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Un derroche de torería

Ginés Marín, que salió por la Puerta Grande, y un inspiradísimo Morante desatan el delirio en Las Ventas

Ginés Marín, a hombros, tras cortar las dos orejas del sexto toro de la tarde.
Ginés Marín, a hombros, tras cortar las dos orejas del sexto toro de la tarde.Zipi (EFE)
Antonio Lorca

Ha sido una gran tarde de toros, el broche soñado a esta corta y atípica temporada en la plaza de Madrid. Un derroche de torería, una inspirada interpretación de las reglas del arte por parte de dos toreros en estado de gracia, un veterano Morante de la Puebla, en el mejor momento de su carrera, contagiado de arrebato y embrujo durante toda la lidia; y un joven Ginés Marín, creativo con el capote y sublime en la faena de muleta al sexto toro de la tarde, el único que embistió con calidad en el tercio final. Cortó el diestro extremeño con todo merecimiento las dos orejas después de que protagonizara una obra magistral con muletazos profundos por ambas manos entre los que sobresalieron dos sobrenaturales, casi circulares, templadísimos y rebosantes de armonía.

La tarde no pudo comenzar de mejor modo con un Morante que recibió a su primero con cuatro verónicas y una media algo atropelladas que provocaron la locura en unos tendidos ávidos de emociones. Instantes después, una verónica inmensa y una media de cartel, que precedieron a un galleo con el capote a la espalda —rogerinas— que sorprendió y emocionó a la concurrencia.

Tres ayudados por alto torerísimos, dos remates y un largo pase de pecho preludiaron una labor tan imperfecta como bañada en belleza, producto de la intratable inspiración de un consumado artista. Bien colocado en la cara de su oponente, Morante mezcló redondos enjundiosos con un abanico de naturales preñados de hondura y embrujo, y largos pases de pecho.

El animal, noble y apocado, dio para menos de lo que consiguió el afanoso torero, preso de la sorprendente decisión de la que ha hecho gala durante toda la temporada.

No acabó ahí la obra morantista. En el primer toro de Ginés Marín, tomó el capote y dibujó un monumental quite por chicuelinas que puso en pie la plaza en un arrebato de pasión incontenida. Le respondió su compañero también por chicuelinas garbosas, y Las Ventas vivió uno de esos momentos inenarrables que quedan en el alma de los presentes.

Marín ya se había lucido con un manojo de buenas verónicas con las que recibió a su toro, y deleitó en un quite con otras dos y media más de extraordinaria hondura. Ni Ginés Marín pudo hacer nada con ese inválido tercero, ni Morante pudo corroborar su tarde con el manso y rajado cuarto.

Pero quedaba el sexto, otro mansurrón, como toda la corrida, bien picado por Agustín Navarro, que demostró en la muleta que atesoraba una calidad suprema en su muy templada embestida.

Y Marín se dedicó a torear, lentamente, bajando las manos, gustándose, alargando el viaje del toro, e impregnó de arte un ambiente ya caldeado por la clase del toro. Fueron seis tandas, tres por la derecha y tres por la zurda, pletóricas todas ellas, pero bordó el toreo de verdad al natural, y en dos cambios de manos que culminaron en dos sobrenaturales eternos, preñados de una elegancia exquisita. Tras matar de una estocada ligeramente desprendida, paseó con todos los honores los trofeos que le abrieron de par en par la Puerta Grande.

López Simón, el tercero del cartel, brindó al público su primero, y desde el centro del ruedo citó al toro por estatuarios. El animal no obedeció y lo atropelló, volteó y buscó con saña en una cogida espectacular que, por fortuna, solo quedó en una tremenda paliza. Tras unos momentos de obligado descanso para recuperar el resuello, volvió a la cara de su oponente, descastado y deslucido, que solo le permitió demostrar una valentía sin cuento, pero nada más. Tampoco encontró el lucimiento ante el quinto, muy apocado.

Sea como fuere, Las Ventas ha vivido una tarde para el recuerdo protagonizada por dos artistas desbordantes de inspiración. Nunca se pudo soñar un mejor cierre del año.

Alcurrucén/Morante, L. Simón, Marín

Toros de Alcurrucén, bien presentados, astifinos, mansos, blandos y descastados; destacó el sexto por su calidad en el tercio de muleta.

Morante de la Puebla: estocada algo caída (oreja); dos pinchazos y media baja (silencio).

López Simón: gran estocada (ovación); estocada algo caída (silencio).  

Ginés Marín: gran estocada (ovación); estocada (dos orejas). Salió a hombros por la Puerta Grande. 

Plaza de Las Ventas. 12 de octubre. Novena y última corrida de feria. Lleno de ‘no hay billetes’ sobre un aforo del 50 por ciento.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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