Paco Ureña, un torero de raza
Decepcionante José María Manzanares ante un toro bravo y de encastada nobleza de Victoriano del Río


Decir que Paco Ureña es un torero de raza no es nada nuevo, pero conviene recordarlo para que no se olvide en estos tiempos tan limitados. Y ser así es ser un torero que huye de las medias tintas, de las ventajas y de las posturas aflamencadas, y que destaca por su sinceridad delante del toro, por jugársela en cada envite y dar de sí toda la vergüenza y honestidad que lleva dentro. Y se dice esto a pesar de que se comportó como un pinchaúvas ante el inválido sexto, algo impropio de su buen nombre.
Ureña es un torero de raza porque tomó el capote en el primer toro de Manzanares, y allá en los medios se echó la tela a la espalda y dibujó un peculiar apunte por gaoneras ceñidísimas que anunciaban su buena disposición; de raza, porque se fajó como un héroe ante su primero, un manso con movilidad con el que no se entendió hasta que citó de frente, en el terreno justo, y se dejó rozar los pitones por la taleguilla en varias tandas por ambas manos, en las que sobresalieron naturales de arrolladora profundidad. Fue una apuesta arriesgada, con la que provocó el entusiasmo de los tendidos y se ganó una seria voltereta de la que pareció que resultó herido -de hecho, pasó después a la enfermería-, pero los médicos no debieron apreciar gravedad alguna. Mató mal y su torerísima actuación, rubricada antes de la suerte final con unos elegantes ayudados por bajo, quedó en una cerrada ovación. Después, en el turno de quites del quinto toro, volvió a intentarlo y solo pudo dibujar una media verónica de cartel.
Es verdad que el balance es escaso, pero de entidad, porque no es habitual ver a un torero tan dispuesto ante el toro. Ureña lo intentó, confirmó su buen cartel y no lo rubricó como debiera.
Pero el mejor toro, el único de toda la corrida que fue bravo en el caballo –muy bien picado, por cierto, por Paco María- acudió y persiguió en banderillas y repitió con nobleza en la muleta, fue el quinto, y le tocó en suerte a José María Manzanares, quien vio que las dos orejas del toro se perdían en el desolladero para desesperanza del torero y de todos los presentes.
No está bien Manzanares. Su toreo, siempre salpicado de fina elegancia, resulta ventajista, superficial y anodino. Veroniqueó con celeridad, citó al hilo del pitón, toreó muy despegado y no surgió la chispa de la emoción. Se lució en los largos pases de pecho y poco más. Y así, la larga e irregular faena a ese quinto se desarrolló vanamente con la ilusión de que el misterio surgiera en algún momento. Y no fue así. El toro recibió una fuerte ovación en el arrastre, pero no pudo elegir a un matador más apropiado.
Tampoco destacó Manzanares ante el dificultoso tercero, un animal de escasa calidad, con el que se mostró afanoso, y solo al final se enfadó consigo mismo y dibujó una tanda de redondos muy estimables; pero no hubo más.
Y Urdiales no tuvo material. Inválido y muy protestado fue el primero, al que robó naturales sueltos de artística hondura, y aburrió en plan pegapases con el descastado cuarto.
Jandilla, Del Río / Urdiales, Manzanares, Ureña
Tres toros de Jandilla -los tres primeros-, bien presentados, astifinos y mansos, inválido en que abrió plaza, deslucido el segundo y de áspera movilidad el otro; y tres de Victoriano del Río, bien presentados, descastado el cuarto, bravo y con clase el quinto, e inválido el sexto.
Diego Urdiales: estocada baja (palmas); estocada atravesada -aviso- y cuatro descabellos (silencio).
José María Manzanares: pinchazo y estocada (ovación); dos pinchazos y estocada -aviso- (ovación).
Paco Ureña: -aviso- casi entera baja y perpendicular y dos descabellos (ovación); dos pinchazos, estocada y cinco descabellos (silencio).
Plaza de Las Ventas. 8 de octubre. Sexta corrida de feria. Casi lleno sobre un aforo del 50 por ciento.
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