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Contra el imperialismo cultural

El volumen 'Poder, política y cultura' reúne una serie de entrevistas en las que Edward Said polemizó sobre asuntos como la idea de canon literario o la situación en Palestina

Juan Luis Cebrián
El ensayista palestino Edward Said, en Módena (Italia), en 2001. 
El ensayista palestino Edward Said, en Módena (Italia), en 2001. Leonardo Cendamo (Getty Images)

¿Es lo que llamamos cultura dominante fruto exclusivo de la dominación de unos seres por otros? Esta es una de las cuestiones básicas que se desprenden de la obra quizá más conocida y polémica de Edward Said, Orientalismo. Su autor, palestino nacionalizado norteamericano y catedrático durante años en la Universidad de Columbia después de haberse graduado en Princeton, fue un prolífico y controvertido intelectual, comprometido activamente con la causa palestina. Falleció víctima del cáncer en 2003 no sin antes habernos regalado una autobiografía y editado una colección de muchas de las entrevistas que se le hicieron en vida. Ahora se publican en castellano, casualmente o no, coincidiendo con la celebración de dos exposiciones plásticas, una en Valencia y otra en Sevilla, inspiradas por el citado libro. O al menos por su título.

Premio Príncipe de Asturias en 2002, Said fue un personaje conocido y respetado en España. Suscribió poco antes de su muerte la creación de la Fundación de las Tres Culturas con Daniel Barenboim y la Junta de Andalucía. Juan Goytisolo, con el que le unió sincera amistad, fue su introductor en los círculos intelectuales hispanos y le ayudó a interpretar la especial relación histórica de los españoles con la cultura árabe. Los diálogos que ahora conocemos, salvo un largo trabajo editado por la Universidad Cornell, fueron conversaciones en vivo, cara a cara con sus interlocutores, fruto a veces de la improvisación y de un combate dialéctico entre preguntador y preguntado. Said brilló como crítico musical y literario, siendo autor de un memorable ensayo sobre Joseph Conrad. Todos sus centros de atención, tan variopintos y diferentes, están presentes en el largo interrogatorio al que se sometió durante años a instancias de periodistas, discípulos y colegas académicos.

Sus reflexiones se centran sobre todo en las relaciones dinámicas entre la cultura y el poder. En Orientalismo defendió la tesis de que la visión europea sobre el mundo árabe era una impostación al servicio del imperialismo colonial. El eurocentrismo, en ese sentido, no deja de ser una lacra que permite a los más prestigiosos maestros del pensamiento y las artes despreciar otras culturas en nombre de una supuesta superioridad moral. De Stuart Mill a Carlos Marx, pasando por Dickens y tantos otros, nadie se libra de esta acusación. Polemiza también con Harold Bloom sobre el papel del canon en la creación literaria (“estoy diciendo que la poesía crea a los poetas, mientras que Bloom cree que los poetas crean a la poesía”), pues entiende que la cultura no es el resultado de intervenciones singulares de personajes rebeldes, sino de la adaptación a una armonía básica que recibe el nombre de cultura dominante. Es en la formación y la transmisión histórica del canon donde se construye la legitimación cultural, de la que escapa precisamente la cultura de masas o popular. La cultura dominante es creada por el poder para sus propios intereses.

En lo que concierne a la cuestión palestina y el conflicto de Oriente Próximo, sus palabras son expresivas de lo que en realidad constituye su mayor fracaso. Defendió hasta su muerte que la única solución para el conflicto era un Estado laico binacional donde judíos y musulmanes convivieran. Rechazó que la Intifada fuera una serie de actos irreflexivos violentos y la consideraba “una alternativa mediante la cual los palestinos que viven bajo la ocupación han decidido declarar su independencia de esa ocupación defendiendo no tanto modelos como formas distintas para sus vidas”. Rechazó los acuerdos de Oslo y colaboró en la preparación de la Conferencia de Madrid, para terminar rompiendo acremente con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). A Yasir Arafat, a quien apoyó en un principio (“en Estados Unidos se me conocía como el hombre de Arafat”), le califica de corrupto, matón y déspota, asegura que acabó traicionando a todo el mundo y que su ejemplo era devastador para su pueblo, pues tenía la actitud servil de ser “el negro del hombre blanco”. Si uno contempla la realidad actual de la región es fácil entender hasta qué punto se equivocó en sus análisis, fruto de la pasión del exiliado antes que de la reflexión sobre la realidad.

El libro se distribuye un poco arbitrariamente en dos partes que se corresponden entre sí casi como el yin y el yan: el poder de la cultura y la cultura del poder. Son cuestiones a las que Said dedicó todo su vida. Indudable defensor de los derechos humanos, poseedor de una mente y una actitud cosmopolita, ávido lector y maestro del pensamiento crítico, sus palabras denotan sin embargo una incomprensión del funcionamiento autónomo del poder, que escapa de continuo a los sentimientos morales.

Feroz crítico de los nacionalismos, antisionista confeso, cultivó la relación con los sectores intelectuales judíos de Estados Unidos. Tony Judt le prologó un libro, y una de las entrevistas más interesantes del extenso volumen que comentamos es la que dio a Jacqueline Rose, de The Jewish Quarterly de Londres. En ella, al paso de un comentario sobre Mozart, declaraba tolerar cada vez menos la idea de identidad. “Resulta más interesante intentar ir más allá de la propia identidad, hacia otra cosa, lo que sea. Podría ser la muerte…, una suerte de masa indistinguible, vibrante, que se transforma de manera incesante, que es hacia donde nos dirigimos”. Falleció cinco años después de estas declaraciones. Se ahorró el sufrimiento de conocer los tiempos actuales, señorío de la identidad.

'Poder, política y cultura. Entrevistas a Edward Said' 

Autor: Edward Said. Traducción de Damián Alou.


Edición: Gauri Viswanathan. Debate, 2020.


Formato: Tapa blanda o bolsillo. 528 páginas.


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