, cuando no lo usas lo pierdes. Sus cuerpos también eran mayores, 40 años más, la forma en que se mueven es diferente”. Para mantener la esencia, McGregor vio durante meses todos los viejos vídeos del grupo y sus películas, “para recordarles algunas de las cosas que solían hacer”. A canción por día, y en horarios de diez de la mañana a cuatro de la tarde ―”un horario cómodo, al menos para los cuatro”―, según cuenta el director Walsh, los movimientos del grupo habían sido captados.
Después llegaron 15 semanas extra de trabajo con un equipo de bailarines, “los dobles de cuerpo”, como los llama McGregor. A ABBA solo les pidió que marcaran los pasos; a sus bailarines, toda la coreografía. La combinación de lo original y lo contemporáneo se trasladó a unos avatares inspirados en el aspecto físico de los cuatro en 1979. ¿Y por qué jóvenes? “Se trató de una elección creativa de lo que sería el mejor espectáculo. No querrías estar siempre en los 75 años, lo harías en la cima de tu físico, ¿no? Estos avatares viven ahora para siempre”, defiende el director, Walsh.
Terminado el grueso de la producción llegaron los miedos. ¿Funcionaría? ¿Sería creíble? ¿Transmitirían los avatares esa emoción propia de la banda? Pudieron resolver las dudas en el primer ensayo en el ABBA Arena el pasado mes de marzo. Fue un alivio para todos. McGregor mira arriba y se le amplifica la sonrisa: “La mayor prueba para mí fue cuando los cuatro se vieron a sí mismos y realmente pensaron que eran ellos. Creo que es el mayor honor y cumplido que hemos conseguido todos: convencer a ABBA de que ABBA era ABBA”.
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