El arte como aventura
El mercado busca novelas prefabricadas, sin riesgo. ¿Es posible resistir?
-Señor, ¿conoces la floresta?
¿Qué aventuras encontraremos en ella?
-No lo sé. Si lo supiera no sería una aventura.
Sir Tomas Malory. La muerte de Arturo
Las casas prefabricadas son una de las mejores opciones para la construcción rápida. Una empresa viene, toma las medidas, prepara los materiales, los trae desarmados, los arman y la dejan funcionando. Una igual que la otra, todas idénticas o casi. Según la moda, a veces se usa el techo a dos aguas, a veces de colores vivos, a veces con persianas de metal. Las modas pasan y las casas prefabricadas quedan. Pero la industria de las casas prefabricadas guarda un secreto que va más allá de su propio mercado, algo que informa sobre el estado de situación de muchos otros campos, incluido el literario. Como pocas veces antes, asistimos al momento en que el mercado busca novelas prefabricadas. Escritas bajo la garantía de la norma ISO 9001 de la literatura actual, los tópicos cambian como los colores de las casas: marche una novela negra a la sueca, una novela feminista pero amable, un policial de enigma ambientado en el siglo XVIII, una dramón escrito en primera persona, una con golpes locales pero fácil de comprender en cualquier parte, una en que el autor sea un personaje ideal para los medios políticamente correctos. Escritas como los instructivos de Ikea, se presentan como textos inteligentes. Y lo son. Nada es más fácil hoy que escribir una novela inteligente. Cualquier persona más o menos formada puede escribir un producto agradable, que funciona perfecto en el mercado de la cultura simplemente siguiendo las instrucciones del manual.
Métodos literarios hubo muchos a lo largo de la historia, en especial en el Siglo XX, como herencia de las vanguardias. De la escritura automática del surrealismo a los procedimientos de Oulipo, múltiples son los caminos que desembocan en la escritura. Pero mientras estos procedimientos ocurren bajo el modo de la sospecha -de la sospecha en la subjetividad burguesa, de los lugares comunes-, las novelas prefabricadas son su opuesto: se escriben en la certeza. Es la certeza que no corre riesgos, que se imagina ocupando nichos de mercado. En la no pérdida de control. Hay que entender ya no solo al Estado, sino sobre todo al Mercado como una formidable maquinaria de instalar censura. El mercado es el Gran Inquisidor de nuestro tiempo.
Cuentan que un actor novato estaba muy emocionado porque tenía una escena con Gérard Depardieu, Depardieu llega en helicóptero al set, se baja, le pega el papel con la letra en la cara al actor en cuestión, dice su parlamento y se vuelve a subir al helicóptero, maletín en mano. Actores que actúan de mentira, obras que no leyeron, dirigidos por directores que no dirigen. ¿Misterio, riesgo, entrega? Otro era el tiempo de Alain-Fournier muerto en combate a los 27 años tras haber escrito una única novela porque se buscaba la gloria y la vida como aventura, otro tiempo fue el de la dupla Herzog-Klaus Kinski, hoy quizás señalados por su pasado criminal, otro era el tiempo que daba nacimiento a Glenn Gould abandonando los conciertos en vivo en pleno auge o incluso Amy Winehouse, muriendo literalmente en escena, mientras el público festejaba: “Baila, condenado, baila”, escribió Beckett en Esperando a Godot a finales de los años 40 anunciando la indigencia del Hombre Moderno. Pero si el cine ya está en coma, o casi muerto, ahora es nuestro turno, como el poema de Brecht, ahora van por la literatura. La sangre ya llegó, la vemos correr a nuestros pies, avanzar por las ciudades, la sangre de que la literatura haya devenido una forma más de la publicidad y el marketing.
Todo eso siempre existió, los libros para el gran público, los libros comerciales, los que cuentan historias y los libros como hechos de lenguaje, la diferencia es que hoy, voluntariamente, se quieren vender y quieren que se los lea, como si fueran lo mismo, porque el diseño es el mismo. En los catálogos de las editoriales grandes y de las independientes, en las librerías cadenas, y en las chicas, en los eventos literarios mainstream o en los independientes, reina esa indistinción -aunque no siempre con la misma magnitud-, esa bruma que da poca visibilidad al lector. Y esa bruma es una decisión política, es decir, ideológica. Intentar vender, como sea, abrir huecos en el mercado. ¿De qué? No importa. Lo mismo pasa con los grandes premios literarios, aunque siempre se haya dudado de ellos, aunque sea un clásico cuestionarlos, ahora está más claro que son ecuaciones financieras, como un flipper, si la bola pega allá, después tiene que bajar y rebotar para obtener esto acá. Desde el primer día la crítica verá al autor ganador asociado, amalgamado, a sus personajes, al tema de su libro y, desgracia de este siglo, a la ideología del texto, lo que lo insta mucho más a la prudencia. El premiado escritor paseará por las entrevistas contando, menos el libro que la ideología del libro, es decir, la suya. El problema no sería tanto el resultado de la maquinaria, sino lo anterior, la novela ya escrita pensando en la bola de acero rebotando.
¿Es posible todavía pensar el arte y la literatura como aventura? ¿Es posible que no se tomen las medidas, que no se calcule el tiro? ¿Es posible pensar el arte como contra poder? No lo sabemos, pero hacia allá vamos.
Ariana Harwicz y Damián Tabarovsky son novelistas argentinos.
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