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Meritísimo Escribano

El torero, solvente y poderoso, solo cortó una oreja, pero estuvo muy por encima de la deslucida y correosa corrida de Miura

El diestro Manuel Escribano, único espada, en La Maestranza.
El diestro Manuel Escribano, único espada, en La Maestranza.José Manuel Vidal Efe
Antonio Lorca

Una tarde con toros de Miura no es una corrida normal; anunciarse con seis, una auténtica heroicidad, y hacerlo en La Maestranza, una proeza reservada a unos pocos extraterrestres. Si, además, aparece el triunfo se trata, sin duda, de una intervención celestial.

Manuel Escribano, el protagonista de la gesta, puede estar muy satisfecho porque ha salido airoso de su complicadísima apuesta. Solo pudo pasear una oreja, pero estuvo muy por encima de la muy complicada miurada, toros grandes y largos, que, en general, empujaron en los petos, y algunos, como el primero, segundo, cuarto y sexto, acudieron de lejos y con alegría a los caballos; casi todos, además, galoparon en banderillas, pero se desfondaron en el tercio final, con la cara por las nubes, sin recorrido ni fijeza, deslucidos, incómodos y sin fortaleza, y solo el quinto permitió que el torero pudiera bajar la mano y trazar varias tandas de muy aceptables muletazos por ambas manos.

Pero la actitud de los miuras no impidió que se viera a un torero muy solvente, con las ideas claras, preparado a conciencia para tan seria ocasión, poderoso, firme, asentado, seguro y variado.

A tres toros los recibió de rodillas en los medios frente a la puerta de toriles, y allí demostró su sangre fría al esperar como si tal cosa la incierta mirada de sus oponentes. A todos los toreó a la verónica con más entrega que lucimiento por las cortas embestidas de casi todos ellos, y participó en quites por chicuelinas y delantales.

Banderilleó a los seis con más serenidad y acierto de lo que es habitual en él; espectaculares fueron dos pares, ambos al quiebro, apretadísimo en el tercer toro y brillante en el sexto. Invitó a coger los palos a José Chacón y dos veces a Fernando Sánchez, y ambos se lucieron con arreglo a su contrastada categoría.

Muleta en mano, Escribano ofreció una lección de técnica, conocimiento y firmeza ante unos toros de escasísimo recorrido, que embestían con la cara por encima del estaquillador, que lanzaban un derrote al final de cada muletazo y deslucían sobremanera las buenas intenciones del torero.

Afortunadamente, no hubo quinto malo, y este toro acudió al engaño con alegría y humillación, y permitió que Escribano respirara tranquilo, bajara las manos y dibujara los mejores muletazos de la tarde. La espada cayó baja, y aunque la petición de la segunda oreja fue mayoritaria, el presidente aguantó la tentación ―que la tuvo y gorda― y solo sacó un pañuelo.

Una única oreja puede parecer un raquítico balance, pero nada de eso. La apuesta de Escribano fue una gesta heroica de la que salió muy reforzado, aunque cualquiera sabe si este mundo cruel de los taurinos se lo recompensará con la justicia que merece.

Honor y gloria a los héroes; honor y gloria para Manuel Escribano.

Miura/Manuel Escribano, único espada

Toros de Miura, bien presentados, cumplidores en los caballos, duros, correosos, deslucidos, incómodos y desfondados. Solo el quinto tuvo movilidad y recorrido en la muleta.

Manuel Escribano: gran estocada (ovación); estocada baja (ovación); estocada (silencio); tres pinchazos _aviso_ y estocada (silencio); estocada baja (oreja); pinchazo hondo _aviso_ y dos descabellos (gran ovación de despedida). 

Plaza de La Maestranza. Decimocuarta y última corrida de la Feria de Abril. 8 de mayo. Casi lleno.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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