El deslumbrante reinado del toro
López Chaves, Lamelas -dos orejas- y Gómez del Pilar destacan ante una muy brava y dura corrida de Pedraza de Yeltes
Cuando al toro se le reconoce su bien ganado título de rey con todos los honores, el espectáculo es un hervidero de expectación, de vibración, de entusiasmo, de conmoción…
Cuando el ganadero, los toreros y el público veneran al toro como un dios, la corrida alcanza una notoriedad desconocida.
Así, en la feria de Mont de Marsan se ha producido este 25 de julio el milagro: el hierro salmantino de Pedraza de Yeltes ha presentado un corridón por hechuras y comportamiento; los toreros, modestos en la moderna consideración, se vistieron de héroes y como tales salieron de la plaza después de una actuación digna de todo mérito; y los aficionados franceses, militantes taurinos en la mayoría, ofrecieron una lección de conocimiento, generosidad y exigencia.
Una gran tarde de toros, en pocas palabras; un espectáculo digno de la mejor tauromaquia de todos los tiempos.
Impresionante el trapío de los toros, de enorme volumen, con cuajo, hondos, de mirada altiva y orgullosa. Emocionantísimo el juego que algunos de ellos dieron en el tercio de varas. Hasta quince puyazos recibieron, con la cara humillada y empujando con los riñones unos, y otros de costado, pero sin rehuir la pelea con el picador. Todos acudieron de lejos a la llamada, y el segundo y el quinto lo hicieron al galope desde el centro del anillo. A estos dos se les recompensó con la vuelta al ruedo por la emoción despertada. Honor y gloria también para los señores del castoreño, que brillaron con luz propia: José María Díaz, Tito Sandoval, Antonio Prieto, David Prados, Juan Manuel Sangüesa y Pepe Aguado.
No fueron toros fáciles, como suele ocurrir con los que son bravos de verdad. Ni se dejaron en el capote ni brillaron en la muleta por su largo recorrido y buena condición; se defendieron en el primer tercio, y fueron duros en el último. Toros muy exigentes, que no permitían confianza alguna, nobles y encastados, obedientes y correosos.
Nada de toros de carril, nada de colaborar con los toreros, nada de toros tontos… Por el contrario, animales con toda la barba.
P. de Yeltes/L. Chaves, Lamelas, Del Pilar
Toros de Pedraza de Yeltes, muy bien presentados, serios y con cuajo, poderosos y bravos en los caballos, -al segundo y al quinto se les dio la vuelta al ruedo-, y dificultosos en el tercio final.
López Chaves: estocada desprendida (silencio); pinchazo _aviso_ pinchazo y bajonazo (vuelta).
Alberto Lamelas: estocada _aviso_ (oreja); metisaca, estocada baja _aviso_ (oreja). Salió a hombros en compañía del mayoral.
Gómez del Pilar: bajonazo y tres descabellos (silencio); casi entera atravesada _aviso_ segundo aviso_ y un descabello (palmas de despedida).
Plaza de Mont de Marsan. Feria de la Madeleine. 25 de julio. Lleno (3.200 espectadores).
Y allí estaban tres toreros que sueñan cada día con un triunfo que los catapulte a la consideración de figura, rebosantes de vergüenza, dignidad, decisión y valor para salir airosos de un compromiso tan complicado.
López Chaves ya no es un chaval, pero sí un pedazo de torero, que tiene aprendida toda la técnica taurina y una excelsa categoría como ser humano. Solo un hombre así se acerca al ganadero para pedirle disculpas por no haber matado correctamente al cuarto de la tarde.
Chaves se las vio en primer lugar con el garbanzo negro de la tarde, un buey, un tren de carne rebosante de sosería; y se jugó el tipo ante el otro, que lo volteó sin consecuencias, y ante el que perdió los trofeos por sus fallos en la suerte suprema.
Dos orejas paseó Lamelas, que recibió a su lote de rodillas frente a la puerta de chiqueros, y pasó dos ratos que para él se quedan. Es todo corazón, y si bien no brilla por sus cualidades artísticas, sobresale por su compromiso.
Y Gómez de Pilar es otro jabato que se lució por naturales ante su primero, y robó derechazos estimables al sexto, pero no acertó con la espada.
Al final, salieron a hombros Lamelas y el mayoral de la ganadería; ambos simbolizaban a la verdadera tauromaquia, cimentada en el toro y en la heroicidad de los toreros.
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