La voz de Bunbury se mantiene firme en Nueva York, el primero de los conciertos de su gira de despedida
El músico, que ha alegado problemas de garganta para retirarse del directo, encandiló en un teatro lleno con un espectáculo que tendrá 14 paradas en España
Cuesta creer que El último tour, el nombre de la gira con la que Enrique Bunbury se despide de los escenarios, que no de la música, sea de verdad el definitivo. Resulta difícil encajar que sus problemas de garganta le alejen de su espacio natural, el directo, al escuchar la voz, tan potente y entregada como la de un principiante, que derrochó en el concierto con que arrancó este viernes en Nueva York la primera parte de la gira, la americana; una docena de actuaciones como prólogo a la etapa española, hasta el próximo 22 de julio en Cádiz. Un punto final a su larga carrera en solitario que, a juzgar por el entusiasmo del músico y el de sus fans, no parece vaya a llegar nunca.
Enrique Bunbury (Zaragoza, 54 años), terno burdeos y energía contagiosa, tuvo al público que llenaba hasta la bandera (3.300 localidades) el precioso teatro Kings de Brooklyn coreando y vibrando durante casi dos horas de concierto, en las que desgranó una veintena de temas, más cuatro bises, pertenecientes a su etapa como solista pero también a la anterior como líder del grupo Héroes del Silencio. “Estamos celebrando 35 años de canciones, de grabaciones; desde 1987 cuando salió el primer sencillo de Héroes del Silencio, vamos a hacer un repaso por toda la discografía, mirando también hacia atrás a la época de Héroes”, el grupo que el músico zaragozano lideró durante una década hasta su disolución en 1996. Fue un concierto recopilatorio, de grandes pero también íntimos éxitos, como recordó a la audiencia. Un público al que le sobraron las butacas de la hermosa platea o del anfiteatro del Kings, un venerable teatro inaugurado en 1929 como palacio del cine y restaurado en la década pasada. La audiencia siguió en pie, alborozada, botando, cada uno de los versos del músico zaragozano. De ahí la incredulidad de muchos de los presentes ante el mensaje de despedida con que cerró el concierto: “No se olviden de nosotros. Hasta siempre”.
En el concierto de este viernes, el primero de la gira americana a causa de problemas con los visados que le obligaron a reubicar dos conciertos, los de Chicago -el previsto debut- y Houston, el músico se transformó en un gigante: ni huella de la pandemia que le apartó dos años de los escenarios, pero no le privó del contacto con sus seguidores gracias al streaming ni de la producción en estudio, especialmente fructífera el primer año de la crisis sanitaria. El repertorio de su actuación neoyorquina fue de lo nuevo a lo clásico; a la inversa que el entusiasmo de sus seguidores, de menos a más, mucho más. Con puntualidad británica, entre una constelación de luces que agrandaba su figura, Bunbury arrancó con temas pertenecientes a dos álbumes publicados en 2020 y que, por culpa de la pandemia, no había tenido oportunidad de presentar (lo que no impidió que los fans cantaran los temas sin fallar una palabra), Posible y Curso de levitación intensivo, sus trabajos décimo y undécimo, respectivamente, con predominio de la electrónica, junto a ritmos de afrobeat y jazz como rúbrica y el rock como medida de todas las cosas.
Entre canción y canción, el público, latino por goleada, le jaleaba “Enrique, Enrique, Enrique”, esa forma de llamar a los clásicos, solo por el nombre de pila. Con El club de los imposibles, perteneciente al álbum Flamingos (2002), Bunbury volvió la vista atrás, alternando trabajos publicados entre ese año y 2020, sin más orden que la cohesión musical y poética entre ellos. A ratos agarrando una guitarra, cuando abordó Que tengas suertecita, del álbum El viaje a ninguna parte (2004), el paroxismo ya se había desatado entre la audiencia. La emblemática Lady Blue, perteneciente también a Flamingos, cerró como un bucle el repaso panorámico de su carrera, como si el cuerpo del concierto fuera un círculo perfecto. Junto al protagonismo de la guitarra acústica y de los sintetizadores, muy arropados los músicos, la querencia del artista por lo latino se plasmó en la presencia de la percusión de los bongós. Maldito duende, uno de los éxitos de Héroes del Silencio, de 1990, fue la concesión a la historia.
Bunbury derrochó en Nueva York energía: saltó al patio de butacas, se mezcló con sus fieles y recorrió incansable el escenario, ofreciendo siempre el perfil de un clásico. La entrega absoluta de más de 3.000 personas convocadas por su música tuvo su recompensa.
Babelia
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