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Feria de Otoño
Crónica
Texto informativo con interpretación

Victorino y el pecado de la indiferencia

Alberto Lamelas saluda dos ovaciones ante el mejor lote de una noble y descastada corrida

Alberto Lamelas recibe de rodillas a uno de sus toros.
Alberto Lamelas recibe de rodillas a uno de sus toros.Plaza1

Indiferencia. Aburrimiento. Decepción. Eso es lo que provocó en la mayoría de los aficionados la corrida lidiada por Victorino Martín en la Feria de Otoño. Y eso es precisamente lo que nunca debería generar este tipo de ganaderías. Pueden despertar admiración, miedo, respeto, emoción… pero no esa sensación de vacío y vulgaridad.

¿Fue una buena corrida? No. ¿Fue un petardo? Tampoco tanto. ¿Entonces? Pues… ni fu, ni fa. Al contrario que en aquellas tardes que forjaron la leyenda de Victorino, al ruedo de las Ventas no saltó ni el bueno, ni el malo; ni ese Albaserrada desbordante de casta que hacía surcos en la arena con el hocico, ni tampoco la alimaña que pedía el carné de torero macho.

MARTÍN / LÓPEZ CHAVES, LAMELAS, COLOMBO

Toros de Victorino Martín, desiguales de presentación (desde los muy serios 2º y 5º hasta el impresentable 3º), mansurrones, nobles y descastados en conjunto. Destacaron por su calidad y humillación 2º y 5º.

López Chaves: pinchazo perdiendo la muleta y media estocada tendida perdiendo también la muleta (silencio); dos pinchazos, pinchazo hondo tendido y atravesado y un descabello (silencio).

Alberto Lamelas: _aviso_ estocada baja (saludos); _aviso_ estocada baja (saludos).

Jesús Enrique Colombo: bajonazo (silencio); pinchazo hondo algo ladeado y atravesado _aviso_ y un descabello (silencio).

Plaza de toros de Las Ventas. Domingo, 26 de septiembre. 3ª de la Feria de Otoño. Más de media entrada (sobre un aforo máximo permitido del 50%).

 

Y, lo que es más grave e injustificable, tampoco fue una corrida pareja en su seriedad y buena presentación. Los hubo muy serios, sí, pero también alguno impresentable, como el tercero. ¿Cómo se le ocurrió a Victorino embarcar semejante rata para Madrid? Y, ¿en qué diablos estaban pensando el presidente y los veterinarios cuando lo aprobaron? Incomprensible.

Así pues, solo segundo y quinto recordaron en algo la gloria de aquellos victorinos. Sin resultar completos ni un manantial de casta brava, al menos albergaban en sus entrañas el temple exquisito de Saltillo. Dos astados muy nobles —como todo el encierro— que exigieron suavidad y mando y que, cuando su matador se los administró, respondieron embistiendo por abajo y hasta el final.

El problema es que Alberto Lamelas, el diestro en cuestión, no siempre logró dar con la tecla adecuada. Rebosante de pundonor, en sus dos faenas se afanó por cruzarse al pitón contrario, pero solo en contadas ocasiones hizo lo que le pedían sus oponentes: dejar la muleta muerta adelante, dar un toque suave y enganchar con los vuelos para, a continuación, correr la mano con temple. Tan fácil de explicar, como difícil de ejecutar. E ahí la grandeza.

Y es justo reconocer que el jiennense dio todo lo que tenía. Empezando por las dos veces que se fue a la puerta de toriles para recibir de rodillas al par de cárdenos que le aguardaban en chiqueros. Tras ambas portagayolas, demostró una enorme valentía parando, en un palmo de terreno, a dos ofensivos y astifinísimos ejemplares que salieron con muchos pies.

Mal había empezado la tarde con la salida del primero, que se derrumbó sobre la arena en más de una ocasión. Imperdonable. A partir de ahí, la gente no le echó cuentas a López Chaves, que tampoco pudo brillar ante el soso y descastado cuarto, al que, por cierto, le dieron de lo lindo en el caballo.

Precisamente a caballo destacó en el sexto Israel de Pedro. Así se monta y se cita a un toro. Fue instantes antes de que su jefe de filas, Jesús Enrique Colombo, cogiera de nuevo las banderillas para demostrar, una vez más, que todos ganaríamos si les dejara ese trabajo a sus compañeros de plata. Al igual que frente al tercero, y salvo un último par algo más conseguido, el venezolano abusó con descaro de las ventajas clavando desde la plaza de Manuel Becerra. Con la muleta, no pasó de vulgar.

El que sí se ganó unos cuantos olés fue Marco Galán con su magistral lidia al quinto. Para él, cómo son las cosas, fue la ovación de la tarde.

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