La maldición de encarnar al bello Tadzio
Medio siglo después del estreno de ‘Muerte en Venecia’, un documental en Sundance describe la desgraciada historia de Björn Andrésen, el chico objeto del deseo en el drama de Visconti. El festival fundado por Robert Redford se celebra estos días en línea
Hungría, Polonia, Finlandia… Luchino Visconti llevaba mucho tiempo buscando a su Tadzio, a esa representación de la belleza absoluta, ese joven que era frío como una estatua, pero cuyos ojos del color del agua, como escribió Thomas Mann, eran el camino a la ruina intelectual del protagonista de Muerte en Venecia. Obsesionado con el relato de Mann y obsesionado por la muerte intelectual y por la belleza perfecta, Visconti recorrió media Europa buscando a su Tadzio, después de que los padres de Miguel Bosé, su ahijado, se negaran a que lo interpretara él. Lo encontró en Estocolmo, en 1970. Era el quinto o sexto chico que entraba en la sala. Era más mayor de lo requerido, tenía 15 años, y más alto. Pero era perfecto. “No tuve dudas de que era él”, confesaba el director italiano un año después en el estreno en el festival de Cannes. Tan perfecto era que no tardó ni un minuto en pedirle que se desnudara ante la cámara. Con esas imágenes, las de las pruebas reales, sacadas del documental que el propio Visconti rodó orgulloso sobre la hazaña de encontrar a Tadzio (Alla ricerza di Tadzio, 1970), arranca el documental The Most Beautiful Boy in the World, estrenado este fin de semana en el festival de Sundance, que se está celebrando en línea desde el pasado jueves y hasta el miércoles 3 de febrero. Visconti no es el protagonista, sino ese chico, Björn Andrésen, que 50 años después de Muerte en Venecia, convertido en un hombre enjuto de larga melena y blanca barba, aún no es capaz de mirar directamente a una cámara.
Cinco años tardaron los directores Kristina Lindström y Kristian Petri en ganarse la confianza de Björn Andrésen, cinco años acompañándole con su cámara, hablando con él. “Un viaje increíble en el que Björn nos iba abriendo cada vez una nueva puerta a su vida, nos iba invitando a saber algo más de él”, explica Petri.
De las escenas en 16 mm del casting, ese Björn joven, el documental salta a su apartamento actual en Estocolmo, sucio, viejo, pequeño. Rozando el síndrome de Diógenes, Andrésen está a punto de ser desahuciado de su casa. Su novia le salva del enésimo drama de su vida. Los directores se acercaron a Andrésen interesados por Muerte en Venecia, por cómo aquel rodaje y toda la promoción posterior destruyeron su vida. Las supuestamente halagadoras palabras de Visconti llamándole en Cannes “el chico más guapo del mundo” le persiguieron las siguientes décadas, robándole la felicidad.
Petri encontró las imágenes de la rueda de prensa de aquel Cannes el año pasado y todo cobró sentido. Visconti hablando de Björn como si él no estuviera delante, aunque el joven tampoco entendía lo que el director les decía a los periodistas en francés sobre lo guapo que era. “El circo empezó allí”, dice el Andrésen actual revisitando aquellas imágenes. “Tenía miedo, parecían murciélagos a mi alrededor”. Después de la premiere, le llevaron a un club gay de fiesta. “Solo recuerdo las paredes de terciopelo rojas, la pintura negra brillante, las voraces lenguas…”. Aquella noche bebió y bebió para dejar de sentirse un trozo de carne y no recuerda cómo regresó al hotel.
“Al principio, era reticente. No quería que hiciéramos la película porque su historia no es una historia feliz”, explica Lindström. “Pero entendió nuestra visión cuando se dio cuenta de que no iba a ser un documental convencional, de que teníamos una idea muy cinematográfica de cómo realizarlo”, añade Petri. “Y, además, creo que vio una oportunidad de contar por su fin historia, la de Tadzio le había perseguido toda su vida y ahora él podía contar la suya. Queríamos hacer la película con él, no sobre él”.
