Phil Spector: una resonancia que va más allá de su propia música
El adjetivo ‘spectoriano’ se aplica a producciones mayúsculas, eclosiones instrumentales abruptas y absorbentes
Al igual que en literatura Gabriel García Márquez definió el realismo mágico, en cine John Ford el género del wéstern y en pintura Pablo Picasso el cubismo, Phil Spector definió un tipo de pop. Su obra, marcada por la exuberancia orquestal y el dramatismo sentimental, marcó un antes y un después en la música popular. El adjetivo spectoriano se aplica para entender producciones mayúsculas, eclosiones instrumentales abruptas y absorbentes, que engullen al oyente como en un sueño.
Conocido como el Muro de Sonido, su telón sonoro era producto de muchísimas horas de trabajo, que dejaban exhaustos a los músicos, en el estudio de producción, acoplando instrumentos de todo tipo, llegando a duplicarlos y triplicarlos, como “piezas de un puzle que terminan por encajar”, en sus propias palabras. El resultado era un aluvión sonoro que convertía al pop en un condensado de romanticismo y sexo, amor y ruptura, pura emoción desbordante para definir un primer beso (Then He Kissed Me, de The Crystals), o un enamoramiento (Be My Baby, de The Ronettes o A Fine, Fine Boy, de Darlene Love). Las sinfonías de Spector dieron un colorido irremplazable al auge de la cultura juvenil de los dorados años sesenta.
Algunos le dieron en llamar el Van Gogh de la cultura pop. Si el pintor holandés adoraba los colores y hacía magia visual con ellos, Spector era capaz de extraer toda la intensidad del sonido, creando canciones pletóricas, de un brillo deslumbrante. Esa búsqueda de querer captar hasta el último destello del sonido obsesionó a Brian Wilson, quien definió Be My Baby como “la mejor canción de todos los tiempos”. Del sonido spectoriano, el genio de los Beach Boys extrajo las enseñanzas que le llevaron a grabar con una orquesta de más de 40 músicos Pet Sounds, considerado como una de las grandes obras cumbres del pop y que obligaría a los Beatles a ponerse las pilas en el estudio de grabación para registrar Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. El propio George Harrison en solitario también tomó buena nota de estas producciones.
Como Brian Wilson, Bruce Springsteen también estuvo obsesionado con Spector. Buscó su particular muro de sonido para su rock and roll romántico y salvaje en Born to Run, el disco que le catapultó a la fama y que trajo una inocencia nueva al rock. De alguna forma, los artistas y las bandas de rock que quisieron recrear momentos de gran dramatismo instrumental recurrieron al estilo spectoriano y su rastro se dejó ver en grupos como Buffalo Springfield, Billy Joel, Blondie, Ramones, Electric Light Orchestra, Supertramp, Scott Walker o The Magnetic Fields. Hasta las operetas tan características del Roy Orbison más arrebatador le debían algo a Spector. Y desde los noventa todo el revival garage, ejemplificado en bandas como The Chesterfield Kings, hasta francotiradores de todo tipo del rock, como Nick Curran o Ezra Furman ofrecían apuntes de un sonido que no ha caducado más de medio siglo después.
Como dijo el músico y escritor Bob Stanley en su libro Yeah! Yeah! Yeah! La historia del pop moderno (Turner), el objetivo de Spector no era plasmar la realidad, sino mejorarla. Un afán que una mente tan desequilibrada y maniática como la de este productor de pelos alocados solo supo hacer en canciones.
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