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Hallado en el Reino Unido el esqueleto de un esclavo con un clavo en el talón que evidencia que fue crucificado

La Universidad de Cambridge considera que “es la mejor evidencia física de aquella práctica en el mundo romano”

Prueba crucifixion romana
Talón atravesado por un clavo, restos de la crucifixión de un esclavo en Cambridgeshire.
Vicente G. Olaya

Nadie sabe cuál era su nombre, por eso los arqueólogos lo denominan con el frío apelativo de Esqueleto 4926, uno de los 48 cuerpos hallados en noviembre de 2017 ―cinco de ellos correspondientes a niños― mientras se excavaba una parcela en la localidad de Fenstanton, en el condado de Cambridgeshire (Reino Unido), para levantar un complejo residencial. Ahora la revista British Archaeology ha revelado que esta persona fue crucificada hace unos 1.900 años y que incluso se conserva el clavo que atravesó su talón derecho, lo que lo convierte, según los expertos, “en la mejor evidencia física de una crucifixión en el mundo romano”. Se trata, además, de uno de los escasos torturados de los que se conserva la chaveta metálica puntiaguda que atravesó su pie, porque estas piezas de hierro eran sustraídas tras la cruel muerte del reo al considerarse que portaban propiedades mágicas o curativas.

El artículo Crucifixion in the Fens: life & death in Roman Fenstanton (Crucifixión en los Fens: vida y muerte en el Fenstanaton romano), firmado por los arqueólogos David Ingham y Corinne Duhig, de la Universidad de Cambrigde, explica que el cuerpo, que correspondía a un hombre de entre 25 y 35 años, fue enterrado tras su muerte en un féretro de madera de roble, algo sumamente inusual porque se trataba de un condenado a muerte por las autoridades de Roma. Además, los expertos creen que este desdichado pasó su vida como un simple esclavo, ya que los huesos de sus espinillas se muestran extremadamente desgastados, “como si hubiese llevado permanentemente cadenas”, aseveran.

El martirio de la crucifixión, según J. Gunnar Samuelsson, del Departamento de Historia de la Universidad de Gotemburgo (Suecia), fue ideado por los persas, adoptado por los cartagineses y copiado por los romanos después de derrotar a los púnicos. Se llevaba a cabo en plazas, espacios públicos y vías para que sirviese de ejemplo a quienes pretendiesen violar la legalidad. Se reservaba solo para “enemigos, criminales, rivales y esclavos y no se aplicaba a los elementos más elevados de la sociedad romana”, sostiene Samuelsson.

Se tiene constancia también de que una de la representaciones más crueles y despiadadas de este suplicio se llevó a cabo en la Via Apia, en Roma, tras la rebelión del esclavo Espartaco, cuando se llegó a asesinar a más de 6.000 personas en el 71 a. C.

La muerte de los reos se producía principalmente por asfixia. El condenado, después de ser atado o clavado al poste mortal, sufría pronto dificultades para espirar, un doloroso proceso que le impedía eliminar el CO2 de sus pulmones (hipercapnia), mientras que el oxígeno también le escaseaba en escasos minutos. El crucificado, en un intento desesperado de llevar a cabo el proceso de inspiración, se apoyaba en los pies, con lo que el dolor aumentaba en sus extremidades y se incrementaba la agonía. Si el verdugo se apiadaba de él, le rompía las piernas para que la muerte fuera más rápida.

El crucificado de Fenstaton, sostiene el informe de la Universidad de Cambrigde, vivía en un poblado levantado junto a la llamada Via Devana ―la ruta que unía dos importantes ciudades romanas de entonces: Cambridge y Godmanchester―, lo que actualmente se corresponde con la autovía A14. Este asentamiento, según el estudio de Ingham y Duhig, se mantuvo durante siglos “a juzgar por el elevado número de monedas halladas durante las excavaciones y el gran volumen de cerámica y huesos de animales encontrados”. Los expertos creen que el poblado se extendía unas seis hectáreas y que sus primeros habitantes se asentaron en el lugar en la Última Edad del Bronce (150 a. C.- 50 d. C.).

El cuerpo del desdichado 4926 fue enterrado boca arriba, en dirección norte-sur y con las manos cruzadas sobre la pelvis. Sus restos mortales aparecieron, además, rodeados de 12 clavos: uno junto a la cabeza, otro próximo a los pies, cinco formando una línea en la parte superior de la tumba, cuatro haciendo una curva en el lado inferior, más el que atravesaba su tobillo.

Cuando se exhumó el esqueleto, y dado que el cuerpo estaba cubierto de barro, el clavo incrustado en su talón apenas resultaba visible, por lo que todos los huesos fueron trasladados a un laboratorio de la ciudad de Bedford para su “análisis rutinario”. Sin embargo, cuando los técnicos limpiaron los restos óseos descubrieron el metal que cruzaba el hueso del talón.

Ingham, director de proyectos de la consultora que realizó la excavación, la Albion Archaeology, declaró el pasado miércoles al periódico The Guardian: “Sabemos bastante sobre las crucifixiones, cómo se practicaban y dónde gracias a los relatos históricos. Sin embargo, esta es la primera evidencia tangible para ver realmente cómo funcionaban”.

Esqueleto del hombre, de entre 25 y 35 años, crucificado en Cambridgeshire.
Esqueleto del hombre, de entre 25 y 35 años, crucificado en Cambridgeshire.Adam Williams

La importancia del hallazgo radica también en que es el único con evidencia física encontrado en el norte de Europa, el cuarto del mundo, aunque en dos de estos casos no se hallaron los clavos. El más conocido se produjo en Jerusalén (Israel) en 1968 durante unas obras. El clavo tenía la misma posición que el del caso británico, aunque estaba peor conservado. Algunos investigadores, en los últimos años, han señalado, además, graves errores en el proceso de investigación de estos restos y datos que supuestamente no coinciden con los informes iniciales.

Por otra parte, resulta muy inusual que el cuerpo de un martirizado en la cruz, como es el caso del hombre de Fenstaton, fuese recuperado por sus amigos o familiares, devuelto al pueblo de donde era originario o vivía y enterrado junto a otras personas de la localidad, máxime cuando el estatus del ajusticiado era el más bajo de la sociedad romana: esclavo. Los científicos desconocen también el lugar exacto de su crucifixión, pero posiblemente fue cerca del enterramiento, al otro lado de la actual A14, donde se han detectado agujeros para postes y zanjas.

El radiocarbono ha fechado la muerte de este hombre entre el 130 y el 360 d. C. El análisis de ADN, por su parte, muestra que no estaba relacionado con ninguno de los otros cuerpos encontrados en el sitio ―cuatro pequeños y cercanos cementerios― y que formaba parte genéticamente de la población nativa, no de la romana.

Ingham espera que pronto se exhiba una réplica en 3D del hueso del talón con el clavo incrustado en el Museo de Arqueología y Antropología de Cambridge, donde se recordará que el emperador Constantino acabó con esta atroz práctica de ejecución aproximadamente en el año 337 después de Cristo.



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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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