Entre imágenes de archivo personales y públicas, desde el rodaje de Muerte en Venecia y la vergonzante rueda de prensa en Cannes a su viaje a Japón —donde le explotaron durante semanas, drogándole para que aguantara la grabación de un disco, fotos, programas de televisión, etcétera.—, el documental se va revelando casi como un thriller; no es solo un alegato contra la cosificación y deshumanización de un joven o las oscuras consecuencias de la fama repentina, es una búsqueda de la verdad y la identidad de este hombre encerrado en sí mismo durante años. Esa mirada frágil que enamoró a Visconti era la de un chico roto por la desaparición y muerte de su madre, por una abuela obsesionada con que fuera actor famoso negándole su verdadero placer: la música.
A lo largo del filme, Andrésen va regresando a todos esos lugares que marcaron para mal su vida: Japón, París (donde le trataron como “un objeto sexual” durante un año, esperando a que Malcolm Leigh hiciera una película que nunca ocurrió) o Venecia, donde se reencuentra con Tadzio cara a cara, en esa playa del Lido, para decirle adiós. Hoy, Björn Andrésen, a los 66 años, ha hecho las paces con la interpretación y trabaja regularmente en cine y televisión: con el thriller Midsommar, de Ari Aster (2019), incluso recuperó esa atención que nunca buscó.
Sundance desde el ordenador
“Aunque hemos estado separados, estamos destinados a estar juntos”, aseguró la voz de Robert Redford en el vídeo de presentación del festival de Sundance el pasado viernes. El actor, que llevaba dos años sin aparecer en la inauguración del certamen que fundó en 1978, tampoco quiso mostrarse físicamente esta vez. Pero en el año más raro de todos, en el que el festival no pudo regresar al lujoso centro de esquí en Utah que también fundó él, Redford quiso dar con su voz el pistoletazo de salida a una edición prácticamente virtual (salvo algunas proyecciones en autocines y pequeñas salas en EE UU), debido a la pandemia.
Los planes para una versión por Internet comenzaron a fraguarse en marzo del año pasado y, siguiendo la evolución de la covid-19, fueron variando hasta confirmarse en noviembre. “El certamen fue concebido como un gran experimento, una respuesta a la pérdida, el luto de la pandemia, la incertidumbre de la crisis económica y el dolor, que desencadenó un levantamiento global contra el racismo y la brutalidad policial”, dijo la directora de Sundance, Tabitha Jackson. La pandemia no solo puso en peligro la celebración física, sino el festival en sí en un año en el que se han producido menos películas. “Sin embargo, la creatividad se abrió paso en la pandemia”, explicó Jackson. Varios títulos de la selección oficial, rodados en los peores momentos de la crisis, sirven de ejemplo. Es el caso de In the Earth, de Ben Wheatley, o How It Ends, de Zoe Lister-Jones y Daryl Wein.
Sundance nació como un festival para impulsar el cine indie, aunque orgulloso de haber lanzado las carreras de grandes nombres como Tarantino o Soderbergh, y con el tiempo su poder fue creciendo en la industria cinematográfica internacional. Cada enero, la atención se centra en los precios que se llegan a pagar por títulos estrenados en Park City y este año había dudas sobre cómo iba a moverse esa compraventa de películas sin un mercado físico. El sábado Apple tumbaba las dudas y lograba un nuevo récord pagando 25 millones de dólares (20,6 millones de euros) para emitir en su plataforma la película de inauguración CODA. Alrededor de un millón ha pagado la distribuidora estadounidense Neon por los derechos de Fleei, un drama documental animado sobre un refugiado afgano. Buenos datos para un año en el que la influencia de Sundance podría llegar directamente a los Oscar, favorecido por las reglas especiales de estos premios que permite a los títulos elegibles estrenarse hasta el 28 de febrero.
Se abren tantas oportunidades que, si los estrenos en streaming funcionan (con bloqueo geográfico, solo accesibles en EE UU, para público general, pero abiertos a prensa internacional), los organizadores están dispuestos mantener una parte en línea en próximas ediciones para llegar a una mayor audiencia. “Siempre vamos a ser demasiados en Park City, siempre habrá gente que tendrá limitaciones económicas, físicas o geográficas para llegar. Esta nueva dimensión es emocionante”, admitió Jackson.
Babelia
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