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69º FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Otro palmarés grotesco. ¿Y van cuántos?

‘Adiós a todo eso’, que así titulaba Robert Graves su biografía. Apuesto que mogollón de lectores me echarán de menos después de 40 años hablándoles de estas movidas

La cineasta Alina Grigore y la productora Gabi Suciu posan con la Concha de Oro tras la entrega de premios.
La cineasta Alina Grigore y la productora Gabi Suciu posan con la Concha de Oro tras la entrega de premios.VINCENT WEST (Reuters)
Carlos Boyero
San Sebastián -

La ventaja que tienen la inmensa mayoría de los espectadores, o sea, eso llamado público, esa comunidad que paga la entrada, tan despreciada por tantos idiotas previsibles, oportunistas o concienciados que escriben (mal), hablan (peor) o sueltan sus convicciones (las que convengan según la señal de los tiempos) en internet, individuos (perdón, he querido decir individuas, individues, o lo que me marquen los reivindicativos, justos y geniales ministerios de Igualdad y de otras cosas tan necesarias) con numeroso público entre su familia y sus amigos pero limitada patéticamente a ese entorno tan íntimo, es que las distribuidoras, tan humanas ellas, tan preocupadas lógicamente por su negocio, van a tener dudas filosóficas, o muy prácticas, para estrenar las películas que los jurados de los festivales (todo eran mujeres concienciadas en esta edición, y el rollo va para largo después de tanto machismo, de acuerdo, pero por favor, exijo mujeres inteligentes, profesionales, capaces, sin necesidad de carné, de militar en cuerpo, alma y nómina en el nuevo y, como todos asqueroso, poder) deciden que son imprescindibles, bendecidas por el arte, necesarias para que el personal que paga la entrada salga conmovido. No tienen futuro. Su gloria empieza y termina en los festivales, en estos sitios donde disfruté de tantos amigos y de algunas películas, pero que mi agotamiento físico, mental y existencial no quiere volver a pisar.

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¿Y qué les cuento sobre los premios? Pues nada. Que la mayoría son ridículos, que responden a un clima ideológico, que su recorrido comercial no existe, que solo sirven para que las causas de moda se afiancen con productos impresentables, pero que pueden recibir convenientes subvenciones. Le han concedido la Concha de Oro a una película rumana, dirigida por Alina Grigore. Es una tontería chillona. Y vale, qué mal tratan las familias y el entorno en ese país a las mujeres con ansia de independencia.

Que no hayan premiado a Javier Bardem por una interpretación genial en El buen patrón me provoca vergüenza ajena, algo que no debe de poseer el jurado. Nadie que ame el cine, o como yo lo hago, va a recordar los galardones de un festival cuya sección oficial solo se ha salvado por el protagonismo de un aceptable cine español. Y Adiós a todo eso, que así titulaba Robert Graves su biografía. Apuesto que mogollón de lectores me echarán de menos después de 40 años hablándoles de estas movidas. Y si vuelvo, será obligado por la supervivencia. Que se vaya al infierno la patética supervivencia.

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