El mejor cerebro de su generación
La poesía de Ferlinghetti nos advierte, casi verso a verso, de lo que hemos hecho mal
En una promoción de genios, Lawrence Ferlinghetti fue el primero que se enteró de casi todo. El primero en saber que “el poeta es un bárbaro subversivo” a las puertas de la ciudad que viene a salvarnos de la propia ciudad. Y que la poesía “está hecha de pensamientos nocturnos” e irrefutables ganas de follar con la vida. Y que Picasso o Fidel Castro, a los que dedica sendos poemas, no son más importantes que un risco o un tendal con ropa interior puesta a secar. El primero en darse cuenta de lo que significaba que la poesía era política, es decir, un instrumento de pacificación al servicio de la historia, una fábrica de utopías, el camión escoba de los enmudecidos por el sistema, una brújula para detectar caminos falsos.
Ferlinghetti fue un poeta de éxitos enormes (Un Coney Island de la mente vendió en pocos años cerca del millón de ejemplares, y no sólo en librerías, sino en supermercados, gasolineras o droguerías) que han quedado en parte difuminados por los de sus compañeros, en general más excitados por la fama o la pulsión a devenir en símbolos de su época, pero a los que editó y sostuvo con infrecuente generosidad. Su poesía, tan atenta a lo minúsculo, suele, sin embargo, elevarse para trazar, desde esas alturas, planos de lo real, el dibujo de lo que hace el tiempo con nosotros.
Declamatoria sin dejar de ser intimista, clásica en el uso de los recursos, pero de aliento y mirada vanguardistas, e inspirada a partes iguales en la calle y en los autores de referencia de la literatura universal, la poesía de Ferlinghetti, quizás el mejor cerebro de su generación, nos advierte, casi verso a verso, de lo que hemos hecho mal (tantas cosas) y nos señala lo que aún, por no estar del todo estropeado, podemos intentar arreglar. Un faro moral hoy más que nunca.
Jesús Aguado es poeta y traductor estudioso de la generación ‘beat’.
Babelia
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